viernes, 25 de noviembre de 2016

PALABRAS, REFLEJOS DE HUMANIDAD

Me gusta leer los discursos de agradecimiento  de quienes resultan laureados con el premio Nóbel de Literatura. En ellos, seres de palabras generalmente ya hacia el final de sus vidas, suelen transmitir una sabiduría a la que siempre resulta enriquecedor acercarse.
Hace algunos años, Ohran Pamuk, al recibir el Nobel, narró la siguiente anécdota: poco antes de morir, su padre le mostró unos manuscritos suyos, y le pidió su opinión. Por un tiempo Pamuk no se atrevió a leerlos. Temía que si relacionaba a su padre, ese ser entrañable a quien tan bien conocía como alguien extrovertido y siempre amigo de fiestas, con eso que el propio Pamuk sabía que son los escritores: seres solitarios, infatigables indagadores de sus voces; entonces, o bien su padre no era la persona que él tanto creía conocer, o su percepción de la escritura y los escritores estaba del todo errada.
Leídos los textos, Pamuk comprende que no se ha equivocado ni con lo uno ni con lo otro. En su padre no habitaba un escritor. Sus páginas no apuntaban sino hacia un entretenimiento ligero, muy poco relacionado con el cotidiano esfuerzo de quien, apasionada e incansablemente, hurga en el mundo de sus voces.
Otro discurso literario que me llamó la atención fue el de la rumano-alemana Herta Müller, que comienza con una reflexión: “Los objetos no conocen su material, los gestos no conocen sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las enuncia. Pero para asegurarnos nuestra propia existencia necesitamos los objetos, los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar, tanto más libres somos.”
Si las palabras de Pamuk se referían a soledad; las de la Müller se relacionan con libertad. Libertad para resistir injusticias, para oponerse a circunstancias humillantes y anuladoras, para enfrentarse a ideológicos adoctrinamientos, para descubrirse a ella misma en el espacio de su conciencia.
Años antes de Pamuk y la Müller, Neruda había dicho al recibir el Nóbel: “Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados, los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres.”

-->      Escribir para que el mundo interior del poeta y el mundo del infinito afuera se comuniquen; para que la escritura, reflejo de la humanidad de su creador exprese la individual residencia de éste: morada de su libertad y de su honestidad.

domingo, 6 de noviembre de 2016

VOZ DURADERA, NECESARIA



-->
                                                                                                        A Irma


La voz del amor nos permite distinguir más lejos de cualquier ahora. Acompaña revelaciones destinadas a ser certeza. Nos humaniza y fortalece, otorgando a cuanto nos rodea un sentido necesario.
La voz del amor nos lleva a existir para alguien, ser parte del mundo de alguien, convertirnos en el mundo para alguien…
La voz del amor dice que amamos porque escogimos una manera de residir y de crecer dentro de un tiempo hecho entre dos. Nos comunica con quien fuera parte de nuestra propia evolución. Nos dice que nuestros sentimientos son verdad y son respuesta, y que hay algo de exacto y de hermoso en compartir esos años que nos fueron construyendo.
Como todo en la vida, el amor está hecho de tiempo, y la voz del amor nos lleva a descubrir, junto a un indudable otro, nuestro sentido construido por el tiempo. Es el tiempo quien traduce nuestros significados; quien los acrecienta y consolida; quien hace inconcebible la vida en ausencia de esa mujer que escogimos amar; quien convierte la experiencia de vivir en humanísimo sentido; quien nos hace agradecidos por haber sido amados por ella; quien descubre para nosotros, en su rostro, argumentos definitivos.
El tiempo, y solo él, nos muestra el sentido del único camino posible.
El tiempo, construido junto a quien construyera con nosotros su propio tiempo, pertenece a la realidad que somos: irrenunciable compromiso de nuestra propia libertad.
El tiempo va haciéndonos entender: hacia dónde dirigirnos, dónde situar lo importante, cómo apoyarnos en lo irremplazable.
El tiempo dibuja los trazos del amor consolidado, fortalecido en la forja de años vividos al lado de quien no podríamos abandonar sin traicionarnos.

-->
Solo el tiempo y su memoria nos dicen que es verdadero y es bello cuanto señale el aprendizaje de nuestra propia humanidad. Solo el tiempo logra comunicarnos lo insoportable de una vida recorrida en soledad. Solo el tiempo nos permite escuchar las cálidas entonaciones de esa voz que traduce para nosotros el amor.

jueves, 3 de noviembre de 2016

UN TEATRO PARA VENEZUELA

La historia puede darnos explicaciones sobre el presente; ayudarnos a entenderlo mejor, también alentarnos a corregirlo. Interpretar el ahora desde la óptica del pasado acaso sea insuficiente pero nunca resultará ser una aventura infructuosa.
En la situación actual de Venezuela, donde una Asamblea Nacional, libremente elegida por la inmensa mayoría del pueblo, aparece enfrentada a la discrecionalidad de un impopular presidente apoyado por un Consejo Nacional Electoral y un Tribunal Supremo de Justicia, encargados de acatar lo que en modo alguno se debería acatar y dictaminando decisiones absurdas destinadas a complacer la voluntad del jefe máximo, convendría recordar algunas anécdotas del tiempo primero de nuestra historia venezolana.
Durante los siglos coloniales, tres poderes públicos se enfrentaron frecuentemente en la provincia de Venezuela: obispado, gobernación y cabildo. Tres poderes: cada uno de ellos feroz defensor de sus competencias. El gobernador español, en nombre del Rey, predominaba, en principio, por sobre los amos locales que legislaban desde el ayuntamiento. Sin embargo, en la realidad de los hechos, éstos imponían frecuentemente su visión, más cercana a la realidad de la región.
De un lado, pues, la actitud del funcionario real: mentalidad de paso, altanero ademán del administrador que cuenta con el poder político y lo ejerce. Del otro lado, la visión de los amos locales: más inmediata y pragmática. El mantuanaje criollo se siente y se sabe representante natural de la provincia. Frecuentemente existe una auténtica y válida comunicación entre él y el pueblo. En diversas actas que recogen sesiones de cabildos aparece, desde finales del siglo XVII, el expresivo calificativo con el que se nombran a sí mismos sus integrantes: “Padres de la Patria”. Desde el ayuntamiento, alcaldes y regidores toman las decisiones que atañen a la vida de Venezuela; y, en ocasiones, todo el pueblo es quien participa directamente en esas decisiones, a través de los llamados Cabildos Abiertos.
En el caso venezolano, además, el Ayuntamiento gozaba de una potestad inusual dentro del Imperio Español. Por Real Cédula, Felipe II había otorgado al capitán y conquistador Sancho Briceño, uno de los fundadores de la ciudad de Trujillo, un atributo muy especial: los alcaldes ordinarios podrían ejercer interinamente la gobernación de la región en caso de muerte de los gobernadores regulares. El privilegio era importante: significaba la cristalización de un anhelo de autonomía frente a la intromisión peninsular. Sancho Briceño fue, incluso, más allá: llegó a pedir a Felipe II que, dada la pobreza de Venezuela, bastase para su gobierno sólo con los alcaldes ordinarios; es decir: que no se enviase desde España Gobernador alguno. Para esa solicitud ya no hubo respuesta real. Sin duda el monarca la consideró excesiva.
Gobernadores que pretenden ignorar la autoridad de los cabildos, miembros del cabildo que se niegan a aceptar los abusos de los Gobernadores: en ese enfrentamiento puede leerse mucho del itinerario político de tres siglos de historia venezolana, como da clara cuenta de ello un sacerdote venezolano: Blas José Terrero (1735-1802). Cronista franciscano, Terrero, con lujo de detalles, describe en su libro: Teatro de Venezuela y Caracas la vida política venezolana de entonces. En un determinado momento narra cierta pugna surgida entre los alcaldes del cabildo caraqueño, de un lado; y el Gobernador y el Obispo, del otro.
Terrero inclina sus simpatías hacia los representantes de la Corona. A los alcaldes criollos los acusa de ejercer un “mulatismo fermentado”, capaz de “cometer desacatos tan horribles como sacrílegos”. Aunque también criollo, Terrero es defensor de la autoridad real y violento acusador de los miembros del ayuntamiento. Su indignación se extrema al referir como el cabildo caraqueño logró deponer de su cargo al Gobernador: “Altérase el cabildo (...) y valiéndose los alcaldes de aquella despótica facultad que se habían atribuido por la cédula de 18 de setiembre de 1676, deponen al Gobernador de su empleo y resumen en sí la autoridad, para proceder con más desembarazo a la ejecución indiscreta de sus mentecatos designios.”
Personalmente, en las páginas de Terrero distingo una imagen por demás extraña a la historia venezolana: un Cabildo  -fuerza colectiva de los pobladores de una sociedad, o de la voluntad de esos pobladores-  enfrentado a un Gobernador –potestad individual-; y destituyéndolo. Para los venezolanos una referencia; o mucho mejor: un ejemplo. Valioso ejemplo que hubiésemos debido imitar más a menudo. No hacerlo nos arrastró a uno de nuestros mayores errores políticos: acostumbrarnos demasiado a muy débiles instituciones y a muy poderosos jefes.
Un poder municipal derrotando al despotismo: siento que esa vieja imagen que nos retrata el sacerdote Terrero en su Teatro de Venezuela y Caracas, podría, hoy por hoy, inspirar a un país decidido a plegarse menos al capricho de un jefe y a la adulación de sus cofrades. Un país decidido a devolver el protagonismo necesario a instituciones capaces de encarnar una voluntad democrática que, acaso, venga de muy antiguo en Venezuela: se remonta a los viejos días coloniales, tan denostados o ignorados por una historia oficial por demás indiferente a cuanto no sea el recuerdo consagrado de la Independencia.