lunes, 25 de junio de 2012

SOBRE LA PELÍCULA "EL LABERINTO DEL FAUNO"...


Imaginación como una posibilidad de crecimiento, de aprendizaje y de plenitud para el imaginador; y aún más, mucho más: una forma de permitir la supervivencia. Tal es el tema de la película El laberinto del fauno (2006), del director Guillermo del Toro, ambientada en la España del año 1944. Para el momento en que transcurre la historia han pasado ya cinco años de la derrota de la República, pero aún resisten al franquismo pequeños grupos de guerrilleros rebeldes. Un personaje, el capitan Vidal, encarna el poder de las fuerzas fascistas. Es el brutal rostro de la autoridad. Sus rasgos son una caricatura de lo quintaesenciadamente militar. Y sus complicadas y muy futiles rutinas (su diario afeitarse con una afilada navaja y al son de una música militar, su lustrar sus siempre relucientes botas, su peculiar parsimonia al dar cuerda a su inservible reloj de bolsillo -que conserva marcada la hora de la muerte del padre en el frente de Marruecos, durante las guerras coloniales españolas en el norte de África-, su impecable estiramiento al vestir su uniforme) son, todas, reflejo de su cotidianidad desquiciada. También están sus peculiares manías, como su fantasía de que el hijo por nacer sólo podría ser varón y, claro, futuro militar.

En repetidas oportunidades a lo largo de la película, la esposa de Vidal repite una frase: “Necesitamos al capitán”. Necesitar a Vidal o ser protegido por él: una opción imposible. Frente a Vidal sólo es posible el enfrentamiento o la lejanía. Su brutalidad, rayana en el sadismo, más allá de cualquier ideología o patriotismo, lo define sólo en su inhumanidad. (¿Inhumano o infrahumano? También los héroes pueden ser mucho menos que humanos). Para sobrevivir a Vidal, su hijastra Ofelia, protagonista de la película, se sumerge en un mundo de fantasía. Desgraciadamente, es muy previsible el desenlace de esta opción: la imaginación no permite a Ofelia eludir el universo de horror que la rodea, y termina asesinada por Vidal. Sin embargo, su muerte anticipa la de su padrastro, ajusticiado a su vez por los guerrilleros. Su postrero y muy altanero gesto: exigir que le permitan cumplir su deseo de estrellar su reloj de bolsillo para que su hijo recién nacido pueda conocer la hora de su muerte, y repetir, así, el gesto de su padre, le es negado. La frase de la guerrillera: “Tu hijo ni siquiera sabrá tu nombre”, señala la peor de las maldiciones para Vidal: el olvido: no ser nunca memoria para nadie.

El culto a lo heroico acaso sea la más representativa característica de un universo castrense apoyado en las muy peculiares rutinas de un universo que proscribe la complejidad individual; saturado de uniformes y uniformidades, de estandartes e himnos, de obediencias y consignas, de códigos convertidos en estereotipos frecuentemente deshumanizadores.

domingo, 24 de junio de 2012

LA UNIVERSIDAD DEFORMA SUS OBJETIVOS...

     La Universidad deforma sus objetivos y hasta la misma razón de su existencia en la reiteración de algunos errores: la vinculación a un sentido estrecho de lo político, por ejemplo; la identificación demasiado cercana a la avidez industrial. El reto de las universidades, hoy, es definir rumbos nuevos que disientan de dos inercias: una, la de un revolucionarismo torpe, ritualizador de envejecidas contraseñas políticas; la otra, tal vez deformada respuesta a lo anterior, es la inercia del cientificismo: limitada letanía de catecismos tecnocráticos. (Analogizar universidades con institutos de investigación tecnológica puede ser, a fin de cuentas, tan aberrante como destinarlas a ser fábricas de guerrilleros o depósitos de políticos).

viernes, 22 de junio de 2012

INTERMINABLES PARADOJAS DEL CAMINO...


Interminables paradojas del camino: en él los aciertos conviven con los errores y las derrotas nos acercan a victorias que lucían imposibles.

     Los fracasos se convierten en impulso hacia genuinos avances.

     Vivimos la alegría junto a la tristeza y sabemos de la fortaleza tras intuir la debilidad.

     El tiempo inhóspito deja paso a la cotidianidad cobijante y la áspera intemperie llega a transformarse en acogedora morada.

     Reconocemos lo deseable tras saber qué nos repugna.

     Somos fuertes y, a la vez, débiles.

     Aceptamos eso que somos sabiendo que siempre existirán muchas cosas que no podríamos aceptar de nosotros.

     Nuestras frustraciones iluminarán posibles futuras alegrías, nuestros presentes extravíos podrían convertirse en venideras certezas y nuestras actuales convicciones augurar próximos desconciertos. Lo que más creemos saber acaso sea lo que más groseramente ignoramos, lo que más nos atemoriza tal vez sea lo que menos nos desoriente y lo que más nos exalta pudiera ser eso que con mayor fuerza nos condene a la confusión.

jueves, 21 de junio de 2012

ESPERAR QUE ALGUIEN NOS HAGA FELICES...

     Esperar que alguien nos haga felices es tan absurdo como esperar que alguien nos ayude a entender o a vivir o a mirar o a percibir o a conocer o a disfrutar...

martes, 19 de junio de 2012

EL INTELECTUAL VIVE EN MEDIO DE...

     El intelectual vive en medio de dos pulsiones: la lucidez y la imaginación. La primera le lleva a identificar lo que ve; la segunda lo conduce hacia lo que le gustaría ver. Es, a la vez, un crítico y un utopista. De su mirada crítica suele originarse su visión utópica. Algunos de los más grandes sueños de la humanidad pudieron nacer de intelectuales que, insatisfechos frente a lo que los rodeaba, se propusieron imaginar ese mundo con el que hubieran querido rodearse.

domingo, 17 de junio de 2012

ES YA UN LUGAR COMÚN ENCABEZAR CUALQUIER CATÁLOGO DE PELÍCULAS...

     Es ya un lugar común encabezar cualquier catálogo de películas con la cinta El ciudadano Kane (1941). No me agradan los estereotipos, pero quizá no sea del todo desacertado acatar éste. Y ya que menciono estereotipos, hablaré de dos de ellos mostrados por el celebérrimo filme de Welles, relacionados, ambos, con el tema del tiempo: uno, la nostalgia por la infancia; el otro, el paso de los años como decadencia. El primero resulta bastante arbitrario: ninguna época de la vida garantiza la felicidad; felicidad y desdicha nos acechan, por igual, en cualquiera de ellas. La infancia, esa edad de la que suele decir que es la mejor de todas porque nada hay en ella que pueda preocuparnos, no es sino una más de las etapas por las que atravesamos: ni mejor ni peor que otra, aunque, eventualmente, terrible en su indefensión, en su dependencia de un universo adulto casi siempre lejano y casi nunca comprensible. El segundo estereotipo, el de la edad concebida como progresiva decadencia, sí que nos rodea constantemente; y el filme de Welles lo reproduce en esas numerosas y largas escenas de acumulaciones de objetos preciosos e inútiles, atiborrando todos los aposentos de Xanadú, la mansión donde agoniza Charles Forster Kane, gran magnate de la prensa norteamericana. Entre la feliz infancia de Kane, cuando éste era sólo un niño que jugaba despreocupadamente en la nieve con su trineo “Roseboud”, y el momento de su muerte, en una horrorosa mansión abarrotada de todas las posesiones que Kane logró acumular en vida, casi como un patético remedo de las tumbas de los antiguos faraones, media una versión de la decadencia: ésa que habla de sucesiones de actos y decisiones que, sin una ética que los acompañe, sólo logran sumar error, fracaso y derrota.

jueves, 14 de junio de 2012

VENEZUELA, NACIÓN DE CENTROS DESDIBUJADOS Y ASIDEROS AUSENTES


 En su libro La institución imaginaria de la sociedad[1], Cornelius Castoriadis dice que “toda vida social tiene algo que expresar”. Y que “la historia es imposible e inconcebible fuera de la imaginación...” O sea: la historia de una nación, los itinerarios que ella ha ido construyendo en el tiempo, están muy relacionados con ciertas imágenes que esa nación proyecta de sí misma; con los dibujos o representaciones en los que se define y se muestra. Siempre según Castoriadis, esas imágenes, esos dibujos suelen identificarse con algunas instituciones-símbolos en las que encarnan la organización y la legalidad social, emblemas de eso que Castoriadis llama la “racionalidad” colectiva.

     Una sociedad que no cree en sus instituciones fundamentales, que desconfía de ellas y las contempla con permanente indiferencia o burlesco escepticismo es una sociedad desorientada, confusa ante su pasado y su presente, recelosa de sus huellas dentro del tiempo. Venezuela pareciera ser un país incrédulo ante todo cuanto pueda representarla institucionalmente. De alguna manera, y prosigo con los razonamientos de Castoriadis, los venezolanos nunca pareciéramos haber actuado “racionalmente” ante nuestras principales construcciones colectivas. Somos una nación de centros desdibujados, de asideros ausentes. Nos arropan muy pocas tradiciones. Sentimos tal vez que, como nación, nos movemos y nos hemos movido siempre al margen de las referencias, más allá de las hilvanaciones, lejos de las consolidaciones, fuera de los espacios tallados por una tradición.


[1] Madrid, Tusquets editores, 1983

martes, 12 de junio de 2012

NUESTRO MUNDO ES, CADA VEZ MÁS...


     Nuestro mundo es, cada vez más, empequeñecido y atiborrado espacio; con muy pocos lugares fuera del alcance de las miradas, con menores diferencias entre las cosas. La similitud termina por convertirse en secuela de la cercanía: lo que está aquí existe también allí, lo que sucede aquí se repite por doquier, lo usual en un lugar lo es en casi todos los lugares. Pero en medio de tantas igualdades y reiteraciones, casi como una especie de llamativa paradoja, dentro de ese espacio nuestro tan global y empequeñecido y semejante, se multiplican las peculiaridades y proliferan las divergencias. En medio de tantas similitudes, existe, cada vez más urgente, el apremio de lo personal, la mitificación de lo diferente, la propensión hacia lo particular, la idealización de lo único. Los seres humanos, que nos parecemos cada vez más unos a otros, no cesamos de idealizar la individualidad y lo individualizado. Y así, la interminable variedad de imposibilidades, lejanías, aislamientos e irrealidades que rodean a todo ser humano contemporáneo y lo obligan a contemplar el mundo en medio de una ausente pasividad, chocan con la generalizada ilusión de que cada individuo pueda llegar a convertirse en protagonista de sus circunstancias y crecer hasta el tamaño de sus sueños. Rodeados por cifras y anónimas estadísticas, por rostros multitudinarios y confusos, los seres humanos convertimos la imagen de lo individualmente singular en conjuro contra la desidentificación; una forma de preservarnos ante lo desesperantemente homogéneo. Ser diferentes y ser originales, destacar gracias a logros y acciones propias, ser percibidos como individualidades próximas a sus propósitos y convicciones, lograr superar las imposibilidades que a todos parecieran rodearnos: ideales alusivos a un mismo anhelo de diferenciadora separatidad.

domingo, 10 de junio de 2012

LA ESCRITURA AUTOBIOGRÁFICA PARECIERA COINCIDIR...

     La escritura autobiográfica pareciera coincidir con cierta moda de nuestra modernidad crepuscular: creer sólo en lo que vemos, sentir que es real lo que podemos contemplar con nuestros propios ojos. Popularidad cercana, además, a esa muy contemporánea necesidad de estar siempre informados de cuanto suceda a nuestro alrededor, de creer que sabemos las cosas si las vemos y de creer, exclusivamente, en lo que vemos. En las opciones que muestra un yo autobiografiado, el lector presume una confidencia y una verdad que, acaso, puedan permitirle justificar sus propias razones. La autobiografía ha terminado, así, por convertirse en uno de los géneros más populares de un tiempo como el nuestro donde los seres humanos tanto nos esforzamos por descifrarnos.

sábado, 9 de junio de 2012

LA VOZ HUMANA HABLA EN LA FUGAZ PRONTITUD...


La voz humana habla en la fugaz prontitud de un decir generalmente plegado a los estados de ánimo del hablante: puede –y suele- impregnarse de pasión o de serena frialdad, ser grito confuso o balbuceo indistinguible, hacerse impecable hilvanación de razones o brusca interjección de titubeos. La voz humana se hace eco de sus ahoras y a ellos se asemeja. La escritura, por el contrario, vive más por sí misma, al margen de las circunstancias que la generaron y dentro de un universo de formas propias ajenas a cuanto no sea el sentido de su diseño verbal. La escritura genera en sí misma sus propias relaciones. Señala sus ecos y proyecciones, antecedentes y descendencias. Vive junto a sí misma, apostando siempre a una posible perennidad que la distinga y realce.

miércoles, 6 de junio de 2012

EN VENEZUELA UNA HISTORIA OFICIAL...

     En Venezuela una historia oficial pareciera haberse convertido en espejo didáctico encargado de reflejar sólo referencias impecables. Los venezolanos aprendemos desde la escuela que la historia nacional válida está compuesta por sumas de escuetas porciones de tiempo. En esos fragmentos se nos enseña a autorepresentarnos, a proyectarnos, a recrearnos. Como especie de paradigma supremo, de instante cenital, el momento de la Emancipación ha cumplido siempre la difícil función de absorber las frustraciones del presente. El juego especular es sencillo: se hace lucir al presente como reflejo desvirtuado  ﷓contrario incluso﷓  de un pasado extraordinario que nos situaba a la cabeza del continente latinoamericano. Si bien como mecanismo dignificador, el artificio puede cumplir su cometido, como iluminación de nuestro ayer, él posee un grave inconveniente: nos desvirtúa. Deformando y  esquematizando nuestro recuerdo, los venezolanos hemos terminado por limitar nuestra historia. Conscientemente hemos olvidado. Voluntariamente parecimos proponernos borrar de nuestro rostro histórico rasgos que eran nuestros, que nos pertenecían y que -por eso mismo- nos definían. Así, las referencias a nuestro pasado suelen ser mediatizadas por curiosos enmascaramientos y deformaciones. Como si nuestra historia nos sugiriese  expiaciones ante culpas que, algo surrealistamente, nos hemos empeñado en asumir. Algunos historiadores insisten, casi con morboso afán, en convertir el recuerdo de todos los episodios no consagrados por nuestra memoria oficialista, en autoflagelación.

martes, 5 de junio de 2012

ESCRIBIR FRAGMENTARIAMENTE ES UNA FORMA DE DEJAR A NUESTROS DESCUBRIMIENTOS...

     Escribir fragmentariamente es una forma de dejar a nuestros descubrimientos vivir en el vaivén de sus contradicciones o en la libertad a la que los guían la curiosidad y el asombro. Fragmentariamente hablamos, pensamos, concebimos imágenes. El fragmento favorece nuestro diálogo con el mundo y con nosotros mismos. El fragmento erige su figura de respuesta, siempre parcial y espontánea. Es la más adecuada expresión en los espacios donde todo pareciera haber sido demasiadas veces dicho.

domingo, 3 de junio de 2012

DICE BORGES, CITANDO A DE QUINCEY...


     Dice Borges, citando a De Quincey, que el temor a una muerte repentina fue invención de la fe cristiana. Morir sin agonía: casi todas las utopías forjaron la imagen dichosa de una muerte plácida e, incluso, voluntaria; cuando el deseo de morir -o el cansancio de vivir- llegaba, los habitantes de utopía bebían una pócima que dulcemente los sumía en definitivo sueño. John Donne en su Biothanatos, sostiene la tesis del suicidio de Dios. Donne vislumbra la crucifixión de Cristo como un grandioso acto de inmolación divina. Por su patética magnificencia, la imagen impresionó a Borges. De su admiración, quedan estas frases imborrables: "Quizá el hierro fue creado para los clavos y las espinas para la corona de escarnio y la sangre y el agua para la herida ... Dios fabrica el universo para fabricar su patíbulo".

viernes, 1 de junio de 2012

EN "LOS CUATRO LIBROS CLÁSICOS" DICE CONFUCIO...

    En Los cuatro libros clásicos dice Confucio que nadie, ni siquiera el Emperador, tenía el derecho a modificar la escritura. Ésta es más firme y definitiva que la oralidad. Es más fácil equivocarse en la improvisación de una respuesta verbal, rápida y contingente, que en la escritura de una idea a la que hemos abordado por días, meses o años. También la escritura es más riesgosa: los errores dichos en alta voz desaparecen, se olvidan pronto. El error escrito permanece por siempre.