Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
sábado, 31 de diciembre de 2011
DIJO KIERKEGAARD...
Dijo Kierkegaard:
“lo que me faltó fue llevar una perfecta vida humana y no sólo la del
conocimiento.” Riesgo de ciertos seres de palabras: vivir sólo en función del
pensamiento; enclaustrarse en un mundo de ideas, visiones y espejismos en vez
de vivir. Para el ser de palabras, como para cualquier ser humano, se trata de
vivir plenamente, apoyándose en cuanto su imaginación, su sensibilidad, su
inteligencia y su lucidez puedan ofrecerle para entenderse con la vida.
viernes, 30 de diciembre de 2011
LA HISTORIA DEL OCCIDENTE MODERNO FUE HACIÉNDOSE SIEMPRE A COSTA DE UN OTRO...
La historia del Occidente moderno fue haciéndose siempre a costa de un otro: a sus expensas, en su sacrificio. Durante los siglos XVIII y XIX, Occidente conoció a los "otros", seres extraños que lo desconcertaron. El desconcierto produjo dos reacciones: la del etnocentrismo y la del exotismo, distintas pero, en el fondo, semejantes. Etnocentrismo fue confundir la propia verdad con la verdad universal; las verdades y los valores propios debían, naturalmente, convertirse en valores y verdades de todos. Exotismo fue el interés por la rareza del otro; había que proteger y promover esa rareza: preservarla en museos o exhibirla en ferias. A la postre, etnocentrismo y exotismo coincidieron: la diferencia del otro era su inferioridad.
jueves, 29 de diciembre de 2011
ES TERRIBLEMENTE DIFÍCIL...
Es terriblemente difícil ese
temprano hacerse junto a los otros, o ese comenzar a ser junto a tantos otros
que es la adolescencia; tiempo en que abandonamos la soledad de la infancia,
con todos esos espejismos que pudieron hacernos creer que el mundo existía sólo
para nosotros. Quizá el primer descubrimiento del adolescente sea la
significación de los otros: seres frente a quienes es necesario ser, o ser a
pesar de ellos o en contra de ellos. La adolescencia es la más difícil y
riesgosa de las épocas. Muchas cosas se juegan en ella; mucho destino se dibuja
en ese espacio temporal, áspero, espinoso comienzo de esa construcción que
llegaremos a ser.
miércoles, 28 de diciembre de 2011
EN TODA SOCIEDAD EXISTEN FORMAS DE VACÍO...
En toda sociedad existen formas
de vacío entre un deber ser
establecido por los imaginarios colectivos y el ser real de esa colectividad
dentro del tiempo. En nuestras sociedades latinoamericanas más que de vacío
podría hablarse de insuperable abismo, de infranqueable grieta. Realidad e
ideal quedaron irremediablemente separados desde el comienzo del tiempo
latinoamericano. Nos acostumbramos a desconfiar de nuestros sistemas: los
usamos para subsistir, para perdurar, para continuar, para mantenernos, para medrar,
para ocultarnos. Sobrevivimos en ellos sin creer en ellos. Nuestra experiencia
nos condujo a la rutinización de la desconfianza. Nos acostumbramos al recelo y
a la suspicacia.
martes, 27 de diciembre de 2011
EN UN ARTÍCULO TITULADO "SOBRE EL LENGUAJE EN GENERAL Y SOBRE EL LENGUAJE DE LOS HOMBRES"...
En un artículo
titulado “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”*, Walter Benjamin vislumbra el universo como
un espacio infinito e infinitamente comunicado. Todo en el universo se
comunica, dice, porque todo en él se expresa, porque todo en él habla. Todas
las cosas poseen un lenguaje, hablan un lenguaje. Cuanto existe en la
naturaleza posee una esencia comunicativa. “No hay acontecimiento o cosa en la
naturaleza animada o inanimada -dice- que no participe de alguna forma de la lengua,
pues es esencial a toda cosa comunicar su propio sentido”. Todo lo existente,
animado o inanimado, dice, se dice a través de un lenguaje. Todo se
relaciona con todo en una inacabable forma de diálogo. Aquí resulta central una
idea de Benjamin: la de traducción. Traducción es desciframiento, asimilación,
incorporación de la otredad a través del lenguaje; conversión del lenguaje de
lo “otro” en una forma de mi propio lenguaje. “El concepto de traducción –dice
Benjamin- conquista su pleno significado cuando se comprende que toda lengua
superior (con excepción de la palabra Dios) puede ser considerada como
traducción de todas las otras ... La traducción de la lengua de las cosas a la
lengua de los hombres no es sólo traducción de lo mudo a lo sonoro es la traducción
de aquello que no tiene nombre al nombre. Es, por lo tanto, la traducción de
una lengua imperfecta a una lengua más perfecta”.
Traducción implicaría, pues,
nuevas relaciones entre los hombres, y entre éstos y el universo. El lenguaje
superior de los hombres, debería, según Benjamin, traducir a los otros
lenguajes: asimilarlos, entenderlos. A partir de la traducción debería llegar
para el ser humano una comprensión de las casi infinitas formas de lo que es su
otredad. El lenguaje de los hombres estaría llamado, por ejemplo, a traducir el
lenguaje de la naturaleza. La palabra del cosmos y la palabra de las creaciones
humanas estarían obligadas a traducirse. En este caso, la idea de traducción
significaría el final de la soberbia de los hombres; una nueva manera –más
humilde y mesurada- de asumir su relación con esa forma de otredad que es lo
natural. La Naturaleza, habla. Lo ha hecho siempre. Fue el hombre quien, en
algún momento, pareció dejar de escucharla. Sólo “traduciéndola” descubriríamos
que nunca hemos dejado de pertenecer, inexorablemente cercanos, a su marcha y a
sus designios; que todos, hombres y cosmos, formamos parte de una armonía
universal que todo lo engloba.
En otro terreno, el de la
comunicación entre los hombres, traducción significaría diálogo y cercanía,
reciprocidad y convivencia, necesaria reunión de particularismos coexistiendo
dentro de un espacio común. La traducción acerca las diferencias, las comunica,
las integra; facilita las comprensiones, aproxima los diálogos. ¿La traducción,
tal como la concibe Benjamin, implicaría el fin de la babelización del mundo
humano?, ¿sería una metáfora de tiempos nuevos en los que Babel ha desaparecido
para siempre? Babel es la imagen opuesta a la traducción, lo contrario de la
comunicación humana. La tradición judeocristiana recuerda que el castigo para
Nemrod, el rey que pretendió llegar hasta el cielo para contemplar el rostro de
Dios, fue el caos de Babel. La torre interminable habría de permanecer en la
memoria de la humanidad como una alegoría del fracaso de los hombres en la
desmesura de sus pretensiones. En su trabajo Después de Babel*,
George Steiner recuerda que en la mayoría de las culturas existen mitos que
hablan de la insalvable diferencia entre la voz del nosotros y la voz de los
otros. Alegoría del no diálogo, de la incomunicación absoluta, en Babel
encarnan las diferencias entre los hombres, las aproximaciones imposibles entre
colectividades y culturas; en fin, la suma de todas las insalvables diferencias
de una historia de la humanidad que, como Octavio Paz ha dicho alguna vez,
“rezuma sangre”.
En nuestros días,
existe otra imagen posible para Babel: la de la incomunicación de sociedades
hacinadas, la de la exclusión de los seres humanos en medio de límites
saturados y superficies abarrotadas. La percepción de un mundo achicado acerca
a los hombres encerrándolos en espacios cada vez más reducidos, y esa cercanía
pudiera semejar un espejismo de traducción; pero se trata de una imagen falsa:
hombres y sociedades más que comunicarse, superficialmente se parecen. Steiner
recuerda, por ejemplo, que, en nuestros días, el idioma inglés, en su
particular versión de un inglés norteamericano, simplificado al extremo, se ha
convertido en una lengua de uso práctico, lengua de los dominadores del tiempo
presente transformada en herramienta de trabajo en un mundo hipercomunicado.
Aparente semejanza de comportamientos y sistemas, de costumbres y técnicas que
no oculta la multiplicante exacerbación de particularismos empeñados en no
escucharse sino a ellos mismos. Contradictoriamente, nuestra época encierra
ambas posibilidades: la de la estridencia de los dialectos y la de la
universalización de las ritualizaciones. De un lado, la semejanza superficial
que no es sino sólo aparente similitud; del otro, la multiplicación de palabras
de encierro que son localismos infinitesimales, parlas de sectas y catacumbas.
La traducción sería el conjuro de Babel a través de la posibilidad ética de las
palabras. Por medio de la traducción podrían comunicarse y entenderse las
diferencias genuinas y necesarias, las pluralidades legítimas. La validez de
las diferencias se apoyaría en la traducción. Ella establece que las palabras
de los hombres tienen, todas, derecho a existir; que las tradiciones y
costumbres pueden dialogar sin enfrentarse, todas merecedoras de ser escuchadas
y comprendidas.
domingo, 25 de diciembre de 2011
EN RELACIÓN AL TEXTO "VOCES" DE ANTONIO PORCHIA...
En
relación al texto Voces de Antonio Porchia, leí alguna vez que no era
frecuente que un autor que cultivase el género aforístico se preocupara
demasiado por publicar. Algo que me recuerda lo que dijo Nietzsche, también un
gran cultor de aforismos, acerca de no respetar demasiado el esfuerzo de un ser
de palabras que se fijase como meta muy precisa volcar la escritura de sus
fragmentos en libro. Personalmente, opino todo lo contrario: creo que es
admirable el esfuerzo de seres de palabras empeñados en hacer de esas voces
que, rápidas los rondan, un texto; o sea: espacio literario, a veces
anamórfico, a veces nítido y acabado, pero siempre forma audible, inteligible
expresión por entre el barullo de tantísimas vociferaciones o en medio del
silencio que suman demasiadas soledades.
jueves, 22 de diciembre de 2011
ES YA UN LUGAR COMÚN...
Es ya un lugar común repetir que cada ser humano posee el rostro que se
merece. Hay rostros tempranamente definitivos y rostros interminablemente
cambiantes; pero, desde luego, todos evolucionan. Entre el rostro de ayer y el
de hoy y el de mañana habrá siempre cambios; cambios que podrían significar
transformaciones dolorosas o trágicamente irreconciliables. Quizá uno de los
más comprensibles anhelos de cualquier ser humano sea que su rostro pasado y su
rostro presente se asemejen; que el tiempo vivido los superponga con gracia y
que, armoniosamente, los acerque; que las ilusiones y la frescura de la edad
temprana no resulten demasiado estragadas con el paso de los años. Uno de los
más naturales sueños de todo ser humano: que el momento final de su vida no señale
muy abruptas contradicciones entre el rostro de antes y ese rostro de ahora con
el cual enfrenta la muerte. Que la faz final sea la válida y comprensible
metamorfosis de un lejano rostro juvenil y nunca su grotesca, su deformada
caricatura.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
CITANDO A ARISTÓTELES...
Citando a
Aristóteles, dice Tomás de Aquino: “los hombres nada entienden sin fantasmata”.
Fantasma, fantasía, imagen: poder de ciertas visiones que nos acompañan
haciéndose parte de nuestra personal sabiduría de vida. Imagen: punto de partida de la idea. Eso que
sentimos y que personalmente hemos vivido se hace vivencia comprensible,
comunicable, gracias a las imágenes que logre evocar.
martes, 20 de diciembre de 2011
COMO NUNCA ANTES...
Como nunca antes, los hombres nos
sabemos efímeros y nos sabemos mortales. Por ello construimos mitologías de
sobrevivientes que metaforizan tanto el desaliento como la esperanza;
metaforizaciones del apocalipsis posible o de la utopía posible, de la incineración
de todo o del reverdecer de todo: metaforizaciones contradictorias en las que
chocan escepticismo y expectativa.
lunes, 19 de diciembre de 2011
BORGES COMENTÓ QUE EN NUESTRA ÉPOCA...
Borges comentó que en nuestra época la novela se había
convertido en el género más frecuentado, que cierta superstición literaria
había determinado que en la novela reposaba la índole de cuanto fuese
literario. Pero junto a esa superstición existen también otras; como, por
ejemplo, la que dice que en la creciente tonalidad autobiográfica de la
literatura de nuestros días se ven reflejados muchos colectivos pasos y
sentimientos y aprendizajes y miradas y miedos; que en las voces poéticas que
hablan en primera persona se escucha el eco de muchas interrogantes,
incertidumbres y temores que nos pertenecen a casi todos. O superstición de lo
rápido, de lo inmediato y de lo efímero que ha terminado por familiarizarnos
con escrituras capaces de reproducir la discontinuidad y fragmentación de los
discursos humanos dentro de un mundo donde los grandes sistemas de pensamiento
y las visiones de totalidad, resultan insuficientes para expresar eso que el
hombre es o siente o cree o sueña...
domingo, 18 de diciembre de 2011
EN EL VENEZOLANO MARIANO PICÓN SALAS...
En el
venezolano Mariano Picón Salas descubrí la maravillosa significación de la
escritura al servicio de la vida, genuino apoyo de ésta. En uno de sus libros
esenciales, escrito poco antes de morir, Regreso
de tres mundos, Picón Salas comparte con nosotros, sus lectores, un
extraordinario secreto: es muchísimo más difícil vivir que teorizar sobre la
vida. Regreso... fue para mí el descubrimiento
de la más válida opción de escritura: permitir a quien escribe aferrarse, junto
con sus voces, a ciertas verdades descubiertas, destinándolas a convertirse en
espacio que compartir con otros.
Regreso de tres mundos es un libro
del fin del camino; de itinerarios que se cierran, y balances y despedidas. El
primero de sus capítulos se remonta al origen de la memoria de Picón Salas: la
niñez y la adolescencia; y, precisamente, “Adolescencia” es su título. Es
terriblemente difícil ese temprano hacerse junto a los otros o ese comenzar a
ser junto a tantos otros que es la adolescencia; tiempo en que abandonamos la
soledad de la infancia, con todos esos espejismos que pudieron hacernos creer
que el mundo existía sólo para nosotros. Quizá el primer descubrimiento del
adolescente sea la significación de los otros: seres frente a quienes es
necesario ser, o ser a pesar de ellos o en contra de ellos. La adolescencia es
la más difícil y riesgosa de las épocas. Muchas cosas se juegan en ella; mucho
destino se dibuja en ese espacio temporal, áspero, espinoso comienzo de esa
construcción que llegaremos a ser.
En el capítulo titulado “Tentación de la
literatura” Picón Salas habla del significado que tuvo la escritura para él: le
sirvió para cubrir vacíos y calmar temores, para dominar incertidumbres y
afirmar convicciones. Gracias a ella, confiesa, descubrió enseñanzas en todas las
circunstancias que lo rodearon. Escribir fue catarsis y autodescubrimiento;
significó forzarse a mirar dentro de sí: a confrontarse, muchas veces de manera
desgarradora.
El último de los
capítulos, “Añorantes moradas”, es, a mi juicio, el mejor de todos. Él plantea
una insoslayable conclusión: todo lo vivido es experiencia; y de lo que se
trata es de llegar a sentirnos bien con nosotros mismos, satisfechos de
nuestros logros y nuestros recorridos. Creo que ése es, a fin de cuentas, el
gran mensaje de Regreso... El triunfo
en la vida... ¿Qué significa “triunfar” en la vida? Picón Salas nos dice su
versión: no se trata de acumular poder ni dinero. Ni uno ni otro bastan.
Ninguno de ellos es suficiente. Son cosas mucho más intangibles y trascendentes
las que realmente pueden llegar a colmarnos: ésas que, si hemos aprendido
realmente de las enseñanzas de nuestros pasos y actos, deberíamos valorar más
que cualquier otra cosa: la fortaleza de espíritu, la serenidad, la
autoconfianza y, por sobre todo, cierto íntimo acuerdo con eso que hemos
llegado a ser.
sábado, 17 de diciembre de 2011
TODOS LOS HOMBRES, DIJO HÖLDERLIN...
Todos los hombres, dijo
Hölderlin, hablan con sus voces individuales; pero a esas voces no responde
nadie, nadie las toma como referencia. Sólo una voz, la voz poética, es capaz
de traspasar las fronteras de lo individual y penetrar en el espacio común de las
voces de la humanidad. La poesía es la palabra en la que todos podemos
reconocer imágenes de un itinerario colectivo. García-Bacca decía que tres eran
las palabras fundamentales de los hombres: la poética, la religiosa y la
científica. La poesía es el lenguaje con que el ser humano comenzó a nombrar
cuanto lo rodeaba. Ella se encuentra inmediatamente cercana al inicio del
habla. Fue la palabra de los primeros descubrimientos y de los primeros miedos
del hombre, también la de sus primeras divinizaciones. La voz de la poesía fue
muy anterior al lenguaje de la religión. Este llegó después, junto a la
estrechez de nuevas palabras empeñadas en convertir los viejos mitos en
dogmáticas parábolas. El lenguaje religioso, originalmente creado por la
poesía, se alejó de ella y terminó por hacerse voz contundente e irrefutable;
voz de lo asumido como definitivo y verdadero, voz de certezas siempre
colocadas más allá del tiempo del hombre. El lenguaje religioso postergó lo
humano a lo divino: por él, todo pasó a depender de la voluntad de los dioses y
a explicarse a partir de esa voluntad. En el lenguaje religioso encarnan las
respuestas últimas que los hombres han tenido siempre la necesidad de poseer.
Después del religioso, el lenguaje de la ciencia, fue el de la voz de un tiempo
que no cesaba de exigir verdades escrupulosamente demostrables. García-Bacca
define al lenguaje científico como el de la palabra sometida al imperio del
“éste” y del “ahora”. Lenguaje que extrae totalidades a partir de alguna
específica singularidad y establece leyes generales que deben servir en todas
las situaciones por igual. Pero la urgencia de tanta exactitud hace de la
palabra científica algo rápidamente perecedero: no hay eternidad en sus
verdades. Las leyes “definitivas” de la ciencia a menudo se desvanecen. La
verdad científica es una verdad única que todos aceptan, pero solamente ahora.
Frente a la precisa temporalidad del lenguaje científico, el poético sería el
de los descubrimientos humanos eternizados. Hölderlin define a los poetas como
aquellos seres que echan “los fundamentos de lo permanente”. Permanente es lo
que se mantiene, lo que dura por siempre. Los hallazgos de los poetas
permanecen a lo largo de las edades. “Las ciencias se modifican constantemente,
pero una vez escrita, la Odisea está ahí para siempre”, dice Borges. Verdad
poética: no la momentánea verdad del ahora, sino la del siempre y del para
siempre. Verdad que, enunciada por un solo hombre y en un instante determinado,
es ofrendada, desde entonces, para todos los seres humanos y en todas partes.
Tres lenguajes,
tres voces. Las tres se escuchan, las tres hablan y exigen su derecho a
nombrar. La palabra de la ciencia dice
con su voz siempre estentórea, y, junto a ella, se escucha, también, la voz
tajante y parceladora de los dogmatismos religiosos. Igual que la voz
científica, la voz religiosa es excluyente. Ambas se cierran sobre sí mismas
para negar la diferencia y lo diferente. La voz poética, la “otra voz”, como la
ha llamado Octavio Paz, habla y deja hablar. Es voz de sumas, de añadidos; voz
de inclusiones que aglutina todos los significados; voz de imágenes, de mitos y
de imaginarios; voz alimentadora de todas las voces.
viernes, 16 de diciembre de 2011
DICE GARCÍA-BACCA CITANDO A VOLTAIRE...
Dice
García-Bacca citando a Voltaire, “La verdad, es, en el fondo, triste”. Y añade:
“no precisamente triste, sino algo peor: neutral, indiferente a la Vida. La
verdad poética es una de las pocas formas que la vida ha conseguido dar a la
verdad para que le resulte vivible.” La imaginación es necesaria para poblar la
vida y entenderla mejor o para percibirla más próxima a nosotros; necesaria
para ubicarnos en lo reconocible y en lo cercano, y dibujar nuestro entorno con
familiares colores humanos. La imaginación es una forma de orientación y de
visibilidad. La palabra poética, la palabra de los sentimientos y las
sensaciones en que podemos reconocernos los hombres, es, también, la de la
imaginación y, por ello, la de las grandes alegorizaciones del mundo humano.
jueves, 15 de diciembre de 2011
DESVANECIDA EN NUESTRO TIEMPO LA NOCIÓN DE VERDAD ÚNICA...
Desvanecida en nuestro tiempo la noción de verdad única,
¿quién podría aún aspirar a decirla o a pretender poseerla? No el ser de
palabras, desde luego, quien no puede sino esforzarse en descubrir en su
palabra una forma esencial de verdad: subjetiva y parcial, siempre
circunstancial, pero, sobre todo, comunicable. “Yo no he inventado nada, no he
sido más que el secretario de mis sensaciones”, dice Cioran en De lágrimas y de santos. A
partir de sus sensaciones, los seres de palabras escriben. Y ésa es su más
extraordinaria potestad: nombrar sus sentimientos que son, también, los
sentimientos de todos los hombres. En la medida en que las imágenes creadas por
su voz alcancen su espacio social y lo cubran, podremos hablar del más alto
destino concebible para el ser de palabras: escribir los símbolos que
identifican lo humano dentro del tiempo.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
"LA GUERRA DE LAS GALAXIAS"
En la séptima década del siglo XX, las pantallas de cine del mundo entero
mostraron asombrosas imágenes de sitios estelares habitados por grupos, en
ocasiones humanos, o humanoides la mayoría de las veces, en una visión de
ambiciones y luchas trasladadas a un nivel, literalmente, cósmico. El universo
entero era forzado a someterse al dominio de enfrentamientos absolutamente
humanos. La trilogía de películas La guerra de las galaxias, El
imperio contraataca y El retorno del Jedi, dirigidas por George
Lucas, crearon un espacio estético que reproducía dos temas muy de nuestro
tiempo: la necesaria armonía entre el ser humano y el cosmos, y la
defensa de inarraigables ideales democráticos frente a cualquier forma de
tiranía.
El primer ideal encarnaba en una
frase que se hizo célebre: “¡Que la fuerza te acompañe!...” ¿Qué era la fuerza?
Tal vez una referencia a cierta espiritualidad muy de nuestros días: esa nueva
conciencia definida como New age (Nueva era), que propone la visión del
universo como algo vivo del que nada ni nadie podría permanecer al margen;
armonía y energía proyectándose desde el interior de cada ser humano hacia el
afuera y desde el afuera sobre cada ser humano.
El otro ideal, defendido en “otro
tiempo y en otra galaxia muy, muy lejana...” se relacionaba con varias cosas:
la defensa de las libertades frente al autoritarismo, la aceptación de las
diversidades frente a toda forma de cosificante igualación, una bondad
encarnada en la defensa de autonomías colectivas enfrentada a un mal encarnado en
la tiranía y la imposición de un pensamiento único.
En La guerra de las galaxias una de las
facetas del mal estaba reflejada aparecía encarnado en una figura que
terminaría por hacerse legendaria: Darth Vader: terrorífico personaje a quien
el “lado oscuro de la fuerza” había transformado en un ser “mitad hombre y
mitad máquina”.
(Muy lamentablemente, casi tres décadas
después, Georg Lucas, director de la saga, decidió regresar a aquel momento
cuando “todo había comenzado”, y el resultado fueron tres nuevos episodios que
dejaron en muchos espectadores -en mí, por lo menos- el mal sabor de lo
definitivamente malogrado. Particularmente equivocada resultó la tercera y
última de las nuevas películas, La Venganza del Sith, que
mostraba al muy maléfico Darth Vader convertido en un rapazuelo imbécil y, a la
postre, patético y agonizante despojo en las ardientes corrientes de lava de un
planeta mortuorio, de donde era rescatado por un compasivo emperador. Así, tras
la inicial y muy certera definición de Darth Vader como humana inhumanidad o
máquina con rostro humano, Lucas traducía, treinta años y muchísimos millones
de dólares después, la patética versión de un Darth Vader cubierto por un
disfraz que no era sino el armazón ortopédico que le permitía, apenas, continuar
sobreviviendo).
martes, 13 de diciembre de 2011
ESPERAR QUE ALGUIEN NOS HAGA FELICES...
Esperar que alguien nos haga felices
es tan absurdo como esperar que alguien nos ayude a entender o a vivir o a
mirar o a percibir o a conocer o a disfrutar...
lunes, 12 de diciembre de 2011
EL JOVEN DUDA...
El joven
duda; y, quizás sobre todo, duda de sí mismo. Desconfia de sí y de sus
intuiciones. Aparenta saberlo todo y poderlo todo, no temer a nada ni a nadie.
No discierne el auténtico ideal del capricho. Mira los caminos de los otros e
intuye en ellos su camino. Envidia los dones ajenos sin reconocer sus propios
dones. Constantemente pone a prueba su entusiasmo, su autenticidad, su fe. Sólo
los años y ciertas pruebas de la vida, podrán enseñarlo a conquistarse a sí
mismo, hacerse de una verdad que lo sostenga y termine por imponerse a todo...
sábado, 10 de diciembre de 2011
EL IDEÓLOGO ES ESCLAVO...
El
ideólogo ha abandonado la libertad de las voces para convertirse en un voceador de lo exacto, de lo incontrovertible. Para él no se trata de vivir junto a sus ideas sino de dedicar su vida a una sola idea. Contempla el mundo a través de recetas y breviarios. Pronuncia palabras que no
son suyas: pertenecen siempre a otros: un partido, una iglesia, un jefe...
viernes, 9 de diciembre de 2011
VENEZUELA, EL PAÍS DE LA INHÓSPITA PALABRA
Alguna vez dijo Guillermo Meneses
que la escritura era un "camino de perfección": respuesta liberadora
para el escritor y hallazgo liberador para el lector. Lo cito: "La
literatura ‑el arte todo‑ es un camino de perfección, en el sentido como puede
entenderlo cada cual: un camino de perfección que tiene al hombre como fin y
principio y, además, un camino de perfección que puede ser seguido por los
hombres, todos, en la medida en que cada quién haga lo que está a su alcance
para estar presente en lo que el artista ha realizado". La idea de Meneses
señalaría, además, que los hallazgos del escritor propician un encuentro entre
él y ese lector que, leyéndolo, reconoce mucho de sí y de su propio universo en
esa palabra escrita por otro. En el caso de la moderna novela venezolana, ese
encuentro o autodescubrimiento pareciera darse, principalmente, en la
desorientación o el agobio. Catarsis a la inversa: revelación en medio de la
incertidumbre. Camino de perfección que pareciera evocar sólo la imperfección;
camino desorientador. A fin de cuentas, no camino: itinerario o trayecto
siempre confuso y desconcertante en el que se cruzan sin cesar el avance y el
regreso, la vuelta atrás y el recomienzo, la búsqueda y el extravío, el
hallazgo y la inconclusión.
Américo Arlequín, uno de los
personajes de La misa de Arlequín, escribe, él mismo, su propia novela,
un texto que abarca tanto su vida como la historia venezolana. Dos recorridos,
dos construcciones verbales: uno compuesto por muy fragmentarias y pintorescas
visiones del pasado nacional; el otro conformado por diversas visiones y
recuerdos de la propia vida del personaje Américo Arlequín. Las imágenes saltan
de una referencia a otra. Se mueven de lo individual a lo colectivo. Ambos
niveles, el personal y el histórico se entremezclan, se suceden, se
interrumpen, se reencuentran. El lector contempla esa relación entre la
ficcionalizada memoria de una existencia individual y la ficcionalizada memoria
de un tiempo colectivo y extrae sus propias conclusiones. ¿Comunicación de
formas? ¿Cercanía de signos? ¿Emparentamiento de resultados? En todo caso,
semejanza en la respuesta que las dos memorias suscitan: el rechazo. El lector
rechaza la vida de Américo Arlequín, así como la de casi todos los otros
personajes que aparecen en la novela de Meneses; y rechaza, también, esa obra,
en ocasiones trágica y, en ocasiones bufa, que es la historia de Venezuela
protagonizada por Arlequín.
Arlequín, mimo y clown,
representa la historia del país en algunos de sus episodios más grotescos o
inverosímiles, como el del negro esclavo Miguel que se proclamó rey a las
riberas del río Buría y nombró entre los otros esclavos que lo acompañaban a su
corte de dignatarios, de obispos y de príncipes. O como ese episodio titulado
el “Ballet de los coroneles”: una ridícula farsa de muchos militares
convertidos en políticos o en tiranos, o en ambos a la vez. En fin, el
itinerario del país protagonizado por Arlequín es el del ridículo sainete, el
del gran teatro de la irrisión; no un teatro del mundo a la manera de Calderón
de la Barca: la vida toda concebida como representación en la que los seres
humanos jugamos un rol, sino la historia y el tiempo disfrazados,
exclusivamente, con el ropaje de lo grotesco, de lo ridículo.
En La misa de Arlequín
están presentes varios de los signos entrevistos en las diversas novelas
leídas. Está presente el vacío de la desolación junto al lleno de la
caricatura, la oquedad de las ilusiones y la plenitud de los escarnios. Está
presente, también, la intemperie; intemperie de épocas y de experiencias
colectivas e individuales, vividas en la incertidumbre y en la agonía. Está
presente la crudeza de un universo dibujado desde el escondrijo, el rincón, el
oscuro recoveco. Está presente, por último, la paradoja: el fracaso que se
regodea en el fracaso, la humillación indiferente ante sí misma.
Una novela es, por sobre cualquier otra
cosa, la creación de un universo; un espacio en el que suceden cosas, habitado
por personajes, gobernado por leyes. Un mundo que, para quien lo lee, para
quien se acerca a él y lo recorre, puede resultar habitable o inhabitable,
acogedor u hostil. Habitable es lo cálido, lo armonioso, lo cobijante y
predecible. Habitabilidad tiene que ver con la fiabilidad de ese lugar en el
que moramos. Habitable es el territorio donde nos movemos en confiada libertad
porque nada en él luce amenazante o impredecible. Habitable es esa condición
esencial que los seres humanos necesitamos percibir en nuestro entorno para
poder hacer de él morada. En lo novelesco, habitables resultan los mundos de
ficción de firmes construcciones y densos paisajes; poblados de rostros nítidos
de expresiones precisas; regidos por leyes claramente perceptibles, fácilmente
identificables. La habitabilidad pareciera perderse o desvanecerse en ficciones
de muy prevalecientes diseños de inadecuación, incomprensión o extrañeza. No
lucen, quizá, habitables esas novelas de personajes imprecisos y fugaces, de
leyes poco definibles y de espacios permanentemente degradados: intemperies
desorientadoras o muy reiteradas superficies de agobiante encierro.
La abundancia de confundidos
personajes al interior de confusos escenarios como los que propone José Balza,
Salvador Garmendia con sus pausadas descripciones de mínimos supervivientes
urbanos, Guillermo Meneses con sus autodestructivas confusiones y sus
interminables fracasos, las verbalizaciones monstruosamente totalizantes y
monstruosamente confusas de Britto García, González León con sus visiones de
repetidos tiempos siempre condenados, Denzil Romero y sus interminables sumas
de ingeniosidades y delirantes anecdotarios... Postulaciones, todas, de la
inhabitabilidad hecha ficción, de la hostilidad fantaseada, de lo inhóspito
convertido en fábula. Construcciones verbales de una ética de la inconformidad
y del desánimo asentada sobre muchas irritadas vigilias y sobre mucha lucidez
condenatoria; recreaciones de una ética de lo precario y lo furtivo que
pareciera cobrar forma en esa atroz revelación expresada por el personaje de Viejo
de González León: “Nadie canta victoria en este insomnio maldito”. En suma: una
moral de la inconformidad expresada a través de una estética de lo inhóspito,
algo que en Venezuela ha llegado a traspasar el ámbito de lo puramente
narrativo hasta invadir otros universos estéticos. Como, por ejemplo, el de un cine nacional que, desde hace
décadas, no cesa de insistir, obsesiva e interminablemente, en la
construcción de códigos de marginalidad y de violencia delincuente volcados
sobre monótonas galerías de personajes
siempre semejantes: seres infractores y transgresores; pero, por sobre
todo, seres trágica y tempranamente vencidos.
En su libro Contra la
interpretación[1], Susan
Sontag comenta la opinión de la novelista francesa Nathalie Sarraute, según la
cual “el genio de nuestra época es la suspicacia”. Maurice Blanchot, otro
francés, ha dicho que cada vez más "escritores se encuentran en la cómica
situación de no tener nada que decir". Desear escribir y no saber muy bien
de qué; no tener nada que decir y, por ello no hablar de nada en particular. No
creo que ni la suspicacia, a la cual la Sarraute califica de “vicio dominante”
de nuestro tiempo; ni, tampoco, el hastío al que se refiere Blanchot, estén
presentes en las distintas novelas a que he hecho referencia en estas páginas.
Quizá en nuestro país existan todavía muchas cosas por identificar. Permanezca,
aún, mucho por bautizar. Los escritores desean ser testigos. Testigos que creen
todavía en su potestad para nombrar, inventar y, sobre todo, para criticar y
condenar. No parecieran pertenecer a los novelistas venezolanos ni la
suspicacia ni el aburrimiento. Suyas son otras cosas: la soledad y el
descorazonamiento, el desconcierto y la inquietud, el desasosiego y la condena,
la incertidumbre y el desarraigo; y, frecuentemente también, la ira, la rabia,
la desesperación.
Muchas
interrogantes nos han acompañado a los venezolanos por mucho tiempo. ¿Qué
somos? ¿Qué nos identifica? ¿Cuáles son nuestros orígenes? ¿Cuáles son nuestros
espacios? ¿Cómo nos percibimos dentro de esos espacios? Cabría, quizá,
reformular algunas de esas preguntas para poder avizorar sus posibles
respuestas: ¿por qué los venezolanos nos percibimos tan negativamente? ¿Por qué
son tan confusos nuestros espacios? ¿Por qué lucen, a veces, tan débiles
nuestras referencias? ¿Por qué nos rodean tantas contradicciones? ¿Por qué
tanta ausencia de nortes, tanta falta de centro, tanta vislumbrada errancia,
tantos desdibujados itinerarios en torno nuestro?
Las más significativas novelas escritas a lo largo de las
décadas que acompañaron las transformaciones de la modernidad venezolana,
parecieron haberse esforzado en responder, cada una a su manera, algunas de
esas preguntas. La mayoría grita desde sus páginas mucho rechazo, mucha
confusión. Está presente en ellas, desde luego, un inconformismo alrededor del
cual todo pareciera gravitar. Pero lo más peculiar es que, en medio de tantas
enfáticas entonaciones, resulta a menudo evidente cierta contradicción entre la
presencia de una voz que denuncia y esa misma voz que pareciera dudar de su
poder para denunciar; que lo estentóreo de la expresión se relacione tan
frecuentemente con lo subrepticio y confuso de las intenciones. A veces,
distingo en algunas de esas novelas la forma de un acertijo, acaso un remedo de
ese inmenso acertijo que nunca ha dejado de ser el tiempo que hemos ido
construyendo los venezolanos.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
BOLÍVAR , VENEZUELA Y LA MUJER DE LOT
Se cuenta en la
Biblia que el castigo de la mujer de Lot fue permanecer para siempre convertida
en una estatua de sal. Fue su penitencia a un pecado: mirar atrás. Mirar atrás
puede sugerir varias cosas: fijación obsesiva sobre lo que ya ha transcurrido,
negarse a avanzar hacia adelante: hacia el futuro, el porvenir. Un bloque de
sal ‑cosa inerte, muerta‑ encarna la
desvitalización del recuerdo; de alguna manera: la petrificación de la mirada.
La pasividad de la memoria transforma la evocación en culto; cosifica un tiempo
que deja de ser recuerdo para convertirse en sola referencia. Obsesión. Idea
única.
Una de las cosas que primero llamaría la
atención a cualquiera que por vez primera llegase a Venezuela sería la
presencia constante, recurrente y obsesivamente repetida de la figura de
Bolívar. Su imagen aparece, inagotable, por todos lados: en la moneda nacional;
en los retratos de todas las oficinas públicas, de todos los ministerios, de
todos los liceos; en las innumerables esculturas que nos contemplan desde las
"plazas Bolívar" repartidas a lo largo y ancho del país. Frases de
Bolívar se citan en todo momento. Las dicen los políticos. Las repiten los
intelectuales. Las declaman los locutores de radio y de televisión. Las
muestran las vallas publicitarias. Las proclaman, convertidas en graffitti,
paredes de pueblos y ciudades. El recuerdo del héroe, las alusiones a sus obras
y a su pensamiento, aparecen, vociferantemente presentes, en todos los lugares,
en todas las circunstancias.
Cualquier típica biografía del Libertador
para uso escolar, distingue, al igual que las de las vidas de santos o de
humanizadas deidades, dos etapas: una privada, de abundantes testimonios
apócrifos que se revisten de leyenda ‑el
golpe de la pelota del joven Simón al sombrero del futuro Fernando VII, por
ejemplo‑; la otra pública, mucho más conocida, permanente fuente de
inspiración, ejemplo para todo y para todos. La sacralización del Libertador se
acompaña de un catecismo bolivariano: fundamental breviario de donde se extraen
moralejas y enseñanzas, ejemplos y consejas. Sobre este catecismo ha terminado
por articularse una especie de conciencia nacional, de moral de uso público.
Un culto bolivariano supone la presencia de
una moral bolivariana: ética que gira alrededor de todo cuanto provenga del
Libertador. Bolívar es el gran político, el máximo estadista, el sublime
legislador, el inigualable militar, el incomparable educador. Cualquier virtud
imaginable se asocia a su figura. El culto bolivariano ha convertido a Bolívar
en figura sobrenatural, venida a nuestro país casi a "sufrir por
nosotros", a "darnos la libertad", a "redimirnos".
Nuestra ruidosa historia oficial nos recuerda constantemente que todos sus
bienes los perdió en esa empresa. Recuerda, también, cómo la muerte del
Libertador llegó en medio de la ingratitud de los hombres de su tiempo. De
hecho a los venezolanos se nos enseña desde la escuela a expiar una especie de
culpa adánica: la de haber negado a Bolívar. Seguir a Páez dándole la espalda
al Libertador es nuestro pecado original de nación. Fuimos una especie de
pueblo elegido que conoció el inmenso privilegio de tener un Mesías que naciese
en él y, sin embargo, lo negamos; no supimos estar a la altura de semejante
privilegio. La imagen de un Bolívar empobrecido y enfermo que abandona el país
para siempre, que muere solo en Santa Marta, en la casa de un español, atendido
por un médico francés, lejos de Caracas, lejos de Venezuela, lejos de todos,
acompaña en simbólico signo de culpabilidad y deshonor el origen republicano de
Venezuela: allí pareció comenzar el errático destino nacional: ése fue el
principio de nuestra incapacidad como país, de nuestra impotencia de patria.
En situaciones difíciles para pueblos y
culturas, la sublimación del pasado puede ser algo tan motivante como el
compartir metas e ideales comunes. Se trata de galvanizar voluntades sobre la
admiración de un pasado enaltecedor. En Venezuela otorga dividendos utilizar a
Bolívar. El Libertador da respetabilidad a quien lo usa. Es patriótico citar
sus máximas. Es ejemplar y es cívico afirmarse como su incondicional devoto.
Gobierno tras gobierno, caudillo tras caudillo, nuestro tiempo histórico
republicano reeditaba, multiplicaba, añadía y aumentaba el estereotipo de un
Bolívar semidivino. Cada autócrata utilizó, en su beneficio, la leyenda del
grande hombre y le añadió a ella su propia cercanía. Guzmán Blanco se hizo
llamar el Regenerador. Editó un medallón de dos caras, cada una de las cuales
contenía un perfil: uno ‑claro, está‑
el suyo propio; el otro, el de Bolívar. Cipriano Castro fue el
Restaurador que decía inspirar de Bolívar su exaltado patriotismo contra las
potencias europeas que, prepotentes, venían a cobrar por la fuerza viejas
deudas. Gómez fue el Rehabilitador y se dice que sus áulicos alteraron en un
día la fecha de su muerte para hacerla coincidir con la del Libertador: el 17
de diciembre. Hace algunos años, al morir Rómulo Betancourt, se lo llamó Padre
de la Democracia e, inmediatamente, se lo equiparó con Bolívar ‑el Padre de la
Patria‑ (lo que, dicho sea de paso,
expresivamente señala hasta qué punto los venezolanos siempre pareciéramos
estar buscando un padre sobre el que cimentar hitos de patriótica
grandilocuencia: nuestras referencias dignificantes comienzan siempre con la identificación de un padre).
Definitivamente el ser comparado con Bolívar es, ha sido siempre y continuará
siendo, la máxima ofrenda, el atributo sublime, para cualquier hombre público
venezolano.
Otras características del culto al
Libertador se relacionan con esa peculiaridad de nuestra tradición cultural que
nos lleva a la hipervalorizar los hechos de guerra. Nuestras veneraciones
históricas recaen mucho más a menudo sobre el hombre de armas que sobre el hombre de letras.
Historia la nuestra de hombres y hechos; historia de gestos, o mejor, historia
que venera los gestos de algunos hombres. Los venezolanos, hemos terminado por
hacer con Bolívar aquello que preconizaba Carlyle en relación a los héroes:
convertirlos en máxima referencia, en ideal, en aspiración suprema. La
admiración hacia el ejemplo de sus grandes hombres es para todo pueblo mucho
más importante ‑decía Carlyle‑ que cualquier ideología. En el caso
venezolano, mucho más que la Constitución Nacional, nuestra referencia
colectiva final es Bolívar. "Hombres ideales" o "Héroes"
llamó Carlyle a quienes lograban encarnar los más altos ideales de una nación o
una cultura. Según Carlyle no existía constitución ni legislación que pudiesen
competir con la eficacia patriótica de estos "hombres ideales". En la
premisa de Carlyle: "Hallad en un país cualquiera el hombre capaz que pueda existir allí;
elevadle a la dignidad suprema, y lealmente reverenciadle: ya tenéis un
gobierno perfecto para ese país" pareciéramos los venezolanos haber
inspirado la mayor parte de nuestro itinerario político nacional. De allí la
causa de que el personalismo haya sido su rasgo más característico.
martes, 6 de diciembre de 2011
EL MUNDO: A VECES, CERCANO; OTRAS, LEJANO, LEJANÍSIMO...
El mundo: a
veces, cercano; otras, lejano, lejanísimo. En ocasiones, familiarmente
comprensible; otras, indescifrable, amenazador incluso. Me supera. Me
desconcierta. Me abruma. Lo vivo: aceptándolo o padeciéndolo, rehuyéndolo o
enfrentándolo. Acompaño su armonía o confronto su rigor desde el lugar de mi conciencia: ese sitio donde todo pasa a
hacerse significado; más que un espacio, una paulatina e interminable construcción.
El mundo va por
su lado y mis comprensiones de él por el suyo; pero estoy forzado a apoyarme en
mis comprensiones y entender las cosas desde mi perspectiva. Item perspectiva era una voz latina que significaba “mirar a
través”: noción relacionada con la natural abstracción de la mirada;
pero, sobre todo, con una manera de ver las cosas desde nosotros mismos: desde
eso que es y ha sido nuestro tiempo, desde los recuerdos de nuestras vivencias
y de tantas y tantas paradojas como las que habitan en nuestro espíritu.
domingo, 4 de diciembre de 2011
EL DEL EDÉN FUE EL TIEMPO...
El del Edén fue el tiempo de una
felicidad humana apoyada en la absoluta cercanía con lo natural. La aparición
de la inteligencia y sus signos: ambición, curiosidad, soberbia, señaló la
diferencia entre hombres y animales. Diferencia cuyo principio fue la aparición
de las palabras: primer signo de la lejanía entre el hombre y lo natural. El
ser humano ya no podría vivir feliz e ignorante como los animales porque entre
el mundo y él se interponían las palabras. Sólo al comenzar a hablar los
hombres se hicieron humanos.
sábado, 3 de diciembre de 2011
LA ESCRITURA SE CONVIERTE EN AQUELLO EN QUE LA CONVERTIMOS...
La
escritura se convierte en aquello en lo que la convertimos. Puede ser
clandestinidad: ejercicio más o menos marginal, más o menos subrepticio sobre
el que exorcisar arraigados fantasmas personales. Puede ser conflicto: paralelo
hermano de otros conflictos. Pero puede también ser afirmación y apoyo: signo
con el que trazar desciframientos, intuiciones, comprensiones, curiosidades...
Esa ha sido siempre mi opción frente a ella.
jueves, 1 de diciembre de 2011
IRMA, LA FOTOGRAFÍA Y LA ESCRITURA...
Hablar de fotografía significa para mí
evocar un paréntesis muy personal de mi vida, cuando la afición fotográfica
llegó a convertirse en una auténtica obsesión. Era el año 1977. Había finalizado mi carrera universitaria y obtenido una beca para realizar estudios de postgrado en la
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. E iba, con Irma, mi
mujer, a vivir allí por dos años. Una de las primeras cosas que hice al llegar
fue comprar una cámara que se convertiría en instrumento inseparable. París
comenzó por ser el destino de muchísimas fotos que durante los fines de semana,
y siempre acompañado de Irma, testimoniarían pasos y paseos. Creía, sentía, que
la fotografía había llegado a mi vida para siempre. Recuerdo muy bien el
momento en que me dirigía a recoger las fotos ya reveladas, y la maravillada
sorpresa que significaba contemplar aquellas imágenes que me trasladaban al
momento en que había disparado el obturador, como una especie reencuentro con
una nueva y más clara verdad de él.
En mis fotografías, tomadas
también a lo largo de los numerosos viajes que hicimos en esos años mi mujer y
yo, encarnaba una imperiosa necesidad por dejar constancia de miradas,
descubrimientos y asombros que nos pertenecían tanto a ella como a mí.
Descubrir el mundo junto a alguien; esto es: lo que vemos, compartirlo con
cierta persona particular, hacer de nuestros descubrimientos proximidad al lado
de ese ser que se hace compañía necesaria, otredad que nos sostiene y que llega
a ser parte de nuestro rumbo y de nuestro destino. Y aceptamos que sin esa
persona seríamos sólo la mitad de algo, apenas un trazo de un ausente todo.
Una vez que terminó la
experiencia de París terminó mi pasión por la fotografía tan abruptamente como
había llegado. De mis aventuras fotográficas sobrevivieron varios álbumes que
recogían la memoria de todo un tiempo convertido en imagen. Ya de nuevo en
Caracas llegarían los hijos, y, junto a ellos, la fotografía mantuvo aún por
algún tiempo su carácter testimonial: recoger la existencia de esos niños que,
de día en día, crecían y cambiaban. Fue el último momento en que la fotografía
tuvo un significado. Daría luego paso a una escritura que iba ocupando, con
creciente fuerza irresistible, todos los espacios.
¿Por qué se desvaneció tan
abruptamente mi pasión por la fotografía? Me lo he preguntado muchas veces. Con
los años creo haber dado con la respuesta: tomar fotografías suele significar
proponernos captar algún determinado fragmento de lo exterior a través de una
imagen precisa, mientras que escribir supone traducir el mundo y traducirnos
dentro del mundo en medio del orden de nuestras voces.
Escritura y fotografía: ésta obliga al
contacto rápido, a la inmediata comunicación con ese momentáneo afuera que
velozmente se disipa. La escritura, por el contrario, me obliga a permanecer en
mí, rodeado o protegido por una superficie de palabras. Si la fotografía es el
arte de Cronos, la expresión de una fugaz contundencia de cierto
momento; la escritura, es el arte de Kairos: forma del tiempo irreal de
una conciencia reagrupándose alrededor de esas voces que buscan un sentido.
Por cierto que así como Irma en
su momento tuvo muchísimo que ver con mi pasión por la fotografía, también
habría de estar muy cercana a mis descubrimientos de una escritura que iba,
poco a poco, haciéndose territorio mío, cobijante morada. Compañera hacedora de
siempre acogedores espacios, una vez más Irma hizo posible para mí la creación
de un lugar en el que apartarme de una exterioridad que, con mucha facilidad,
se convertía en intemperie: ajena versión de cuanto es azariento y
desvanecedor.
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