sábado, 31 de diciembre de 2011

DIJO KIERKEGAARD...

     Dijo Kierkegaard: “lo que me faltó fue llevar una perfecta vida humana y no sólo la del conocimiento.” Riesgo de ciertos seres de palabras: vivir sólo en función del pensamiento; enclaustrarse en un mundo de ideas, visiones y espejismos en vez de vivir. Para el ser de palabras, como para cualquier ser humano, se trata de vivir plenamente, apoyándose en cuanto su imaginación, su sensibilidad, su inteligencia y su lucidez puedan ofrecerle para entenderse con la vida.

viernes, 30 de diciembre de 2011

LA HISTORIA DEL OCCIDENTE MODERNO FUE HACIÉNDOSE SIEMPRE A COSTA DE UN OTRO...

     La historia del Occidente moderno fue haciéndose siempre a costa de un otro: a sus expensas, en su sacrificio. Durante los siglos XVIII y XIX, Occidente conoció a los "otros", seres extraños que lo desconcertaron. El desconcierto produjo dos reacciones: la del etnocentrismo y la del exotismo, distintas pero, en el fondo, semejantes. Etnocentrismo fue confundir la propia verdad con la verdad universal; las verdades y los valores propios debían, naturalmente, convertirse en valores y verdades de todos. Exotismo fue el interés por la rareza del otro; había que proteger y promover esa rareza: preservarla en museos o exhibirla en ferias. A la postre, etnocentrismo y exotismo coincidieron: la diferencia del otro era su inferioridad.

jueves, 29 de diciembre de 2011

ES TERRIBLEMENTE DIFÍCIL...


Es terriblemente difícil ese temprano hacerse junto a los otros, o ese comenzar a ser junto a tantos otros que es la adolescencia; tiempo en que abandonamos la soledad de la infancia, con todos esos espejismos que pudieron hacernos creer que el mundo existía sólo para nosotros. Quizá el primer descubrimiento del adolescente sea la significación de los otros: seres frente a quienes es necesario ser, o ser a pesar de ellos o en contra de ellos. La adolescencia es la más difícil y riesgosa de las épocas. Muchas cosas se juegan en ella; mucho destino se dibuja en ese espacio temporal, áspero, espinoso comienzo de esa construcción que llegaremos a ser.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

EN TODA SOCIEDAD EXISTEN FORMAS DE VACÍO...


En toda sociedad existen formas de vacío entre un deber ser establecido por los imaginarios colectivos y el ser real de esa colectividad dentro del tiempo. En nuestras sociedades latinoamericanas más que de vacío podría hablarse de insuperable abismo, de infranqueable grieta. Realidad e ideal quedaron irremediablemente separados desde el comienzo del tiempo latinoamericano. Nos acostumbramos a desconfiar de nuestros sistemas: los usamos para subsistir, para perdurar, para continuar, para mantenernos, para medrar, para ocultarnos. Sobrevivimos en ellos sin creer en ellos. Nuestra experiencia nos condujo a la rutinización de la desconfianza. Nos acostumbramos al recelo y a la suspicacia.

martes, 27 de diciembre de 2011

EN UN ARTÍCULO TITULADO "SOBRE EL LENGUAJE EN GENERAL Y SOBRE EL LENGUAJE DE LOS HOMBRES"...


     En un artículo titulado “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”*, Walter Benjamin vislumbra el universo como un espacio infinito e infinitamente comunicado. Todo en el universo se comunica, dice, porque todo en él se expresa, porque todo en él habla. Todas las cosas poseen un lenguaje, hablan un lenguaje. Cuanto existe en la naturaleza posee una esencia comunicativa. “No hay acontecimiento o cosa en la naturaleza animada o inanimada -dice- que no participe de alguna forma de la lengua, pues es esencial a toda cosa comunicar su propio sentido”. Todo lo existente, animado o inanimado, dice, se dice a través de un lenguaje. Todo se relaciona con todo en una inacabable forma de diálogo. Aquí resulta central una idea de Benjamin: la de traducción. Traducción es desciframiento, asimilación, incorporación de la otredad a través del lenguaje; conversión del lenguaje de lo “otro” en una forma de mi propio lenguaje. “El concepto de traducción –dice Benjamin- conquista su pleno significado cuando se comprende que toda lengua superior (con excepción de la palabra Dios) puede ser considerada como traducción de todas las otras ... La traducción de la lengua de las cosas a la lengua de los hombres no es sólo traducción de lo mudo a lo sonoro es la traducción de aquello que no tiene nombre al nombre. Es, por lo tanto, la traducción de una lengua imperfecta a una lengua más perfecta”.

Traducción implicaría, pues, nuevas relaciones entre los hombres, y entre éstos y el universo. El lenguaje superior de los hombres, debería, según Benjamin, traducir a los otros lenguajes: asimilarlos, entenderlos. A partir de la traducción debería llegar para el ser humano una comprensión de las casi infinitas formas de lo que es su otredad. El lenguaje de los hombres estaría llamado, por ejemplo, a traducir el lenguaje de la naturaleza. La palabra del cosmos y la palabra de las creaciones humanas estarían obligadas a traducirse. En este caso, la idea de traducción significaría el final de la soberbia de los hombres; una nueva manera –más humilde y mesurada- de asumir su relación con esa forma de otredad que es lo natural. La Naturaleza, habla. Lo ha hecho siempre. Fue el hombre quien, en algún momento, pareció dejar de escucharla. Sólo “traduciéndola” descubriríamos que nunca hemos dejado de pertenecer, inexorablemente cercanos, a su marcha y a sus designios; que todos, hombres y cosmos, formamos parte de una armonía universal que todo lo engloba.

En otro terreno, el de la comunicación entre los hombres, traducción significaría diálogo y cercanía, reciprocidad y convivencia, necesaria reunión de particularismos coexistiendo dentro de un espacio común. La traducción acerca las diferencias, las comunica, las integra; facilita las comprensiones, aproxima los diálogos. ¿La traducción, tal como la concibe Benjamin, implicaría el fin de la babelización del mundo humano?, ¿sería una metáfora de tiempos nuevos en los que Babel ha desaparecido para siempre? Babel es la imagen opuesta a la traducción, lo contrario de la comunicación humana. La tradición judeocristiana recuerda que el castigo para Nemrod, el rey que pretendió llegar hasta el cielo para contemplar el rostro de Dios, fue el caos de Babel. La torre interminable habría de permanecer en la memoria de la humanidad como una alegoría del fracaso de los hombres en la desmesura de sus pretensiones. En su trabajo Después de Babel*, George Steiner recuerda que en la mayoría de las culturas existen mitos que hablan de la insalvable diferencia entre la voz del nosotros y la voz de los otros. Alegoría del no diálogo, de la incomunicación absoluta, en Babel encarnan las diferencias entre los hombres, las aproximaciones imposibles entre colectividades y culturas; en fin, la suma de todas las insalvables diferencias de una historia de la humanidad que, como Octavio Paz ha dicho alguna vez, “rezuma sangre”.

     En nuestros días, existe otra imagen posible para Babel: la de la incomunicación de sociedades hacinadas, la de la exclusión de los seres humanos en medio de límites saturados y superficies abarrotadas. La percepción de un mundo achicado acerca a los hombres encerrándolos en espacios cada vez más reducidos, y esa cercanía pudiera semejar un espejismo de traducción; pero se trata de una imagen falsa: hombres y sociedades más que comunicarse, superficialmente se parecen. Steiner recuerda, por ejemplo, que, en nuestros días, el idioma inglés, en su particular versión de un inglés norteamericano, simplificado al extremo, se ha convertido en una lengua de uso práctico, lengua de los dominadores del tiempo presente transformada en herramienta de trabajo en un mundo hipercomunicado. Aparente semejanza de comportamientos y sistemas, de costumbres y técnicas que no oculta la multiplicante exacerbación de particularismos empeñados en no escucharse sino a ellos mismos. Contradictoriamente, nuestra época encierra ambas posibilidades: la de la estridencia de los dialectos y la de la universalización de las ritualizaciones. De un lado, la semejanza superficial que no es sino sólo aparente similitud; del otro, la multiplicación de palabras de encierro que son localismos infinitesimales, parlas de sectas y catacumbas. La traducción sería el conjuro de Babel a través de la posibilidad ética de las palabras. Por medio de la traducción podrían comunicarse y entenderse las diferencias genuinas y necesarias, las pluralidades legítimas. La validez de las diferencias se apoyaría en la traducción. Ella establece que las palabras de los hombres tienen, todas, derecho a existir; que las tradiciones y costumbres pueden dialogar sin enfrentarse, todas merecedoras de ser escuchadas y comprendidas.

     En un libro que escribí recientemente*, comentaba en relación al diálogo de las culturas dentro de nuestro mundo empequeñecido y de nuestro tiempo saturado de voces y protagonismos: “Sólo el diálogo entre los pueblos puede garantizar la vida de los pueblos, sólo el diálogo entre las culturas puede garantizar la vida de las culturas, sólo el diálogo entre todos podrá garantizar la existencia de un futuro. Un diálogo que sea vitalidad y, sobre todo, traducción de la palabra ajena. Traducción: la voz de los otros y mi propia voz convertidas en léxico común (...) Traducir es asimilar distintas maneras de entender y de actuar. Es comprender la voz de los otros. Es vernos todos reflejados en el rostro de todos. La traducción comunica las diferencias. Convierte los intereses de algunos en posible acuerdo universal. Incorpora la originalidad de todas las experiencias en una común experiencia de la humanidad. La traducción dice que todas las memorias y todas las tradiciones son importantes; que todas son necesarias.”


* Después de Babel, México, Fondo de Cultura Económica, 1980
*Arrogante último esplendor, Caracas, Equinoccio, ed. de la Universidad Simón Bolívar, col. Papiros, 1998

domingo, 25 de diciembre de 2011

EN RELACIÓN AL TEXTO "VOCES" DE ANTONIO PORCHIA...

     En relación al texto Voces de Antonio Porchia, leí alguna vez que no era frecuente que un autor que cultivase el género aforístico se preocupara demasiado por publicar. Algo que me recuerda lo que dijo Nietzsche, también un gran cultor de aforismos, acerca de no respetar demasiado el esfuerzo de un ser de palabras que se fijase como meta muy precisa volcar la escritura de sus fragmentos en libro. Personalmente, opino todo lo contrario: creo que es admirable el esfuerzo de seres de palabras empeñados en hacer de esas voces que, rápidas los rondan, un texto; o sea: espacio literario, a veces anamórfico, a veces nítido y acabado, pero siempre forma audible, inteligible expresión por entre el barullo de tantísimas vociferaciones o en medio del silencio que suman demasiadas soledades.

jueves, 22 de diciembre de 2011

ES YA UN LUGAR COMÚN...

     Es ya un lugar común repetir que cada ser humano posee el rostro que se merece. Hay rostros tempranamente definitivos y rostros interminablemente cambiantes; pero, desde luego, todos evolucionan. Entre el rostro de ayer y el de hoy y el de mañana habrá siempre cambios; cambios que podrían significar transformaciones dolorosas o trágicamente irreconciliables. Quizá uno de los más comprensibles anhelos de cualquier ser humano sea que su rostro pasado y su rostro presente se asemejen; que el tiempo vivido los superponga con gracia y que, armoniosamente, los acerque; que las ilusiones y la frescura de la edad temprana no resulten demasiado estragadas con el paso de los años. Uno de los más naturales sueños de todo ser humano: que el momento final de su vida no señale muy abruptas contradicciones entre el rostro de antes y ese rostro de ahora con el cual enfrenta la muerte. Que la faz final sea la válida y comprensible metamorfosis de un lejano rostro juvenil y nunca su grotesca, su deformada caricatura.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

CITANDO A ARISTÓTELES...

Citando a Aristóteles, dice Tomás de Aquino: “los hombres nada entienden sin fantasmata”. Fantasma, fantasía, imagen: poder de ciertas visiones que nos acompañan haciéndose parte de nuestra personal sabiduría de vida. Imagen: punto de partida de la idea. Eso que sentimos y que personalmente hemos vivido se hace vivencia comprensible, comunicable, gracias a las imágenes que logre evocar.

martes, 20 de diciembre de 2011

COMO NUNCA ANTES...


Como nunca antes, los hombres nos sabemos efímeros y nos sabemos mortales. Por ello construimos mitologías de sobrevivientes que metaforizan tanto el desaliento como la esperanza; metaforizaciones del apocalipsis posible o de la utopía posible, de la incineración de todo o del reverdecer de todo: metaforizaciones contradictorias en las que chocan escepticismo y expectativa.

lunes, 19 de diciembre de 2011

BORGES COMENTÓ QUE EN NUESTRA ÉPOCA...


     Borges comentó que en nuestra época la novela se había convertido en el género más frecuentado, que cierta superstición literaria había determinado que en la novela reposaba la índole de cuanto fuese literario. Pero junto a esa superstición existen también otras; como, por ejemplo, la que dice que en la creciente tonalidad autobiográfica de la literatura de nuestros días se ven reflejados muchos colectivos pasos y sentimientos y aprendizajes y miradas y miedos; que en las voces poéticas que hablan en primera persona se escucha el eco de muchas interrogantes, incertidumbres y temores que nos pertenecen a casi todos. O superstición de lo rápido, de lo inmediato y de lo efímero que ha terminado por familiarizarnos con escrituras capaces de reproducir la discontinuidad y fragmentación de los discursos humanos dentro de un mundo donde los grandes sistemas de pensamiento y las visiones de totalidad, resultan insuficientes para expresar eso que el hombre es o siente o cree o sueña... 

domingo, 18 de diciembre de 2011

EN EL VENEZOLANO MARIANO PICÓN SALAS...


     En el venezolano Mariano Picón Salas descubrí la maravillosa significación de la escritura al servicio de la vida, genuino apoyo de ésta. En uno de sus libros esenciales, escrito poco antes de morir, Regreso de tres mundos, Picón Salas comparte con nosotros, sus lectores, un extraordinario secreto: es muchísimo más difícil vivir que teorizar sobre la vida. Regreso... fue para mí el descubrimiento de la más válida opción de escritura: permitir a quien escribe aferrarse, junto con sus voces, a ciertas verdades descubiertas, destinándolas a convertirse en espacio que compartir con otros.

     Regreso de tres mundos es un libro del fin del camino; de itinerarios que se cierran, y balances y despedidas. El primero de sus capítulos se remonta al origen de la memoria de Picón Salas: la niñez y la adolescencia; y, precisamente, “Adolescencia” es su título. Es terriblemente difícil ese temprano hacerse junto a los otros o ese comenzar a ser junto a tantos otros que es la adolescencia; tiempo en que abandonamos la soledad de la infancia, con todos esos espejismos que pudieron hacernos creer que el mundo existía sólo para nosotros. Quizá el primer descubrimiento del adolescente sea la significación de los otros: seres frente a quienes es necesario ser, o ser a pesar de ellos o en contra de ellos. La adolescencia es la más difícil y riesgosa de las épocas. Muchas cosas se juegan en ella; mucho destino se dibuja en ese espacio temporal, áspero, espinoso comienzo de esa construcción que llegaremos a ser.

     En el capítulo titulado “Tentación de la literatura” Picón Salas habla del significado que tuvo la escritura para él: le sirvió para cubrir vacíos y calmar temores, para dominar incertidumbres y afirmar convicciones. Gracias a ella, confiesa, descubrió enseñanzas en todas las circunstancias que lo rodearon. Escribir fue catarsis y autodescubrimiento; significó forzarse a mirar dentro de sí: a confrontarse, muchas veces de manera desgarradora.

     El último de los capítulos, “Añorantes moradas”, es, a mi juicio, el mejor de todos. Él plantea una insoslayable conclusión: todo lo vivido es experiencia; y de lo que se trata es de llegar a sentirnos bien con nosotros mismos, satisfechos de nuestros logros y nuestros recorridos. Creo que ése es, a fin de cuentas, el gran mensaje de Regreso... El triunfo en la vida... ¿Qué significa “triunfar” en la vida? Picón Salas nos dice su versión: no se trata de acumular poder ni dinero. Ni uno ni otro bastan. Ninguno de ellos es suficiente. Son cosas mucho más intangibles y trascendentes las que realmente pueden llegar a colmarnos: ésas que, si hemos aprendido realmente de las enseñanzas de nuestros pasos y actos, deberíamos valorar más que cualquier otra cosa: la fortaleza de espíritu, la serenidad, la autoconfianza y, por sobre todo, cierto íntimo acuerdo con eso que hemos llegado a ser.

sábado, 17 de diciembre de 2011

TODOS LOS HOMBRES, DIJO HÖLDERLIN...


Todos los hombres, dijo Hölderlin, hablan con sus voces individuales; pero a esas voces no responde nadie, nadie las toma como referencia. Sólo una voz, la voz poética, es capaz de traspasar las fronteras de lo individual y penetrar en el espacio común de las voces de la humanidad. La poesía es la palabra en la que todos podemos reconocer imágenes de un itinerario colectivo. García-Bacca decía que tres eran las palabras fundamentales de los hombres: la poética, la religiosa y la científica. La poesía es el lenguaje con que el ser humano comenzó a nombrar cuanto lo rodeaba. Ella se encuentra inmediatamente cercana al inicio del habla. Fue la palabra de los primeros descubrimientos y de los primeros miedos del hombre, también la de sus primeras divinizaciones. La voz de la poesía fue muy anterior al lenguaje de la religión. Este llegó después, junto a la estrechez de nuevas palabras empeñadas en convertir los viejos mitos en dogmáticas parábolas. El lenguaje religioso, originalmente creado por la poesía, se alejó de ella y terminó por hacerse voz contundente e irrefutable; voz de lo asumido como definitivo y verdadero, voz de certezas siempre colocadas más allá del tiempo del hombre. El lenguaje religioso postergó lo humano a lo divino: por él, todo pasó a depender de la voluntad de los dioses y a explicarse a partir de esa voluntad. En el lenguaje religioso encarnan las respuestas últimas que los hombres han tenido siempre la necesidad de poseer. Después del religioso, el lenguaje de la ciencia, fue el de la voz de un tiempo que no cesaba de exigir verdades escrupulosamente demostrables. García-Bacca define al lenguaje científico como el de la palabra sometida al imperio del “éste” y del “ahora”. Lenguaje que extrae totalidades a partir de alguna específica singularidad y establece leyes generales que deben servir en todas las situaciones por igual. Pero la urgencia de tanta exactitud hace de la palabra científica algo rápidamente perecedero: no hay eternidad en sus verdades. Las leyes “definitivas” de la ciencia a menudo se desvanecen. La verdad científica es una verdad única que todos aceptan, pero solamente ahora. Frente a la precisa temporalidad del lenguaje científico, el poético sería el de los descubrimientos humanos eternizados. Hölderlin define a los poetas como aquellos seres que echan “los fundamentos de lo permanente”. Permanente es lo que se mantiene, lo que dura por siempre. Los hallazgos de los poetas permanecen a lo largo de las edades. “Las ciencias se modifican constantemente, pero una vez escrita, la Odisea está ahí para siempre”, dice Borges. Verdad poética: no la momentánea verdad del ahora, sino la del siempre y del para siempre. Verdad que, enunciada por un solo hombre y en un instante determinado, es ofrendada, desde entonces, para todos los seres humanos y en todas partes.

     Tres lenguajes, tres voces. Las tres se escuchan, las tres hablan y exigen su derecho a nombrar. La palabra de la ciencia dice con su voz siempre estentórea, y, junto a ella, se escucha, también, la voz tajante y parceladora de los dogmatismos religiosos. Igual que la voz científica, la voz religiosa es excluyente. Ambas se cierran sobre sí mismas para negar la diferencia y lo diferente. La voz poética, la “otra voz”, como la ha llamado Octavio Paz, habla y deja hablar. Es voz de sumas, de añadidos; voz de inclusiones que aglutina todos los significados; voz de imágenes, de mitos y de imaginarios; voz alimentadora de todas las voces.

viernes, 16 de diciembre de 2011

DICE GARCÍA-BACCA CITANDO A VOLTAIRE...

     Dice García-Bacca citando a Voltaire, “La verdad, es, en el fondo, triste”. Y añade: “no precisamente triste, sino algo peor: neutral, indiferente a la Vida. La verdad poética es una de las pocas formas que la vida ha conseguido dar a la verdad para que le resulte vivible.” La imaginación es necesaria para poblar la vida y entenderla mejor o para percibirla más próxima a nosotros; necesaria para ubicarnos en lo reconocible y en lo cercano, y dibujar nuestro entorno con familiares colores humanos. La imaginación es una forma de orientación y de visibilidad. La palabra poética, la palabra de los sentimientos y las sensaciones en que podemos reconocernos los hombres, es, también, la de la imaginación y, por ello, la de las grandes alegorizaciones del mundo humano.

jueves, 15 de diciembre de 2011

DESVANECIDA EN NUESTRO TIEMPO LA NOCIÓN DE VERDAD ÚNICA...


Desvanecida en nuestro tiempo la noción de verdad única, ¿quién podría aún aspirar a decirla o a pretender poseerla? No el ser de palabras, desde luego, quien no puede sino esforzarse en descubrir en su palabra una forma esencial de verdad: subjetiva y parcial, siempre circunstancial, pero, sobre todo, comunicable. “Yo no he inventado nada, no he sido más que el secretario de mis sensaciones”, dice Cioran en De lágrimas y de santos. A partir de sus sensaciones, los seres de palabras escriben. Y ésa es su más extraordinaria potestad: nombrar sus sentimientos que son, también, los sentimientos de todos los hombres. En la medida en que las imágenes creadas por su voz alcancen su espacio social y lo cubran, podremos hablar del más alto destino concebible para el ser de palabras: escribir los símbolos que identifican lo humano dentro del tiempo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

"LA GUERRA DE LAS GALAXIAS"


En la séptima década del siglo XX, las pantallas de cine del mundo entero mostraron asombrosas imágenes de sitios estelares habitados por grupos, en ocasiones humanos, o humanoides la mayoría de las veces, en una visión de ambiciones y luchas trasladadas a un nivel, literalmente, cósmico. El universo entero era forzado a someterse al dominio de enfrentamientos absolutamente humanos. La trilogía de películas La guerra de las galaxias, El imperio contraataca y El retorno del Jedi, dirigidas por George Lucas, crearon un espacio estético que reproducía dos temas muy de nuestro tiempo: la necesaria armonía entre el ser humano y el cosmos, y la defensa de inarraigables ideales democráticos frente a cualquier forma de tiranía.

El primer ideal encarnaba en una frase que se hizo célebre: “¡Que la fuerza te acompañe!...” ¿Qué era la fuerza? Tal vez una referencia a cierta espiritualidad muy de nuestros días: esa nueva conciencia definida como New age (Nueva era), que propone la visión del universo como algo vivo del que nada ni nadie podría permanecer al margen; armonía y energía proyectándose desde el interior de cada ser humano hacia el afuera y desde el afuera sobre cada ser humano.

El otro ideal, defendido en “otro tiempo y en otra galaxia muy, muy lejana...” se relacionaba con varias cosas: la defensa de las libertades frente al autoritarismo, la aceptación de las diversidades frente a toda forma de cosificante igualación, una bondad encarnada en la defensa de autonomías colectivas enfrentada a un mal encarnado en la tiranía y la imposición de un pensamiento único.

En La guerra de las galaxias una de las facetas del mal estaba reflejada aparecía encarnado en una figura que terminaría por hacerse legendaria: Darth Vader: terrorífico personaje a quien el “lado oscuro de la fuerza” había transformado en un ser “mitad hombre y mitad máquina”.

(Muy lamentablemente, casi tres décadas después, Georg Lucas, director de la saga, decidió regresar a aquel momento cuando “todo había comenzado”, y el resultado fueron tres nuevos episodios que dejaron en muchos espectadores -en mí, por lo menos- el mal sabor de lo definitivamente malogrado. Particularmente equivocada resultó la tercera y última de las nuevas películas, La Venganza del Sith, que mostraba al muy maléfico Darth Vader convertido en un rapazuelo imbécil y, a la postre, patético y agonizante despojo en las ardientes corrientes de lava de un planeta mortuorio, de donde era rescatado por un compasivo emperador. Así, tras la inicial y muy certera definición de Darth Vader como humana inhumanidad o máquina con rostro humano, Lucas traducía, treinta años y muchísimos millones de dólares después, la patética versión de un Darth Vader cubierto por un disfraz que no era sino el armazón ortopédico que le permitía, apenas, continuar sobreviviendo).

martes, 13 de diciembre de 2011

ESPERAR QUE ALGUIEN NOS HAGA FELICES...


Esperar que alguien nos haga felices es tan absurdo como esperar que alguien nos ayude a entender o a vivir o a mirar o a percibir o a conocer o a disfrutar...

lunes, 12 de diciembre de 2011

EL JOVEN DUDA...

El joven duda; y, quizás sobre todo, duda de sí mismo. Desconfia de sí y de sus intuiciones. Aparenta saberlo todo y poderlo todo, no temer a nada ni a nadie. No discierne el auténtico ideal del capricho. Mira los caminos de los otros e intuye en ellos su camino. Envidia los dones ajenos sin reconocer sus propios dones. Constantemente pone a prueba su entusiasmo, su autenticidad, su fe. Sólo los años y ciertas pruebas de la vida, podrán enseñarlo a conquistarse a sí mismo, hacerse de una verdad que lo sostenga y termine por imponerse a todo...

sábado, 10 de diciembre de 2011

EL IDEÓLOGO ES ESCLAVO...

     El ideólogo ha abandonado la libertad de las voces para convertirse en un voceador de lo exacto, de lo incontrovertible. Para él no se trata de vivir junto a sus ideas sino de dedicar su vida a una sola idea. Contempla el mundo a través de recetas y breviarios. Pronuncia palabras que no son suyas: pertenecen siempre a otros:  un partido, una iglesia, un jefe...

viernes, 9 de diciembre de 2011

VENEZUELA, EL PAÍS DE LA INHÓSPITA PALABRA


Alguna vez dijo Guillermo Meneses que la escritura era un "camino de perfección": respuesta liberadora para el escritor y hallazgo liberador para el lector. Lo cito: "La literatura ‑el arte todo‑ es un camino de perfección, en el sentido como puede entenderlo cada cual: un camino de perfección que tiene al hombre como fin y principio y, además, un camino de perfección que puede ser seguido por los hombres, todos, en la medida en que cada quién haga lo que está a su alcance para estar presente en lo que el artista ha realizado". La idea de Meneses señalaría, además, que los hallazgos del escritor propician un encuentro entre él y ese lector que, leyéndolo, reconoce mucho de sí y de su propio universo en esa palabra escrita por otro. En el caso de la moderna novela venezolana, ese encuentro o autodescubrimiento pareciera darse, principalmente, en la desorientación o el agobio. Catarsis a la inversa: revelación en medio de la incertidumbre. Camino de perfección que pareciera evocar sólo la imperfección; camino desorientador. A fin de cuentas, no camino: itinerario o trayecto siempre confuso y desconcertante en el que se cruzan sin cesar el avance y el regreso, la vuelta atrás y el recomienzo, la búsqueda y el extravío, el hallazgo y la inconclusión.

Américo Arlequín, uno de los personajes de La misa de Arlequín, escribe, él mismo, su propia novela, un texto que abarca tanto su vida como la historia venezolana. Dos recorridos, dos construcciones verbales: uno compuesto por muy fragmentarias y pintorescas visiones del pasado nacional; el otro conformado por diversas visiones y recuerdos de la propia vida del personaje Américo Arlequín. Las imágenes saltan de una referencia a otra. Se mueven de lo individual a lo colectivo. Ambos niveles, el personal y el histórico se entremezclan, se suceden, se interrumpen, se reencuentran. El lector contempla esa relación entre la ficcionalizada memoria de una existencia individual y la ficcionalizada memoria de un tiempo colectivo y extrae sus propias conclusiones. ¿Comunicación de formas? ¿Cercanía de signos? ¿Emparentamiento de resultados? En todo caso, semejanza en la respuesta que las dos memorias suscitan: el rechazo. El lector rechaza la vida de Américo Arlequín, así como la de casi todos los otros personajes que aparecen en la novela de Meneses; y rechaza, también, esa obra, en ocasiones trágica y, en ocasiones bufa, que es la historia de Venezuela protagonizada por Arlequín.

Arlequín, mimo y clown, representa la historia del país en algunos de sus episodios más grotescos o inverosímiles, como el del negro esclavo Miguel que se proclamó rey a las riberas del río Buría y nombró entre los otros esclavos que lo acompañaban a su corte de dignatarios, de obispos y de príncipes. O como ese episodio titulado el “Ballet de los coroneles”: una ridícula farsa de muchos militares convertidos en políticos o en tiranos, o en ambos a la vez. En fin, el itinerario del país protagonizado por Arlequín es el del ridículo sainete, el del gran teatro de la irrisión; no un teatro del mundo a la manera de Calderón de la Barca: la vida toda concebida como representación en la que los seres humanos jugamos un rol, sino la historia y el tiempo disfrazados, exclusivamente, con el ropaje de lo grotesco, de lo ridículo.

En La misa de Arlequín están presentes varios de los signos entrevistos en las diversas novelas leídas. Está presente el vacío de la desolación junto al lleno de la caricatura, la oquedad de las ilusiones y la plenitud de los escarnios. Está presente, también, la intemperie; intemperie de épocas y de experiencias colectivas e individuales, vividas en la incertidumbre y en la agonía. Está presente la crudeza de un universo dibujado desde el escondrijo, el rincón, el oscuro recoveco. Está presente, por último, la paradoja: el fracaso que se regodea en el fracaso, la humillación indiferente ante sí misma.

     Una novela es, por sobre cualquier otra cosa, la creación de un universo; un espacio en el que suceden cosas, habitado por personajes, gobernado por leyes. Un mundo que, para quien lo lee, para quien se acerca a él y lo recorre, puede resultar habitable o inhabitable, acogedor u hostil. Habitable es lo cálido, lo armonioso, lo cobijante y predecible. Habitabilidad tiene que ver con la fiabilidad de ese lugar en el que moramos. Habitable es el territorio donde nos movemos en confiada libertad porque nada en él luce amenazante o impredecible. Habitable es esa condición esencial que los seres humanos necesitamos percibir en nuestro entorno para poder hacer de él morada. En lo novelesco, habitables resultan los mundos de ficción de firmes construcciones y densos paisajes; poblados de rostros nítidos de expresiones precisas; regidos por leyes claramente perceptibles, fácilmente identificables. La habitabilidad pareciera perderse o desvanecerse en ficciones de muy prevalecientes diseños de inadecuación, incomprensión o extrañeza. No lucen, quizá, habitables esas novelas de personajes imprecisos y fugaces, de leyes poco definibles y de espacios permanentemente degradados: intemperies desorientadoras o muy reiteradas superficies de agobiante encierro. 

La abundancia de confundidos personajes al interior de confusos escenarios como los que propone José Balza, Salvador Garmendia con sus pausadas descripciones de mínimos supervivientes urbanos, Guillermo Meneses con sus autodestructivas confusiones y sus interminables fracasos, las verbalizaciones monstruosamente totalizantes y monstruosamente confusas de Britto García, González León con sus visiones de repetidos tiempos siempre condenados, Denzil Romero y sus interminables sumas de ingeniosidades y delirantes anecdotarios... Postulaciones, todas, de la inhabitabilidad hecha ficción, de la hostilidad fantaseada, de lo inhóspito convertido en fábula. Construcciones verbales de una ética de la inconformidad y del desánimo asentada sobre muchas irritadas vigilias y sobre mucha lucidez condenatoria; recreaciones de una ética de lo precario y lo furtivo que pareciera cobrar forma en esa atroz revelación expresada por el personaje de Viejo de González León: “Nadie canta victoria en este insomnio maldito”. En suma: una moral de la inconformidad expresada a través de una estética de lo inhóspito, algo que en Venezuela ha llegado a traspasar el ámbito de lo puramente narrativo hasta invadir otros universos estéticos. Como, por ejemplo, el de un cine nacional que, desde hace décadas, no cesa de insistir, obsesiva e interminablemente, en la construcción de códigos de marginalidad y de violencia delincuente volcados sobre monótonas galerías de personajes siempre semejantes: seres infractores y transgresores; pero, por sobre todo, seres trágica y tempranamente vencidos.

En su libro Contra la interpretación[1], Susan Sontag comenta la opinión de la novelista francesa Nathalie Sarraute, según la cual “el genio de nuestra época es la suspicacia”. Maurice Blanchot, otro francés, ha dicho que cada vez más "escritores se encuentran en la cómica situación de no tener nada que decir". Desear escribir y no saber muy bien de qué; no tener nada que decir y, por ello no hablar de nada en particular. No creo que ni la suspicacia, a la cual la Sarraute califica de “vicio dominante” de nuestro tiempo; ni, tampoco, el hastío al que se refiere Blanchot, estén presentes en las distintas novelas a que he hecho referencia en estas páginas. Quizá en nuestro país existan todavía muchas cosas por identificar. Permanezca, aún, mucho por bautizar. Los escritores desean ser testigos. Testigos que creen todavía en su potestad para nombrar, inventar y, sobre todo, para criticar y condenar. No parecieran pertenecer a los novelistas venezolanos ni la suspicacia ni el aburrimiento. Suyas son otras cosas: la soledad y el descorazonamiento, el desconcierto y la inquietud, el desasosiego y la condena, la incertidumbre y el desarraigo; y, frecuentemente también, la ira, la rabia, la desesperación.

Muchas interrogantes nos han acompañado a los venezolanos por mucho tiempo. ¿Qué somos? ¿Qué nos identifica? ¿Cuáles son nuestros orígenes? ¿Cuáles son nuestros espacios? ¿Cómo nos percibimos dentro de esos espacios? Cabría, quizá, reformular algunas de esas preguntas para poder avizorar sus posibles respuestas: ¿por qué los venezolanos nos percibimos tan negativamente? ¿Por qué son tan confusos nuestros espacios? ¿Por qué lucen, a veces, tan débiles nuestras referencias? ¿Por qué nos rodean tantas contradicciones? ¿Por qué tanta ausencia de nortes, tanta falta de centro, tanta vislumbrada errancia, tantos desdibujados itinerarios en torno nuestro?

Las más significativas novelas escritas a lo largo de las décadas que acompañaron las transformaciones de la modernidad venezolana, parecieron haberse esforzado en responder, cada una a su manera, algunas de esas preguntas. La mayoría grita desde sus páginas mucho rechazo, mucha confusión. Está presente en ellas, desde luego, un inconformismo alrededor del cual todo pareciera gravitar. Pero lo más peculiar es que, en medio de tantas enfáticas entonaciones, resulta a menudo evidente cierta contradicción entre la presencia de una voz que denuncia y esa misma voz que pareciera dudar de su poder para denunciar; que lo estentóreo de la expresión se relacione tan frecuentemente con lo subrepticio y confuso de las intenciones. A veces, distingo en algunas de esas novelas la forma de un acertijo, acaso un remedo de ese inmenso acertijo que nunca ha dejado de ser el tiempo que hemos ido construyendo los venezolanos.


[1] Barcelona, Seix Barral, 1984

miércoles, 7 de diciembre de 2011

BOLÍVAR , VENEZUELA Y LA MUJER DE LOT


     Se cuenta en la Biblia que el castigo de la mujer de Lot fue permanecer para siempre convertida en una estatua de sal. Fue su penitencia a un pecado: mirar atrás. Mirar atrás puede sugerir varias cosas: fijación obsesiva sobre lo que ya ha transcurrido, negarse a avanzar hacia adelante: hacia el futuro, el porvenir. Un bloque de sal ‑cosa inerte, muerta‑  encarna la desvitalización del recuerdo; de alguna manera: la petrificación de la mirada. La pasividad de la memoria transforma la evocación en culto; cosifica un tiempo que deja de ser recuerdo para convertirse en sola referencia. Obsesión. Idea única.

     Una de las cosas que primero llamaría la atención a cualquiera que por vez primera llegase a Venezuela sería la presencia constante, recurrente y obsesivamente repetida de la figura de Bolívar. Su imagen aparece, inagotable, por todos lados: en la moneda nacional; en los retratos de todas las oficinas públicas, de todos los ministerios, de todos los liceos; en las innumerables esculturas que nos contemplan desde las "plazas Bolívar" repartidas a lo largo y ancho del país. Frases de Bolívar se citan en todo momento. Las dicen los políticos. Las repiten los intelectuales. Las declaman los locutores de radio y de televisión. Las muestran las vallas publicitarias. Las proclaman, convertidas en graffitti, paredes de pueblos y ciudades. El recuerdo del héroe, las alusiones a sus obras y a su pensamiento, aparecen, vociferantemente presentes, en todos los lugares, en todas las circunstancias.

     Cualquier típica biografía del Libertador para uso escolar, distingue, al igual que las de las vidas de santos o de humanizadas deidades, dos etapas: una privada, de abundantes testimonios apócrifos que se revisten de leyenda  ‑el golpe de la pelota del joven Simón al sombrero del futuro Fernando VII, por ejemplo‑; la otra pública, mucho más conocida, permanente fuente de inspiración, ejemplo para todo y para todos. La sacralización del Libertador se acompaña de un catecismo bolivariano: fundamental breviario de donde se extraen moralejas y enseñanzas, ejemplos y consejas. Sobre este catecismo ha terminado por articularse una especie de conciencia nacional, de moral de uso público.

     Un culto bolivariano supone la presencia de una moral bolivariana: ética que gira alrededor de todo cuanto provenga del Libertador. Bolívar es el gran político, el máximo estadista, el sublime legislador, el inigualable militar, el incomparable educador. Cualquier virtud imaginable se asocia a su figura. El culto bolivariano ha convertido a Bolívar en figura sobrenatural, venida a nuestro país casi a "sufrir por nosotros", a "darnos la libertad", a "redimirnos". Nuestra ruidosa historia oficial nos recuerda constantemente que todos sus bienes los perdió en esa empresa. Recuerda, también, cómo la muerte del Libertador llegó en medio de la ingratitud de los hombres de su tiempo. De hecho a los venezolanos se nos enseña desde la escuela a expiar una especie de culpa adánica: la de haber negado a Bolívar. Seguir a Páez dándole la espalda al Libertador es nuestro pecado original de nación. Fuimos una especie de pueblo elegido que conoció el inmenso privilegio de tener un Mesías que naciese en él y, sin embargo, lo negamos; no supimos estar a la altura de semejante privilegio. La imagen de un Bolívar empobrecido y enfermo que abandona el país para siempre, que muere solo en Santa Marta, en la casa de un español, atendido por un médico francés, lejos de Caracas, lejos de Venezuela, lejos de todos, acompaña en simbólico signo de culpabilidad y deshonor el origen republicano de Venezuela: allí pareció comenzar el errático destino nacional: ése fue el principio de nuestra incapacidad como país, de nuestra impotencia de patria.

     En situaciones difíciles para pueblos y culturas, la sublimación del pasado puede ser algo tan motivante como el compartir metas e ideales comunes. Se trata de galvanizar voluntades sobre la admiración de un pasado enaltecedor. En Venezuela otorga dividendos utilizar a Bolívar. El Libertador da respetabilidad a quien lo usa. Es patriótico citar sus máximas. Es ejemplar y es cívico afirmarse como su incondicional devoto. Gobierno tras gobierno, caudillo tras caudillo, nuestro tiempo histórico republicano reeditaba, multiplicaba, añadía y aumentaba el estereotipo de un Bolívar semidivino. Cada autócrata utilizó, en su beneficio, la leyenda del grande hombre y le añadió a ella su propia cercanía. Guzmán Blanco se hizo llamar el Regenerador. Editó un medallón de dos caras, cada una de las cuales contenía un perfil: uno ‑claro, está‑  el suyo propio; el otro, el de Bolívar. Cipriano Castro fue el Restaurador que decía inspirar de Bolívar su exaltado patriotismo contra las potencias europeas que, prepotentes, venían a cobrar por la fuerza viejas deudas. Gómez fue el Rehabilitador y se dice que sus áulicos alteraron en un día la fecha de su muerte para hacerla coincidir con la del Libertador: el 17 de diciembre. Hace algunos años, al morir Rómulo Betancourt, se lo llamó Padre de la Democracia e, inmediatamente, se lo equiparó con Bolívar ‑el Padre de la Patria‑  (lo que, dicho sea de paso, expresivamente señala hasta qué punto los venezolanos siempre pareciéramos estar buscando un padre sobre el que cimentar hitos de patriótica grandilocuencia: nuestras referencias dignificantes  comienzan siempre con la identificación de un padre). Definitivamente el ser comparado con Bolívar es, ha sido siempre y continuará siendo, la máxima ofrenda, el atributo sublime, para cualquier hombre público venezolano. 

     Otras características del culto al Libertador se relacionan con esa peculiaridad de nuestra tradición cultural que nos lleva a la hipervalorizar los hechos de guerra. Nuestras veneraciones históricas recaen mucho más a menudo sobre el hombre de  armas que sobre el hombre de letras. Historia la nuestra de hombres y hechos; historia de gestos, o mejor, historia que venera los gestos de algunos hombres. Los venezolanos, hemos terminado por hacer con Bolívar aquello que preconizaba Carlyle en relación a los héroes: convertirlos en máxima referencia, en ideal, en aspiración suprema. La admiración hacia el ejemplo de sus grandes hombres es para todo pueblo mucho más importante  ‑decía Carlyle‑  que cualquier ideología. En el caso venezolano, mucho más que la Constitución Nacional, nuestra referencia colectiva final es Bolívar. "Hombres ideales" o "Héroes" llamó Carlyle a quienes lograban encarnar los más altos ideales de una nación o una cultura. Según Carlyle no existía constitución ni legislación que pudiesen competir con la eficacia patriótica de estos "hombres ideales". En la premisa de Carlyle: "Hallad en un país cualquiera  el hombre capaz que pueda existir allí; elevadle a la dignidad suprema, y lealmente reverenciadle: ya tenéis un gobierno perfecto para ese país" pareciéramos los venezolanos haber inspirado la mayor parte de nuestro itinerario político nacional. De allí la causa de que el personalismo haya sido su rasgo más característico. 

     

martes, 6 de diciembre de 2011

EL MUNDO: A VECES, CERCANO; OTRAS, LEJANO, LEJANÍSIMO...


El mundo: a veces, cercano; otras, lejano, lejanísimo. En ocasiones, familiarmente comprensible; otras, indescifrable, amenazador incluso. Me supera. Me desconcierta. Me abruma. Lo vivo: aceptándolo o padeciéndolo, rehuyéndolo o enfrentándolo. Acompaño su armonía o confronto su rigor desde el lugar de mi conciencia: ese sitio donde todo pasa a hacerse significado; más que un espacio, una paulatina e interminable construcción.

     El mundo va por su lado y mis comprensiones de él por el suyo; pero estoy forzado a apoyarme en mis comprensiones y entender las cosas desde mi perspectiva. Item perspectiva era una voz latina que significaba “mirar a través”: noción relacionada con la natural abstracción de la mirada; pero, sobre todo, con una manera de ver las cosas desde nosotros mismos: desde eso que es y ha sido nuestro tiempo, desde los recuerdos de nuestras vivencias y de tantas y tantas paradojas como las que habitan en nuestro espíritu.

     Una aceptada definición de eso que se llama paranoia es la de acogernos, a la hora de tratar de entendernos con el mundo, a un sistema personal de interpretaciones hecho de recuerdos, espejismos y obsesiones. El paranoico toma la realidad y la introduce en el diseño de sus miradas, deformándola en beneficio de su individual manera de entender. Cabría concluirse que todos los seres humanos tenemos algo de paranoicos, o que sin cierta dosis de paranoia, nos sería absolutamente imposible la supervivencia.

domingo, 4 de diciembre de 2011

EL DEL EDÉN FUE EL TIEMPO...


El del Edén fue el tiempo de una felicidad humana apoyada en la absoluta cercanía con lo natural. La aparición de la inteligencia y sus signos: ambición, curiosidad, soberbia, señaló la diferencia entre hombres y animales. Diferencia cuyo principio fue la aparición de las palabras: primer signo de la lejanía entre el hombre y lo natural. El ser humano ya no podría vivir feliz e ignorante como los animales porque entre el mundo y él se interponían las palabras. Sólo al comenzar a hablar los hombres se hicieron humanos.

sábado, 3 de diciembre de 2011

LA ESCRITURA SE CONVIERTE EN AQUELLO EN QUE LA CONVERTIMOS...

     La escritura se convierte en aquello en lo que la convertimos. Puede ser clandestinidad: ejercicio más o menos marginal, más o menos subrepticio sobre el que exorcisar arraigados fantasmas personales. Puede ser conflicto: paralelo hermano de otros conflictos. Pero puede también ser afirmación y apoyo: signo con el que trazar desciframientos, intuiciones, comprensiones, curiosidades... Esa ha sido siempre mi opción frente a ella.

jueves, 1 de diciembre de 2011

IRMA, LA FOTOGRAFÍA Y LA ESCRITURA...


Hablar de fotografía significa para mí evocar un paréntesis muy personal de mi vida, cuando la afición fotográfica llegó a convertirse en una auténtica obsesión. Era el año 1977. Había finalizado mi carrera universitaria y obtenido una beca para realizar estudios de postgrado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. E iba, con Irma, mi mujer, a vivir allí por dos años. Una de las primeras cosas que hice al llegar fue comprar una cámara que se convertiría en instrumento inseparable. París comenzó por ser el destino de muchísimas fotos que durante los fines de semana, y siempre acompañado de Irma, testimoniarían pasos y paseos. Creía, sentía, que la fotografía había llegado a mi vida para siempre. Recuerdo muy bien el momento en que me dirigía a recoger las fotos ya reveladas, y la maravillada sorpresa que significaba contemplar aquellas imágenes que me trasladaban al momento en que había disparado el obturador, como una especie reencuentro con una nueva y más clara verdad de él.

En mis fotografías, tomadas también a lo largo de los numerosos viajes que hicimos en esos años mi mujer y yo, encarnaba una imperiosa necesidad por dejar constancia de miradas, descubrimientos y asombros que nos pertenecían tanto a ella como a mí. Descubrir el mundo junto a alguien; esto es: lo que vemos, compartirlo con cierta persona particular, hacer de nuestros descubrimientos proximidad al lado de ese ser que se hace compañía necesaria, otredad que nos sostiene y que llega a ser parte de nuestro rumbo y de nuestro destino. Y aceptamos que sin esa persona seríamos sólo la mitad de algo, apenas un trazo de un ausente todo.

Una vez que terminó la experiencia de París terminó mi pasión por la fotografía tan abruptamente como había llegado. De mis aventuras fotográficas sobrevivieron varios álbumes que recogían la memoria de todo un tiempo convertido en imagen. Ya de nuevo en Caracas llegarían los hijos, y, junto a ellos, la fotografía mantuvo aún por algún tiempo su carácter testimonial: recoger la existencia de esos niños que, de día en día, crecían y cambiaban. Fue el último momento en que la fotografía tuvo un significado. Daría luego paso a una escritura que iba ocupando, con creciente fuerza irresistible, todos los espacios.

¿Por qué se desvaneció tan abruptamente mi pasión por la fotografía? Me lo he preguntado muchas veces. Con los años creo haber dado con la respuesta: tomar fotografías suele significar proponernos captar algún determinado fragmento de lo exterior a través de una imagen precisa, mientras que escribir supone traducir el mundo y traducirnos dentro del mundo en medio del orden de nuestras voces.

Escritura y fotografía: ésta obliga al contacto rápido, a la inmediata comunicación con ese momentáneo afuera que velozmente se disipa. La escritura, por el contrario, me obliga a permanecer en mí, rodeado o protegido por una superficie de palabras. Si la fotografía es el arte de Cronos, la expresión de una fugaz contundencia de cierto momento; la escritura, es el arte de Kairos: forma del tiempo irreal de una conciencia reagrupándose alrededor de esas voces que buscan un sentido.

Por cierto que así como Irma en su momento tuvo muchísimo que ver con mi pasión por la fotografía, también habría de estar muy cercana a mis descubrimientos de una escritura que iba, poco a poco, haciéndose territorio mío, cobijante morada. Compañera hacedora de siempre acogedores espacios, una vez más Irma hizo posible para mí la creación de un lugar en el que apartarme de una exterioridad que, con mucha facilidad, se convertía en intemperie: ajena versión de cuanto es azariento y desvanecedor.