En la séptima década del siglo XX, las pantallas de cine del mundo entero
mostraron asombrosas imágenes de sitios estelares habitados por grupos, en
ocasiones humanos, o humanoides la mayoría de las veces, en una visión de
ambiciones y luchas trasladadas a un nivel, literalmente, cósmico. El universo
entero era forzado a someterse al dominio de enfrentamientos absolutamente
humanos. La trilogía de películas La guerra de las galaxias, El
imperio contraataca y El retorno del Jedi, dirigidas por George
Lucas, crearon un espacio estético que reproducía dos temas muy de nuestro
tiempo: la necesaria armonía entre el ser humano y el cosmos, y la
defensa de inarraigables ideales democráticos frente a cualquier forma de
tiranía.
El primer ideal encarnaba en una
frase que se hizo célebre: “¡Que la fuerza te acompañe!...” ¿Qué era la fuerza?
Tal vez una referencia a cierta espiritualidad muy de nuestros días: esa nueva
conciencia definida como New age (Nueva era), que propone la visión del
universo como algo vivo del que nada ni nadie podría permanecer al margen;
armonía y energía proyectándose desde el interior de cada ser humano hacia el
afuera y desde el afuera sobre cada ser humano.
El otro ideal, defendido en “otro
tiempo y en otra galaxia muy, muy lejana...” se relacionaba con varias cosas:
la defensa de las libertades frente al autoritarismo, la aceptación de las
diversidades frente a toda forma de cosificante igualación, una bondad
encarnada en la defensa de autonomías colectivas enfrentada a un mal encarnado en
la tiranía y la imposición de un pensamiento único.
En La guerra de las galaxias una de las
facetas del mal estaba reflejada aparecía encarnado en una figura que
terminaría por hacerse legendaria: Darth Vader: terrorífico personaje a quien
el “lado oscuro de la fuerza” había transformado en un ser “mitad hombre y
mitad máquina”.
(Muy lamentablemente, casi tres décadas
después, Georg Lucas, director de la saga, decidió regresar a aquel momento
cuando “todo había comenzado”, y el resultado fueron tres nuevos episodios que
dejaron en muchos espectadores -en mí, por lo menos- el mal sabor de lo
definitivamente malogrado. Particularmente equivocada resultó la tercera y
última de las nuevas películas, La Venganza del Sith, que
mostraba al muy maléfico Darth Vader convertido en un rapazuelo imbécil y, a la
postre, patético y agonizante despojo en las ardientes corrientes de lava de un
planeta mortuorio, de donde era rescatado por un compasivo emperador. Así, tras
la inicial y muy certera definición de Darth Vader como humana inhumanidad o
máquina con rostro humano, Lucas traducía, treinta años y muchísimos millones
de dólares después, la patética versión de un Darth Vader cubierto por un
disfraz que no era sino el armazón ortopédico que le permitía, apenas, continuar
sobreviviendo).