martes, 30 de octubre de 2012

HACE ALGUNOS AÑOS...


Hace algunos años, al responder por escrito un cuestionario sobre los significados que la lectura había tenido para mí, dije: “Mi aprendizaje lector fue arduo y contradictorio. En mi juventud recuerdo haber frecuentado muchos autores mediocres. Cuando leo las referencias de escritores a los libros que tempranamente comenzaron a acompañarlos, no deja de admirarme la impecable pulcritud de autores y libros recordados. No fue mi caso: mi aprendizaje literario llegó muy lentamente y, sobre todo, a partir de la experiencia de los años universitarios.” No estoy seguro de que hoy contestaría de la misma manera. ¿Hasta qué punto pueda hablarse de lecturas más o menos “dignas”? Creo que todas contribuyen a forjar un particular nexo entre nosotros y las voces.

lunes, 29 de octubre de 2012

EN SU PROPÓSITO,,,


En su propósito por comprender y organizar sus comprensiones, Montaigne me luce cercano a otro autor también francés: Paul Valéry. En 1894, cuando apenas contaba con veintitrés años, Valéry escribió un curioso ensayo: Introducción al método de Leonardo da Vinci. En él postulaba una versión muy personal de un Leonardo capaz de diseñar un orden universal con el cual sustraerse al caos de la realidad. Lo llamativo era la forma como Valéry convertía a Leonardo en emblema de su propia necesidad de entender el mundo. “No encontré –dice- nada mejor que atribuir al infortunado Leonardo mis propias inquietudes, trasladando el desorden de mi espíritu a la complejidad del suyo. Le infligí todos mis deseos a título de posesiones. Le presté muchas dificultades que me obsesionaban en aquel tiempo, como si él las hubiera encontrado y superado. Cambié mis apuros por su supuesta habilidad. Me atreví a considerarme con su nombre, y a utilizar mi persona. Era falso, pero estaba lleno de vida”.
El propio Valéry pareció aplicar en su vida ese método que había asociado con Leonardo. Entre 1894 y 1945, durante más de cuarenta años, escribió doscientos sesenta y un cuadernos que sumaron un total de veintiséis mil páginas. Escribía todos los días, entre las cuatro y las seis de la mañana, sobre cualquier tema. Ideal de la escritura como orden y, sobre todo, como unidad construida por palabras que son o aspiran a ser coherencia, sentido, suma, norma... Junto a la organización de las voces, regular los interminables instantes que van construyendo nuestro tiempo humano, acaso como una manera de rescatarse el poeta de la confusión y alcanzar cierta armonía dentro y fuera de él. Acaso un ideal; en todo caso, admirable ideal y admirable compromiso del creador.
     Alguna vez se refirió Valéry a las razones que lo llevaban a escribir. La primera: procurarse placer y alegría; la segunda, alcanzar con su acto un personal conocimiento de lo nombrado. Alguien comentó que en Valéry el académico se alimentaba del poeta; acaso la más bella y exacta de las maneras de definir esos seres de palabras que, de un lado, escriben eso que la razón les dicta, y, por el otro, dibujan con sus voces imágenes surgidas de sus vivencias, fantasías, convicciones y sentimientos.

domingo, 28 de octubre de 2012

EN SU LIBRO...


En su libro El oficio de vivir, Cesare Pavese comenta que una de las esenciales alegrías en la vida es no dejar nunca dejar de comenzar; de buscar lo nuevo, de iniciar proyectos de la mano de nuevas ilusiones o de la intuición de promesas que aguardan más adelante.
No importa qué tan viejo sea lo que se presenta ante nuestra mirada por vez primera: nuestras perspectivas y comprensiones nos pertenecen, igual que nuestros descubrimientos. Creo en una escritura de la que salga ganando la territorialidad del escritor, el rescate de un centro que le pertenezca sólo a él. Se trata de contar desde ese centro; desde él nombrar, y hacerlo, acaso, como un acto preservación.
Nos preservamos al convertir nuestras curiosidades y descubrimientos en significado, en rumbo. Indeclinable sentimiento de que la vida debe, necesariamente, poseer un sentido; un espejismo, sin duda, pero un espejismo del que es imposible prescindir, y escribir es, tal vez, una manera de alentarlo.
En el juego de la escritura (y como se ha dicho tantas veces nada hay más sagrado ni trascendentalmente humano que el juego) se trata de hablarnos apoyándonos en ciertas reglas que sólo nosotros hemos decidido crear.
En vez de insertarnos en tantos espacios compartidos por muchos o por todos, en lugar de repetir gestos que la mayoría de los otros repite, escribimos, acaso, para aferrarnos a eso que nos pertenece, para sustentarnos en cierta necesidad de expresar que somos o nos sentimos parte de algo que, esencialmente, tiene que ver sólo con nosotros mismos.
A la pregunta ¿qué busco al escribir?, creo, con el paso de los años, haber ido hallando mi respuesta. Escribo para decir curiosidades, para organizar descubrimientos y comprensiones, para enfrentar la confusión o el tedio. Escribo para sostenerme, para darme ánimos junto a la fuerza de ciertos espejismos. Escribo, también, porque escojo; porque me es imposible decirlo todo y escribir me enseña a no decir de más, tampoco de menos: sólo lo preciso, lo necesario. Escribir me enseña, pues, a callar. Después de todo, quizá escriba porque he aprendido a valorar el silencio.
Escribo para decir mis miradas sobre imágenes, rostros, recuerdos, propósitos, convicciones;  para acercarme a mi propia historia y, desde ella, conjurar el albur del día a día. Escribo, también, para dar un sentido estético a mis comprensiones, a mis proyectos y a ciertos sueños construidos y reconstruidos una y mil veces.
Al escribir ordeno, relaciono, afirmo, valoro. Construyo una cartografía personal donde me refugio de la tan a menudo incómoda intromisión de lo real; y hago de mis voces cotidianidad, acaso mucho más real que tanta rutina hecha de reglas y costumbres ininteligibles.
Los temas y el estilo que escojo al escribir me señalan. Y quiero pensar que he llegado a parecerme a ellos: acaso como un eco o un reflejo de esa vida que debo construir o inventar día a día.
¿Me será posible, gracias a la escritura dibujar un diseño para mi existencia? En todo caso, ¿por qué no intentarlo?

sábado, 27 de octubre de 2012

VIVIR, DIJO MONTAIGNE...


Vivir, dijo Montaigne, y lo dijo también el poeta Cesare Pavese, es un oficio. Y hay que dar forma a ese oficio, aprendiendo a realizarlo de la mejor manera posible; viviendo de acuerdo a ciertos proyectos. Escribir es una manera de entender mejor esos proyectos, de dejarnos conducir por ellos, dándoles un sentido muy próximo a nuestras voces; siempre relacionadas con nuestra voluntad, nuestra sensibilidad y nuestra imaginación, así como también con el significado de muchos días entretejidos a su alrededor.

jueves, 25 de octubre de 2012

LA REALIDAD SE IMPONE...


La realidad se impone por sobre todas las razones; interfiriendo con sueños, propósitos, decisiones… Ella es lo ineludible, lo insalvable.
Tratar de soslayar la realidad, de hacerla actuar en nuestro favor: esfuerzos generalmente destinados al más rotundo de los fracasos.