sábado, 10 de junio de 2017

LA ACTUAL LUCHA DE VENEZUELA Y EL SINSENTIDO DE LAS IDEOLOGÍAS

Desde hace más de dos meses el pueblo venezolano se ha lanzado a las calles en busca de una solución que finalice con casi veinte años de gobiernos de “izquierda”, “revolucionarios”, “progresistas”, “populares”… Más de cuarenta años de genuina vida democrática nos habían desguarnecido a los venezolanos frente a un bien orquestado proyecto de ideologización que, bajo el pretexto de construir un nuevo país amparado por una “revolución  bonita”, terminó por conducirnos a la más terrible de las miserias.
El resultado está a la vista: un país carente de todo: de alimentos, de medicinas, de seguridad, de cordura… Dramáticamente dividido, además, en todos los escenarios imaginables: pobres contra ricos, citadinos contra provincianos, blancos contra mulatos, chavistas contra antichavistas; profesionales del gobierno contra profesionales de la oposición, católicos del gobierno contra católicos de la oposición, estudiantes de las “universidades” del gobierno –esto es: antiuniversidades- contra los estudiantes de las universidades autónomas tradicionales –verdaderas universidades…
Lo que estamos viviendo los venezolanos en estos días evidencia algo que fuera muy bien conocido por el mundo entero a todo lo largo del siglo XX y que el chavismo se encargó de traer hasta nuestro país: la irrealidad banal, caricaturesca, de un discurso ideológico empeñado en rasar la vasta complejidad de lo humano en función a dogmas, recetarios, limitantes fórmulas; y lo que es peor, mucho peor: un rostro deificado.
Ciertamente nuestro continente ha vivido dolorosamente en carne propia el absurdo de ideologías promotoras de dictaduras “buenas” –las de izquierda: los hermanos Castro en Cuba- e ideologías promotoras de dictaduras “malas” –las de derecha: Pinochet en Chile. Curiosamente, también, muchos intelectuales europeos suelen olvidar que rostros opuestos conviven en idénticos pudrideros. ¿Qué separa a la distancia a esas dos calamidades humanas que fueron Hitler y Stalin? Uno, nacionalsocialista; comunista, el otro… A la postre, solo una cosa terminó por diferenciarlos: la derrota histórica del primero y la victoria del segundo. Por lo demás, ¿en qué se diferencian realmente?
Y volviendo a nuestro continente: la miseria en la que a duras penas sobrevive la mayor parte de la población cubana sería la más triste de las consecuencias de la “eficacia” de una nación ideologizada, tristemente revolucionaria, en todo sentido a la deriva en tantos y tantos aspectos desde hace más de medio siglo. En la realidad de los hechos, el mundo contempla el espectáculo de privilegiados mandamás cubanos, -vinculados, claro está, al poder político, y obviamente beneficiarios de éste- en trágica oposición a una inmensa mayoría de ciudadanos literalmente supervivientes en medio de la escasez de todo. Algo que, por cierto, los venezolanos hemos pasado a conocer muy bien gracias a los resultados de la “revolución bonita” del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías.
El fin de las ideologías, o la banal simplificación de lo ideológico se refleja en total transparencia en la actual tragedia venezolana. Una inmensa mayoría de la población, se ve grotescamente tildada de “derechista”, “fascista”, “apátrida”, “traidora”  por un gobierno dictatorial, ajeno a cualquier de principio democrático, definido por él mismo de “patriota”, “izquierdista”, “revolucionario”, “progresista”…
Únicamente ideales políticos sustentadores de la libertad individual se hallan emparentados a la más legítima de las exigencias humanas: vivir de acuerdo a ciertos principios, ideales y valores; que cada quien pueda ser libre de soñar sus propias ilusiones y de creer desde el corazón de sus convicciones.
La lucha que el pueblo venezolano está llevando a las calles, muestra al mundo entero la conclusión de una farsa ideológica que, en nuestro país, permitió que un “iluminado” entresacado de las más oscuras páginas del siglo XIX venezolano, llegara a hacerse con el poder, encarnando en su persona los más delirantes imaginarios y extravagantes roles: mesías, milagroso santero, aullador inagotable, esperpéntico visionario... Al final, y ya desaparecido el personaje, la misma farsa ayudó a que un grupo de delincuentes, apoyados en un ejército incalificable y en muchos asesinos a sueldo, se propusieran eternizar el desgobierno.
Por cierto que a esa farsa siguen empeñados en contribuir un cierto número de “intelectuales” venezolanos. Como alguna vez he comentado: “De manera absurda, los seres humanos estamos muy familiarizados con el reiterado espectáculo de intelectuales convertidos en promotores de ideologías con las cuales explicar, de una vez y para siempre, todos los comportamientos humanos; diseñar con ellas formas de felicidad colectiva y minuciosa predicción de la historia y de los finales de la historia … Lamentables propagandistas de algún poder que los alimenta o alienta, los ideólogos suelen verse arrastrados hacia dos extremos opuestos: la sumisión del esclavo o la torpe brutalidad del verdugo; bien esclavos de alguna doctrina o algún rostro gobernante, bien verdugos de sus propios conciudadanos. Desenlaces contrarios, y, sin embargo, de consecuencias igualmente deshumanizadoras.
La lucha que, hoy por hoy, conduce el bravo pueblo venezolano es una lucha humana: por la dignidad humana, apoyada en una valentía humana, impulsada por sueños e ilusiones igualmente humanos. Es la lucha de un pueblo por conquistar su libertad arrebatada y recuperar una dignidad de la que pretendieron despojarle. Es una lucha desentendida de banales discursos políticos donde ridículamente todo se reduzca a “derechas” e “izquierdas”. Fórmula que, por cierto, diera muy eficaces resultados al gobierno comunista de la isla de Cuba por más de cincuenta años, pero que aquí en nuestra Venezuela, definitivamente ni pudo ni podrá  nunca prosperar.