Todos los hombres, dijo
Hölderlin, hablan con sus voces individuales; pero a esas voces no responde
nadie, nadie las toma como referencia. Sólo una voz, la voz poética, es capaz
de traspasar las fronteras de lo individual y penetrar en el espacio común de las
voces de la humanidad. La poesía es la palabra en la que todos podemos
reconocer imágenes de un itinerario colectivo. García-Bacca decía que tres eran
las palabras fundamentales de los hombres: la poética, la religiosa y la
científica. La poesía es el lenguaje con que el ser humano comenzó a nombrar
cuanto lo rodeaba. Ella se encuentra inmediatamente cercana al inicio del
habla. Fue la palabra de los primeros descubrimientos y de los primeros miedos
del hombre, también la de sus primeras divinizaciones. La voz de la poesía fue
muy anterior al lenguaje de la religión. Este llegó después, junto a la
estrechez de nuevas palabras empeñadas en convertir los viejos mitos en
dogmáticas parábolas. El lenguaje religioso, originalmente creado por la
poesía, se alejó de ella y terminó por hacerse voz contundente e irrefutable;
voz de lo asumido como definitivo y verdadero, voz de certezas siempre
colocadas más allá del tiempo del hombre. El lenguaje religioso postergó lo
humano a lo divino: por él, todo pasó a depender de la voluntad de los dioses y
a explicarse a partir de esa voluntad. En el lenguaje religioso encarnan las
respuestas últimas que los hombres han tenido siempre la necesidad de poseer.
Después del religioso, el lenguaje de la ciencia, fue el de la voz de un tiempo
que no cesaba de exigir verdades escrupulosamente demostrables. García-Bacca
define al lenguaje científico como el de la palabra sometida al imperio del
“éste” y del “ahora”. Lenguaje que extrae totalidades a partir de alguna
específica singularidad y establece leyes generales que deben servir en todas
las situaciones por igual. Pero la urgencia de tanta exactitud hace de la
palabra científica algo rápidamente perecedero: no hay eternidad en sus
verdades. Las leyes “definitivas” de la ciencia a menudo se desvanecen. La
verdad científica es una verdad única que todos aceptan, pero solamente ahora.
Frente a la precisa temporalidad del lenguaje científico, el poético sería el
de los descubrimientos humanos eternizados. Hölderlin define a los poetas como
aquellos seres que echan “los fundamentos de lo permanente”. Permanente es lo
que se mantiene, lo que dura por siempre. Los hallazgos de los poetas
permanecen a lo largo de las edades. “Las ciencias se modifican constantemente,
pero una vez escrita, la Odisea está ahí para siempre”, dice Borges. Verdad
poética: no la momentánea verdad del ahora, sino la del siempre y del para
siempre. Verdad que, enunciada por un solo hombre y en un instante determinado,
es ofrendada, desde entonces, para todos los seres humanos y en todas partes.
Tres lenguajes,
tres voces. Las tres se escuchan, las tres hablan y exigen su derecho a
nombrar. La palabra de la ciencia dice
con su voz siempre estentórea, y, junto a ella, se escucha, también, la voz
tajante y parceladora de los dogmatismos religiosos. Igual que la voz
científica, la voz religiosa es excluyente. Ambas se cierran sobre sí mismas
para negar la diferencia y lo diferente. La voz poética, la “otra voz”, como la
ha llamado Octavio Paz, habla y deja hablar. Es voz de sumas, de añadidos; voz
de inclusiones que aglutina todos los significados; voz de imágenes, de mitos y
de imaginarios; voz alimentadora de todas las voces.