Desvanecida en nuestro tiempo la noción de verdad única,
¿quién podría aún aspirar a decirla o a pretender poseerla? No el ser de
palabras, desde luego, quien no puede sino esforzarse en descubrir en su
palabra una forma esencial de verdad: subjetiva y parcial, siempre
circunstancial, pero, sobre todo, comunicable. “Yo no he inventado nada, no he
sido más que el secretario de mis sensaciones”, dice Cioran en De lágrimas y de santos. A
partir de sus sensaciones, los seres de palabras escriben. Y ésa es su más
extraordinaria potestad: nombrar sus sentimientos que son, también, los
sentimientos de todos los hombres. En la medida en que las imágenes creadas por
su voz alcancen su espacio social y lo cubran, podremos hablar del más alto
destino concebible para el ser de palabras: escribir los símbolos que
identifican lo humano dentro del tiempo.