sábado, 30 de abril de 2011

LA PALABRA POÉTICA SUELE SUGERIR...

La palabra poética suele sugerir que las pasajeras circunstancias son las que terminan por definirnos a los hombres; por eso propende a lo dubitativo y lo circunstancial, y predica el conocimiento del tiento, el de los aprendizajes siempre inconclusos, el de los interminables añadidos, el de los eslabones encadenados en una sabiduría que está hecha con la suma de muchas incertidumbres.

jueves, 28 de abril de 2011

ESPERANZA: ALIMENTO DEL INESTABLE AHORA...

Esperanza: alimento del inestable ahora, luz que borra las sombras grisáceas de lo inmediato, fuerza que abre las puertas a lo maravilloso irrepetible, ilusión que aguarda por algún afortunado encuentro, quimera proyectada sobre el camino por recorrer, sueño del desenlace afortunado...

martes, 26 de abril de 2011

SOBRE EL TEMA DE LA MUERTE: ALGUNAS REFLEXIONES

Lo único absolutamente cierto que todo ser humano puede conocer de su destino es la muerte. Sabemos que vamos a morir. Y en la vida, ésa es la más exacta de las certezas. La muerte sella, con su sentido o su sinsentido, nuestra vida; y, como un símbolo final, dibuja minuciosamente la forma en que ella será recordada.



Con lo terrible que pueda ser para los hombres la visión de la muerte, ésta parece resultar mil veces preferible a la opción de la inmortalidad. Una vida infinitamente prolongada, una muerte que nunca llega, es algo que los seres humanos hemos convertido en una de nuestras más espantosas pesadillas. Se asocia, por ejemplo, con la imagen del vampirismo y los vampiros: siniestros seres de la noche, condenados por toda la eternidad a alimentarse únicamente de la sangre de sus víctimas. En otra grotesca imagen de la inmortalidad, entresacada esta vez de las páginas de la literatura universal, Los viajes de Gulliver, su autor, Jonathan Swift, ilustró con terrible ironía la parodización de una vida interminable. En un país al que Gulliver llega en sus muchos recorridos, existe una raza de seres: los inmortales. Individuos que nacen con el signo de la eternidad escrito en sus cuerpos. Jamás conocerán la muerte. Su sociedad acoge el nacimiento de cada nuevo inmortal como una terrible desgracia. La descripción que hace Swift de ellos es la contrapartida espantosa de cualquier ilusión de eternidad: figuras miserables, condenadas a arrastrar por todas las edades sus cuerpos en un inacabable proceso de deterioro. El peor castigo de los inmortales es, precisamente, no morir: la agonía de su final sin fin.




Sin embargo, los hombres, aunque aterrados ante la posible inmortalidad de nuestros cuerpos, pareciéramos haber anhelado siempre la inmortalidad de nuestro recuerdo, de nuestras obras. Permanencia no de nuestra figura viva sino de nuestras creaciones vivas; que nuestras huellas, nuestras experiencias, nuestros aprendizajes permanezcan aún después de nuestra muerte, y que ésta no nos sumerja en un definitivo olvido. La obra de arte sería el más expresivo recuerdo de un ser humano que existió y supo dejar un testimonio de eso que fue su vida. La obra de arte eterniza al artista. Hace que los rasgos de su rostro permanezcan vivos, legibles, expresivos de los instantes que sólo a él pertenecieron. La obra de arte hace, por ejemplo, de una pasión, forma capaz de sobrevivir a la propia muerte, como lo logra Quevedo al escribir uno de los más bellos poemas de nuestra lengua: “Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,/ venas que humor a tanto fuego han dado, médulas que han gloriosamente ardido:/ su cuerpo dejarán, no su cuidado;/ serán ceniza, mas tendrán sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado.” La palabra del poeta eterniza un sentimiento capaz de superar todos los silencios e imponerse a todos los olvidos.




A finales del siglo pasado, Federico Nietzsche postuló un nuevo significado para la muerte: alegoría de la muerte de Dios, algo que, según él, permitiría a los seres humanos apostar a su suficiencia, a su confiada y altanera soledad. La imagen de la muerte de Dios, sin embargo, habría de concluir generando uno de los grandes desgarramientos de los tiempos modernos: la convicción del absurdo de la existencia humana. El hombre todo puede aceptarlo, todo menos una falta de sentido guiando su tiempo. Hace un siglo Dostoyevski dijo que si Dios no existía todo estaba permitido. Cien años después, Sartre repite lo mismo a su manera: si el tiempo no tiene sentido, entonces nada lo tiene. O sea: si no existe más que este ahora que toco y que vivo, entonces la vida se convierte en vacío, en nada. La célebre “náusea” de Sartre no es otra cosa sino el asco del hombre ante una existencia absurda por indescifrable.




Ernst Jünger ha dicho que el miedo central del hombre, el miedo de los miedos, el que los explica o los contiene a todos, es el miedo a morir. En estos días, ese temor aparece muy relacionado con la convicción del hombre de sus propios y desmesurados errores; asociado, por ejemplo, a la insensatez de la proliferación de las armas nucleares o a la producción interminable de desechos o a la destrucción de gran parte de los ecosistemas. Es un miedo dibujado, además, sobre muy reales imaginarios: una llamarada atómica, el agujero de la capa de ozono, los océanos y las selvas contaminados... Y, junto al miedo a la muerte colectiva es, tal vez sobre todo, el temor a la desaparición de la humanidad. Horror al desvanecimiento de todos, a que nada quede de nosotros para testimoniar que estuvimos aquí, que fuimos. Cada vez más, los hombres imaginamos la conclusión de nuestro protagonismo bajo la terrible –y poética- imagen de un desvanecimiento absoluto, de un apocalipsis. Alegoría identificada, por ejemplo, con el imaginario de los célebres “abismos negros”, tan familiares, por lo demás, a la física de nuestros días. Ellos parecieran convertirse en una parábola de esa aterradora y absoluta nada con que los hombres de este fin de milenio visualizamos una posibilidad de nuestro porvenir: la muerte de éste.


Ante la visión de la muerte individual, queda abierto ante el hombre el doble camino de la resignación o de la desesperación. De esta última nada diré. Me referiré, sí, a la resignación que considero como única alternativa frente a lo ineludible. Recuerdo las imágenes de Los conjurados, el último libro de Borges: “Sólo me queda la ceniza. Nada/ Absuelto de las máscaras que he sido,/ seré en la muerte mi total olvido”. A fin de cuentas, tal vez sea ésta una de las más dignas y tranquilizadoras opciones ante la muerte: contemplarla como ese territorio al que un ser humano, ya cansado de vivir, desea refugiarse para siempre y, sosegadamente, ocultarse de los vivos y de la vida.

lunes, 25 de abril de 2011

EL VERDADERO PODER DEL INTELECTUAL...

El verdadero poder del intelectual quizá sea su capacidad para nombrar con originalidad ciertas trascendentes verdades en las que coincide la gran mayoría de los seres humanos a lo largo de las épocas.

domingo, 24 de abril de 2011

HACER ARTE Y VIVIR LA VIDA COMO SI ÉSTA FUESE UNA OBRA DE ARTE...

     Hacer arte y vivir la vida como si ésta fuese una obra de arte pudiesen ser cosas muy parecidas; en ambos casos, se trata de armonizar espacios y acciones, de reunir visiones y experiencias bajo un mismo propósito de hilvanación y de finalidad. Un artista que se entrega a su arte evoca a un ser humano que construye su existencia en torno a esfuerzos que alimentan actos, iniciativas, metas, ilusiones, propósitos... Los dos, artista e individuo, se esfuerzan por alcanzar un estilo: talante propio que los acompañe en el momento de expresar eso que sienten y saben y desean y sueñan y esperan... La coherencia, la plenitud, la intensidad, la felicidad bien pudieran ser, a fin de cuentas, el eventual desenlace de tan humanísimo esfuerzo.

sábado, 23 de abril de 2011

BORGES HA AHONDADO...

Borges ha ahondado en el tema de los libros llamados “clásicos”: textos que, escritos por un autor en un momento determinado, trascienden a ese individuo que los escribió y a la época en que nacieron; libros en cuya lectura los seres humanos, a lo largo de las edades, han distinguido verdades innegables y palabras definitivas. Suele haber algo de incontroversial e irrefutable en esos libros que todos los hombres suelen ponerse de acuerdo para citar.

miércoles, 20 de abril de 2011

ME ESFUERZO...

Me esfuerzo por diseñar en todas y cada una de mis pisadas una huella que vaya haciéndose sentido y destino.

domingo, 17 de abril de 2011

QUIZÁ LAS GRANDES EXPERIENCIAS DE LA VIDA...

Quizá las grandes experiencias de la vida no sean, a fin de cuentas, sino el descubrimiento de algunas palabras: amor, ideal, felicidad... Escribir la palabra amorosa presupone la comunión de los cuerpos, el fascinante hallazgo del otro opuesto. La palabra del ideal encierra la trágica contradicción de lo inalcanzable. Escribir el ideal es perseguir las monedas de oro que aguardan al final del arcoiris; acariciar la intención del espejismo maravilloso; acosar sueños que, una vez tocados, concluyen al despertarnos. Las palabras felicidad y serenidad son las del final del camino. Las aprendemos tarde. Saber vivir es saber pronunciarlas; haber aprendido de ellas la dicha y el aplomo; haber logrado disfrutar esa única posible felicidad hallada en brevísimos fragmentos, chispazos únicos. Existen, por último, las palabras colectivas: tradición, religión, Dios, patria... Palabras en cuya devoción comulga la tribu, términos deificados en el sueño y en la fe de muchos o de todos, nombres escritos en el ancho designio de la historia común del hombre.

sábado, 16 de abril de 2011

EN LA FIGURA DE LOS DINOSAURIOS...

En la figura de los dinosaurios, el hombre de hoy pareciera contemplar un dibujo posible de su destino. Pesadilla o convicción de nuestro tiempo: la extinción de los casi míticos dinosaurios, ¿no sería, acaso, una alegoría de lo que contemplamos como un posible porvenir para el ser humano? ¿La misteriosa desaparición de aquellas bestias no ilustraría, de alguna forma, nuestra propia precariedad? De la remota existencia de los dinosaurios no han llegado hasta nosotros sino unos cuantos fósiles, metáfora misma de la más remota memoria. ¿El ser humano no estaría, acaso, también destinado a convertirse en futuro fósil, objeto de curiosidad y estudio para algún lejanísimo sucesor? Un corolario de todos estos símbolos de extinción es el de que la Tierra, el universo, seguirán existiendo después de que los hombres hayamos desaparecido. Seguirá habiendo un mundo aún cuando no habitemos ya en él; como mucho, permanecerán sólo los petrificados vestigios de lo que fue nuestra presencia.

martes, 12 de abril de 2011

INDIVIDUALMENTE, PODEMOS PERMITIRNOS SER EGOÍSTAS...

Individualmente, podemos permitirnos ser egoístas en la medida en que nuestro egoísmo nos conduzca a reconocernos y aprobarnos; pero si pensamos colectivamente, la cosa es muy diferente: el egoísmo de muchos se hace cada vez menos y menos admisible.

lunes, 11 de abril de 2011

ARISTOTÉLICOS Y PLATÓNICOS

Todos los hombres, dijo Borges citando a Coleridge, son aristotélicos o platónicos. Aristotélicos son aquéllos que convierten sus ideas en categorías de signos con las cuales entenderse con el universo. Platónicos son los que convierten sus ideas en dibujos de un subjetivo mapa del cosmos. En el primer caso, las ideas son herramientas, fórmulas, asideros; en el segundo, alegorías, metáforas. Para los aristotélicos, las ideas son la consistente arquitectura de un espacio, por sobre todo, inteligible -o que debe ser convertido en inteligible por la razón humana. Para los platónicos, las ideas conviven muy estrechamente con las intuiciones y las ilusiones; todas dibujan la metaforización de un universo maravillosa e irrealmente inatrapable. De un lado, las ideas son soporte definitivo en la comprensión del cosmos; del otro, hitos del interminable asombro humano.

lunes, 4 de abril de 2011

sábado, 2 de abril de 2011

A COMIENZOS DEL SIGLO XVIII...

A comienzos del siglo XVIII, Daniel Defoe publicó su relato sobre un náufrago llamado Robinson Crusoe. Todo en esa novela expresaba certezas de futuro: la inteligencia occidental reharía el mundo, la naturaleza se convertiría en bien material del hombre civilizado, la voluntad de dominio de los europeos abriría para los hombres del porvenir las puertas de un definitivo control del tiempo y de la historia. En nuestros días, William Golding publicó El señor de las moscas, una novela que desarrollaba también el tema del naufragio y la consiguiente anécdota de supervivencia. La trama de El señor de las moscas es una macabra contrapartida de las viejas heroicas hazañas de Crusoe. En ella se describe la aventura de un grupo de niños, internos en un exclusivo colegio, que, tras caer al mar el avión en que viajaban, van a parar a una isla desierta. Aislados, tratan de sobrevivir repitiendo las formas de convivencia del mundo adulto que les es familiar. Sin embargo, poco a poco, la mayoría de ellos es víctima de una regresión que termina arrastrándolos hacia el embrutecimiento, la crueldad e, incluso, el crimen. El oportuno rescate final los salva de una muerte cierta a la que parecían condenados en la peor forma de decadencia: aquélla que impide, incluso, la posibilidad de sobrevivir. La novela de Golding, exacto opuesto al mito robinsoniano, expresa dos desconfianzas: una, ante el tiempo; la otra, hacia los otros. El tiempo es dibujado como un feroz y arriesgado ahora que borra cualquier forma de memoria y niega toda posibilidad de futuro. El otro es un amenazante adversario, un interminable peligro. La vulnerabilidad colectiva es consecuencia de la degradación del grupo. El grupo es frágil porque el yo y los otros no coexisten; subsisten sólo en medio de la decadencia. La imprevisibilidad del tiempo es la consecuencia de la fragilidad del nosotros. No existe el porvenir porque no existe el "nosotros". No hay futuro porque se ha borrado lo "nuestro". Robinson Crusoe dibujaba imágenes que expresaban, sobre todo, confianza ante el tiempo: seguridad en el presente, fe en el futuro. El señor de las moscas expresa todo lo contrario: incertidumbre en el presente, ausencia de futuro. Si el destino de Robinson era el crecimiento, el de los niños de la novela de Golding es la autodestrucción. El largo paréntesis que separa los comienzos del siglo XVIII del final del siglo XX, es un largo itinerario que señala definitivos cambios: lo que fueron las grandes certezas de Occidente terminaron convirtiéndose en temor ante la acumulación de demasiados errores y ante la dilapidación de un progresismo que arrasó al mundo y despojó a la Humanidad de tiempo.

ESCRIBIR IMPLICA...

Escribir implica, ante todo, disciplina; saber escoger cada palabra: su ubicación, su tonalidad, su ritmo; que todas las voces juntas vivan en la oportunidad de sus argumentos y sus imágenes. Disciplina, también, para saber escoger el silencio y los énfasis: qué decir, qué callar...

viernes, 1 de abril de 2011

FIRMEZA DE UNA CONVICCIÓN, DE UN PROPÓSITO...

Firmeza de una convicción, de un propósito: invalorables compañeros de ruta de ese indetenible esfuerzo que es vivir.