viernes, 28 de agosto de 2020

LECTURAS

Los seres humanos nos parecemos. Poseemos alegrías, dolores, nostalgias e impulsos similares. Coincidimos en muchas de nuestras respuestas y estímulos. Nos conmueven y asombran cosas parecidas. Somos hacedores de itinerarios y soñadores de destinos. Aprendemos -deberíamos aprender- que ningún camino conoce la línea recta; que abundan en ellos los meandros, los laberintos, los vaivenes, las regresiones, las encrucijadas donde definitivos antes y absolutos después se entrelazan.

Vivimos tratando constantemente de entender. Nos guían las memorias de nuestras experiencias. Nos orientan también -o pueden hacerlo- experiencias ajenas descritas en voces donde distinguimos razones nuevas o argumentos coincidentes con nuestros propios argumentos; fuerza de voces relacionadas con nuestra realidad, humanidad de palabras que nos conducen hacia vivencias y comprensiones propias... Leemos voces escritas por otros y aprendemos -podemos aprender- el significado de muchas cosas y la manera como se relacionan ellas entre sí.

Leer significa leer el mundo, leer en él desde nosotros mismos, a nuestra manera. Al leer volcamos sobre lo leído nuestras propias visiones y versiones. Leer significa, también, acercarse a ese contexto al cual todo texto remite. Alguna vez he comentado cómo en mi lectura del Quijote, suelo detenerme, mucho más que en las propias voces de Cervantes, en ciertos trazos de su vida reflejados en esas voces. “Los significados no agotan las palabras” ha dicho Borges. En todo caso, las palabras se enriquecen con los significados que colocamos sobre ellas. En el caso del Quijote nunca puedo dejar de distinguir en las aventuras del alucinado y desdichado caballero en conflicto con la realidad, la existencia del propio autor.

Cervantes: joven escritor que comienza a ser renombrado; entusiasta soldado cargado de ilusiones y participante en una de las grandes batallas de la historia -Lepanto- ve cómo a partir de esa gran victoria sobre los turcos, la fortuna comienza a cambiar dolorosa y trágicamente para él. Hecho prisionero por piratas berberiscos, permanecerá encerrado por cinco largos años en un calabozo en Argel. La carta de recomendación que le había entregado personalmente Juan de Austria, el gran vencedor de Lepanto, no hace sino complicarle las cosas: leyéndola, sus captores entienden una exagerada valía de su prisionero y exigen un rescate mucho mayor del que su familia pueda pagar.

De regreso en España, sobrevivirá dependiendo, en medio de muchas penurias, de los trabajos que le encarga una torpe e inmensa burocracia imperial. En uno de esos trabajos, como cobrador de impuestos para contribuir con los gastos del gran proyecto bélico de Felipe II, la Armada Invencible encargada de la invasión de Inglaterra, es acusado de corrupción y condenado a la cárcel. Nuevamente prisionero, comienza la escritura de su gran legado a la humanidad: la historia de un hidalgo envejecido que se niega a aceptar el mundo tal cual es y se empeña en creer en otro mundo: poblado de irreales personajes y de grandes y heroicas hazañas.

Cervantes describe una mirada humana opuesta a otra, igualmente posible, para la cual avanzar en el tiempo es -debería ser- una manera de entender y de crecer en él. En suma: paso del tiempo como desengaño o aprendizaje. La primera, la del Quijote, es la dolida visión de derrotas y carencias; la segunda es la postulación del camino de la vida como interminable aprendizaje y crecimiento; perspectiva que solo percibimos cuando a la distancia logramos comprender el sentido de decisiones y escogencias, de logros y desaciertos. Perspectiva de una madurez construida sobre la afortunada conclusión de experiencias aprovechadas, de promesas cumplidas, del reconocimiento de lo que pudimos o supimos merecer, de anhelos realizados y del tiempo como apoyo.

Otra correspondencia muy personal que establezco en mis lecturas tiene que ver con Kafka. Desde hace muchos años lo leo reiteradamente. Sin embargo, creo que no fue sino hasta que conocí su extensísima Carta al padre cuando comencé realmente a comunicarme con ciertos significados de su ficción: expresión de una fragilidad cósmica, dolorosa, trágicamente corpórea; figuración de miedos e inconsistencias, de vulnerabilidades propias y ajenas, representación de la fragilidad de una época descifrable en su indetenible desmoronamiento como fueron los años finales del imperio autrohúngaro.

Recuerdo el fragmento de la Carta… donde se dirige a su todopoderoso y muy temido padre para increparle su humillante pleitesía, su servilismo ante un cliente que es funcionario imperial de la corte de Francisco José. Doble vulnerabilidad, doble imaginario de Gregorio Samsa: Kafka se contempla como un insecto ante el propio padre y, a su vez, ve a éste recubrirse de la misma condición del insecto Samsa ante el uniformado funcionario imperial que es cliente del padre. Doble humillación de Kafka: como hijo ante la castradora figura paterna, y como miembro de la comunidad judía de Praga, al interior de un imperio en decadencia. Marginalidad como opción, autodesprecio y temor como opción: respuestas de un yo frágil e indefenso ante un mundo incomprensible y atemorizante.

Ante la marginalidad, la insuficiencia o la imposibilidad la respuesta de Kafka fue escribir. Volcar sobre páginas y más páginas sentimientos, miedos, fantasías, memorias, sueños, fracasos… Crear y recrearse a sí mismo en una atmósfera gris o amarillenta, irrespirable siempre; inhóspito ambiente donde vulnerables sobrevivientes saben que toda esperanza les está negada. Recuerdo una frase de Kafka escrita en una carta dirigida a su amigo Max Brod: “Habrá sin duda mucha esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros”. Una frase que, de algún modo, relaciono con esta otra igualmente de Kafka: “El poeta solo es posible en un mundo ordenado”. Un orden de voces al interior de una realidad asumida como pesadilla; un orden verbal donde redimirse, donde descubrir esa única forma de redención concebible para Kafka: la escritura.

viernes, 21 de agosto de 2020

NUESTRO PORQUÉ

Solo a la distancia comprendemos mejor hallazgos, decisiones, escogencias, logros y desaciertos; descubrimos cierto “porqué” con que definir las cosas y definirnos ante ellas. Famosamente, Borges seleccionó un epigrama de Silesius para glosar su visión de la poesía “La rosa es sin porqué, florece porque florece...” La naturaleza  -la rosa en este caso- no requiere de un porqué, pero en el mundo de las realidades humanas, todo ha de poseer un porqué en el cual legitimar tiempo y espacios construidos; capaz de otorgar un sentido a tantos días que parecieron no tenerlo en absoluto. Alguna vez habló Heidegger de la muy humana necesidad de “aumentar la vida”. Cito sus palabras: “Toda vida que se limita únicamente a la mera conservación es ya una decadencia.” Aumentar la vida, por ejemplo, en una vocación donde definirnos frente a la indiferencia del mundo. No tenemos -al menos la inmensa mayoría de nosotros- la potestad de transformar significativamente nuestro entorno, pero sí tenemos la opción de convertir nuestras aptitudes en creación, en identificación de nuestro porqué dentro del mundo.

 

viernes, 14 de agosto de 2020

ESCUCHAR LA VOZ DE LOS POETAS

Escucho la voz “poeta” y pienso en más, mucho más que en solo autores de versos rimados. Pienso en escritores  capaces de describir verdades; creadores de voces encargadas de expresar lo irremplazable, lo inconfundible, lo verdadero, lo genuino, lo exacto; escritas en verso o en prosa, no importa: siempre serán poéticas las palabras humanamente expresivas.

Poética fue la expresión de los hombres desde el comienzo de los tiempos, la que precedió a la religión y a la ciencia. Un gran poeta, Saint-John Perse, confirió a la creatividad humana -toda ella- un rango estético y definió a la ciencia y a la poesía como actividades hermanadas en lo que él llamó “pensamiento desinteresado”.

La voz de los poetas se relaciona con la libertad de una conciencia individual capaz de idear imágenes y de establecer correspondencias entre esas imágenes. En esa voz percibimos, distinguimos, una conciencia mediadora apoyándose en su propia historia para comunicar pensamientos y ordenar imaginativamente personales razones. Libremente ella nombra lo que considera imposible de callar. Explora, desde una sensibilidad y una intensidad propias, miradas, comprensiones, visiones y memorias. A la vez ética y estética, se afirma sobre argumentos erigidos a partir de dos premisas esenciales: la verdad y la belleza. Su entonación particulariza a un individuo que supo hacerla suya y supo merecerla. Escuchar esa voz, comunicarnos con ella, es oír signos que, eventualmente, hablan a nuestra existencia. Es apartarnos del lugar común, de la reiteración, del estereotipo, de la banalidad, de la unanimidad... 

viernes, 7 de agosto de 2020

ASISTÍ HACE ALGUNOS AÑOS...

Asistí hace algunos años en la ciudad de Bogotá a una exposición de pintores mexicanos y colombianos. En ella descubrí un pequeño cuadro de Frida Kahlo. ¿Su título? “Mi vestido cuelga aquí”; conocido también por un título más escueto: “Nueva York”, una extraordinaria representación de cierta opción del arte de nuestros días: expresar lo íntimamente propio, lo más personalmente identificador. Así, en medio de un alucinado y caótico universo de Manhattan, un Manhattan muy surrealista donde inmensos rascacielos relacionan la historia occidental, con sus creaciones y destrucciones, con su suma de aciertos y de fracasos, con su confusión y su desmesura y su abigarramiento, aparece como protagonista, en el centro de la pintura, un sencillo vestido. Expresiva ilustración de Frida Kahlo metaforizándose a sí misma, señalando su voluntad por apartarse o por surgir de entre un contexto evidentemente rechazado.

Un vestido con el que la pintora se identifica y sobre el cual diseña ciertos significados: la primacía de lo humano, por ejemplo; la alusión biográfica imponiéndose por sobre imaginarios planetarios. A la vez testimonio confidente y cómplice, ese pequeño cuadro de la Khalo expresa una manera de hablarnos, de ofrecernos versiones que desciframos desde la lucidez que nos orienta o desde la imaginación que nos permite soñar o desde los prejuicios que nos resulta imposible evitar.

Vastísimo, asequible o inasequible, inabarcable siempre, el mundo exige, para nuestra comprensión, de imágenes y voces que nos lleven a entenderlo o aceptarlo. Independiente de nosotros, indiferente a nuestra voluntad y a nuestros deseos, el mundo existe; y, desde el íntimo e ínfimo rincón de nuestra conciencia, traducimos, a nuestra manera, algunos de sus rasgos.

Formas como ese pequeño cuadro de Frida Khalo son una oportunidad para ayudarnos a entender a partir de versiones con las que nuestra conciencia pueda dialogar; una manera de acercar nuestro mundo interior al mundo del afuera, una manera de convertir esa apuesta personal que es la obra de un creador en nuestra propia apuesta. Si es realmente honesto, si no es solo una lujosa mercancía, el arte no engaña, no miente. Comunicará siempre una verdad. Con naturalidad expresará ciertas esclarecedoras particularidades de la complejidad humana.