Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
UN AUTOR CON EL QUE DESDE HACE AÑOS MANTENGO UNA RELACIÓN MUY CONTRADICTORIA ES EMIL CIORAN...
Un autor
con el que desde hace años mantengo una relación muy contradictoria es Emil
Cioran. ¿Por qué suele ser tan frecuente hallar incuestionables expresiones de
sabiduría en seres de palabras que se ahogaron en sus propios laberintos o en
lo más profundo de sus infiernos? Si distingo en Cioran a un ser
permanentemente insatisfecho con todo y de todo, inagotable vociferador de su
amargura e incansable teórico de una aparente autodestrucción; infeliz por
voluntad propia y extraviado por voluntad propia, muy a menudo estridentemente
absurdo, entonces me inclino a mirarlo con el más profundo desdén. Pero si
contemplo al ser humano que, con sus escritos, supo aludir a irrefutables
realidades de la condición humana, no puedo menos que incluirlo entre mis más fervientes
devociones. Creo que de Cioran es necesario pasar por sobre sus caricaturas y
estridencias, y detenerse en esas irrefutables respuestas que él, como nadie,
supo vislumbrar y comunicar. Cuando pienso en su escritura tres palabras vienen
a mí: refugio,
rebeldía y resistencia. Las tres
tienen todo que ver con una escritura entendida como conjuro de tantas cosas
que nos alienan desde el afuera: códigos demasiado acatados, excesivos lugares
comunes, veneraciones incomprensibles, aburridísimas obediencias, mímicas que
nos resulta imposible repetir...
martes, 29 de noviembre de 2011
HE COMENTADO ALGUNA VEZ EL CASO DE PAUL CELAN...
He
comentado alguna vez el caso de Paul Celan quien fue capaz de escribir poesía
en el campo de concentración donde fue internado y en el que perdieron la vida
sus padres. Es difícil el arte en medio de la muerte, de igual manera que es
difícil la belleza en medio de la podredumbre; y, sin embargo, siempre será
posible el arte junto a la certidumbre humana en la pasión y en la belleza: dos
formas de lo atemporalmente verdadero. Y en la búsqueda de eso que creemos o
intuimos verdadero reside mucho de la dignidad de esos seres humanos que nunca
se resignarán a ver disminuida su propia condición humana a la hora de
preguntar, de nombrar.
lunes, 28 de noviembre de 2011
DESPRECIOS, RESENTIMIENTOS Y RENCORES...
Desprecios,
resentimientos y rencores forman también parte de nuestro rostro. Ser fieles a
ellos es tan coherente como serlo a nuestros afectos.
domingo, 27 de noviembre de 2011
LO ABIERTO Y LO CERRADO EN ALGUNAS NOVELAS VENEZOLANAS...
Enrique Bernardo Núñez había
escrito Cubagua en 1929. Dos décadas
más tarde, publica La ciudad de los techos rojos, un libro testimonial
donde describe cómo el presente petrolero está aniquilando tres siglos de
historia caraqueña. Trescientos años reducidos a escombros en medio de una
voracidad urbanística que, brutalmente, arrasaba la vieja ciudad, el país
anterior. El siglo XVIII, dice Núñez en uno de los artículos del libro, es “un mendigo
sentado a la puerta de una de esas casas vetustas"; un ser harapiento
que parecía desagradar a todos. Hace algunos años escribí sobre este tema[1]:
“Nuestro país se incorporó tarde al siglo XX: consecuencia de ese retraso fue
el afán de los venezolanos por ser modernos y serlo pronto, por mostrar a los
cuatro vientos los signos de su modernidad; renuncia, también, a todo lo que
fuese antiguo, a cuanto oliese a vejestorio deudo del pasado. Rápidamente,
desaparecieron viejísimas casonas emparentadas al principio de nuestro
itinerario nacional. Desaparecieron iglesias y conventos, plazas y calles. Con
brusquedad, se borraban siglos de tiempo y de memoria: Venezuela compraba con
petróleo su irracional transformación.La irrupción del petróleo trajo la imagen
de una Venezuela que recuerdan las
fotografías de ese entonces: urbanizaciones con vago aspecto de repetidos
campos petroleros, casas de habitaciones con aire acondicionado, recortados
jardines, grandes automóviles de líneas semi redondeadas estacionados ante la
puerta de amplios garajes. Nuevos diseños, diferentes espacios. Nada debió
contradecir más esas presurosas aspiraciones de modernidad que la estampa de
viejos caserones de macizas paredes y
numerosas habitaciones rodeando un
patio central. No eran chic esas casonas. Lo chic era vivir en
las nuevas urbanizaciones, habitar la casas nuevas, sentarse sobre los muebles
nuevos. Las viejas familias se deshicieron de sus propiedades familiares,
vendiéndolas a los emprendedores urbanistas. Un necesario y eventual comprador
que hubiese podido interesarse en conservarlas -el Estado- no apareció por
ningún lado. Al resplandor del status y al anhelo del progreso se
sacrificaron demasiadas cosas: belleza, tradición, autenticidad, cultura:
costosísimo impuesto.”
A pesar de la ligereza con que
los venezolanos parecían estar viviendo los dramáticos cambios que se producían
en el país, en medio de la manera abrupta e irresponsable como todo se estaba
transformando, se generalizó una
visión: la del petróleo como “maldición”. No por el petróleo en sí, sino por la
forma como se percibía que se desaprovechaba su riqueza. La celebérrima frase
de Arturo Uslar Pietri: “Hay que sembrar el petróleo”, terminó por convertirse
en el código que ilustraría la manera en que la fiesta petrolera fue percibida.
Para 1954, las más visibles transformaciones introducidas por la dictadura
perezjimenista: amplias concesiones a las grandes compañías transnacionales del
petróleo, realización de grandiosas y muy llamativas obras públicas, no
lograban ocultar la realidad de un país profundamente distorsionado: de un
lado, la Venezuela de la aparatosa grandilocuencia de las metamorfosis
caraqueñas; del otro, una provincia, en general, tan atrasada como lo había
estado siempre. Casas muertas, escoge la representación de ese país que
permanece aún en el olvido y la miseria. La nación del bullicio petrolero está
ausente de sus páginas. Más de veinte años atrás, la novela Cubagua
había revelado el encierro en que vivía Venezuela. Casas muertas muestra
que, en muchos sentidos, el encierro aún perdura; que siguen existiendo todavía
muchas ruinas en el país.
En 1958 Salvador Garmendia publica su novela Los pequeños seres. En ella califica a los habitantes de la ciudad
de “pequeños” y describe los espacios citadinos como interminable pequeñez y
deterioro. La ciudad de Garmendia es la ciudad reducida y desagradable: la de
las pensiones de “aire pobre” y “olor agrio de paredes húmedas”; la de los
limitadísimos apartamentos en los que “podía verse ... tantas cosas mustias,
apocadas, vilmente envejecidas en sus rincones ... cuartos sofocantes”. La
moderna ciudad de Garmendia es, a fin de cuentas, también espacio de encierro;
clausura convertida, ahora, en sordidez y distorsión, desecho y desarmonía. Un
espacio encerrado del que, como sucedía con el moribundo Ortiz o con la abandonada
Cubagua, también provoca escapar. Pero la huida es imposible. La ciudad
encierra a sus habitantes y los condena a ser “figuras de desánimo que arrojan
su vacío y abandono”. Que los condena, sobre todo, a la mediocridad y al
fracaso.
Como un emblema, como una
consecuencia central o como un único resultado imaginable, el fracaso es el
corolario y, a la vez, el telón de fondo de ese mundo donde actúan los
personajes de la última novela de Meneses, La misa de Arlequín. Fracaso
en medio de los lugares miserables, mediocridad y autodestrucción reflejadas
sobre espacios de “mala muerte”: pequeños bares, pensiones y hoteles baratos:
“Llamo hotel a esta casa donde me dejan un cuarto pequeño y sucio”.
Mucho más recientemente, Viejo,
la última novela de Adriano González León, presenta a los espacios urbanos como
invasoras desarmonías que inundan el pequeño cuarto donde permanece el
protagonista: un anciano que fantasea y recuerda; testigo de tiempos idos cuyas
verbalizaciones, autocompasivas letanías, llegan hasta nosotros, lectores, a
través de su voz, tan opaca y reducida como el lugar que lo enclaustra: “Yo
pongo aquí estas palabras para hacerme el loco y no entender, no querer
entender que la miseria y la tristeza se están metiendo por las puertas, se están
metiendo por las rendijas.”
También podría relacionarse el
encierro de las alusiones novelescas con el encierro como estructura presente
en algunas novelas. La misa de Arlequín, por ejemplo, es, toda ella,
construida como un espacio encerrado. Igual que en el juego de la muñeca rusa,
donde una figura encierra a otra más pequeña que repite exactamente a la
anterior, y así sucesivamente hasta llegar a la última de las figuras: una
mínima reiteración de la primera, la estructura de La misa de Arlequín
es una suma de fragmentos repetidos y reflejados en otros fragmentos... Y, al
final, todo termina por revelar sólo vacío.
Abrapalabra, por su parte, es una
contradictoria espacialidad de desmesuras empequeñecidas y de totalidades
minimizadas. Es, sobre todo, una paradójica espacialidad de desorientadoras
clausuras. “El mundo se
crea y se acaba en cada instante”, leemos en una de sus páginas. O sea: cada
nueva palabra puede comenzar el mundo o terminarlo. Todo fragmento narrativo
puede ser una alusión posible de la totalidad universal. Y Abrapalabra
pareciera proponerse reconstruir esa totalidad desde la incesante
proliferación de todos los retazos y fragmentos imaginables. Uno de sus personajes comenta:
“Mi diversión favorita en las calles que es desincronizarlas, cortarlas en
lonjas de hace unos minutos o dentro de unos minutos produciéndose así el
despedace...” Abrapalabra funciona, precisamente, como un “despedace”
interminable: destazamiento de muchas cosas, colosal suma de discontinuidades y
deshilvanada hilvanación de itinerarios sin fin.
Abrapalabra pareciera querer nombrarlo todo
desde una voz concebida como conjuro mágico, aleph en el que todo principia y
todo termina, signo a partir del cual percibir todas las cosas y todos los
conocimientos. Su título mismo alude a esa visión de la palabra como objeto
mágico o voz clave. Abrapalabra: abracadabra: talismán o filacteria capaz de
conducirnos hacia los más hondos significados de la realidad. Pero desde la
lectura de sus primeras páginas, resulta claro que eso no será posible, que las
piezas del gigantesco rompecabezas novelesco no alcanzarán a unirse
debidamente, que un esclarecedor sentido final para ese mundo inmenso y dispar
construido a lo largo de más de seiscientas páginas, acaso resulte por completo
inaccesible. Imagen de la palabra, pues, como trampa, encerrona o
escamoteo; construcción inacabada o travesía interminable hacia el enigma que
aguarda al final del camino.
Si escribir una novela implica construir un
mundo según sistemas de leyes precisos, Abrapalabra escoge construir el
suyo a partir de una ley esencial: el desorden. Es su opción: edificar el caos
desde el caos, hacerse incoherencia que nombra lo incoherente. Como se dice en
una de sus páginas: “El hombre sacudió el sello de las cadenas de palabras que
llamamos ideas/ Y el mundo perdió su forma y su sentido/ El hombre sacudió la
cadena de ideas que llamamos memoria/ Y los torrentes de la sensación inundaron
la mente sin prestar servidumbre a la experiencia que hubiera podido encauzarlos/
El hombre sacudió la cadena de memorias que llamamos cultura/ Y perdieron su
ser las civilizaciones...” Palabra e imagen, imagen e idea, idea y memoria,
memoria y cultura: encadenamientos de secuencias expresivas y de realidades
naturalmente complementarias que en Abrapalabra parecieran hacerse sólo
verbalidad de la dispersión, de la irradiación confusa o del desparramo
interminable.
Britto García ha declarado que
“en un mundo sin Dios no hay voz única, sino silencio o tumulto ... No hay
palabra inocente.” No hay inocencia en las palabras porque todas apelan a una
opción, porque todo decir es escogencia. Murmullos o vociferaciones, balbuceos
o gritos son, todos, modos expresivos de un nombrar, significativas entonaciones. Abrapalabra escoge
hacerse entonación de lo inverosímil, de lo inacabado, de lo confuso, de lo
irreductible, de lo desconcertantemente abrumador. Estéticamente, la forma que
mejor podría definirla sería la de un laberinto. Todo en el laberinto resulta
paradójico. En él lo ilimitado es evocado desde lo limitado y lo inabarcable es
perceptible desde el encierro. En Abrapalabra la forma laberíntica es una consecuencia de ese
propósito novelesco por aludir a lo total desde lo parcial y por revelar lo
perenne a partir de lo momentáneo. El resultado final es la absoluta
desorientación: el lector se pierde por entre esa gigantesca acumulación verbal
encerrada en muchísimos retazos de expresivas fragmentaciones.
Desconcertante o no, el laberinto es recorrible y debe
ser recorrido. Hacerlo será como armar un rompecabezas: crear sentido allí
donde sólo existían el vacío y la dispersión. Pero si, en el caso del
rompecabezas, cada una de las piezas es una parte de la solución, una
insinuación de la respuesta final; en el laberinto, cada paso emprendido puede
arrojarnos más profundamente en la confusión. Recorrerlo será igual que
tratar de armar un rompecabezas absurdo cuyas piezas hubiesen sido diseñadas
para no reunirse. Abrapalabra
es como el laberinto o el rompecabezas irresoluble. No hay desentrañamiento
final en sus páginas: sólo testimonios, revelación de muchísimas
imposibilidades.
Pero la imagen del laberinto
podría ofrecer, también, otra opción: la del aprendizaje. Llegar hasta el
centro del laberinto y, desde allí, lograr descubrir su salida, sugiere una
sabiduría extraída de ese recorrido que nos permitió escapar a lo inextricable.
Laberinto, en suma, como reto a vencer, como vivencia que nos ofrece profundos
conocimientos, quizá principalmente acerca de nosotros mismos. Y ésa es otra posibilidad
que ofrece también Abrapalabra:
ser construcción que nos permite, por entre todas sus confusiones, percibir
imágenes, intuir entonaciones, avizorar respuestas. Por entre la incongruencia
y el caos, vislumbramos en la novela comprensiones, razones, verdades.
Entrevemos en ella, fugaces, los destellos de muchos significados. En suma:
aprendemos de sus páginas de la misma manera en que podemos aprender del
sentido de nuestros pasos recorriendo el laberinto y extrayéndonos lentamente
de él.
[1] Ver: “Símbolos,
tiempo y memoria nacional”, en: La mirada, la palabra, Caracas, Academia
Nacional de la Historia, col. El libro menor, 1994
sábado, 26 de noviembre de 2011
VIAJAR ES DESCUBRIRNOS...
Viajar es
descubrirnos, conocernos o reconocernos en lo extraño, lo diferente. Lo muy
ajeno -seres o cosas- puede reflejarnos
con luz particular. Nos reflejamos sobre el espejo de lo inesperado. Eso que
nos asombra nos revela.
jueves, 24 de noviembre de 2011
SABIDURÍA DEL MUNDO INTERIOR
Sabiduría
del mundo interior: odisea particular de cada quién, recorrido personal en
torno a una inacabable experiencia de autodescubrimiento.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
EL IMAGINARIO DE NUESTRO TIEMPO...
El imaginario de nuestro tiempo
valora lo heterogéneo. Acepta que lo múltiple es valor, estímulo. Entiende como
necesaria la comunicación entre lo dispar, el acercamiento de los extremos, el
diálogo de los contrarios, el encuentro de lo disímil, la vitalidad de lo
diverso y lo disperso, la heterogeneidad potencialmente creadora. Nuestro
presente apuesta a la paulatina desaparición de centros únicos, al
desvanecimiento de férreas hegemonías, a la supresión de supremacías demasiado
definitivas. Cree en un planeta convertido en circunferencia sin centros:
vastísima superficie donde todos los espacios pudieran llegar a ser centro al
que todas las regiones se acerquen. Sin embargo, tal proximidad no deja de ser
confusa: tiene la forma de un irreal caleidoscopio, a veces poco nítido, a
menudo poco coherente.
domingo, 20 de noviembre de 2011
ERNST JÜNGER HA DICHO...
Ernst Junger ha
dicho que los titanes serán los protagonistas necesarios del tiempo del mañana.
Sin embargo, cualquier referencia a lo titánicamente humano carece de sentido
si antes no se relaciona ese titanismo con otros comportamientos más proclives
a la fraternidad. Los nuevos hombres necesarios, capaces de hacer realidad la
utopía posible, deberán poseer rostros muy semejantes a los de Fausto o de
Prometeo: seres creadores de lo nuevo, símbolos inspiradores de la ilusión por
lo nuevo. Sin embargo, nada más haber dicho esto me detengo y me corrijo:
Fausto fue ya uno de los esenciales protagonistas del tiempo de la modernidad.
Fue el homo faber: hacedor apropiado
de una técnica y de un saber práctico que culminó en esa devastación que llega
hasta nuestros días. Fausto se enseñoreó de los siglos modernos, y por eso
quizá no tenga ya nada que enseñar a los hombres. No es ése el caso de
Prometeo. Prometeo es voluntad transformadora y es inteligencia para el cambio.
Definitivamente Prometeo, rebelde y desafiante hacedor de lo nuevo,
voluntarioso innovador, sí sería el llamado a sustituir a los viejos dioses
caducos, muertos, indescifrablemente fantasmales.
Prometeo: redentor
y hacedor, sacrílego rebelde ante los dioses, a la vez víctima de un saber que
lo condena a expiar sufrimientos eternos y abnegado mesías para los hombres;
Prometeo, trágico y fecundo propulsor, idealista sacrificado a un sueño de
superación colectiva, simboliza el inconformismo humano: su no resignación ante
la adversidad ni ante la demoledora monotonía de los destinos impuestos.
Prometeo es el arquetipo del héroe rebelde. Su rostro muestra, escrito en él,
el signo de la maldición y la condena; pero, también, el de la esperanza. Su
afán de inconformismo y de ruptura, simbolizan la necesaria vitalidad, la
esencial vivacidad de la voz superviviente de la historia. El mito de Prometeo,
ha recordado Nietzsche, es viejísimo. Nació cuando el ser humano primitivo
descubrió que podía conquistar el fuego por sí mismo, sin esperar que éste
llegase hasta él gracias a la inesperada dádiva de algún dios (a través del
rayo que accidentalmente encendía un árbol, por ejemplo). Prometeo nació cuando
los hombres descubrieron que, gracias a su ingenio, a su voluntad y a su
esfuerzo, podían independizarse del capricho de los dioses.
sábado, 19 de noviembre de 2011
EL SER DE PALABRAS CONVIERTE SU IMAGINACIÓN Y SU LUCIDEZ...
El ser de
palabras convierte su imaginación y su lucidez en visibilidad y orientación,
instrumentos con los cuales diseñar una alegoría personal del universo.
jueves, 17 de noviembre de 2011
TEMOR A LA INMORTALIDAD...
Jonathan
Swift, en Los Viajes de Gulliver, imaginó la inmortalidad como una
trágica pesadilla. En un episodio del libro, la describe como decadencia
infinita, interminable deterioro de cuerpos seniles que, perdidas todas sus
facultades y convertidos en patético despojo, tercamente se niegan a morir.
Ante esa imagen terrible, la muerte pasa a convertirse en metáfora feliz de la
liberación deseada por todos aquéllos a quienes la vida llega a parecer
demasiado larga o hacerse insoportable. La inteligencia cruel de Swift dibujó
con terrible ironía el macabro reverso del sueño de la juventud eterna. Quizá,
y a pesar de que parezca desearla, el hombre, en el fondo, rechaza la
inmortalidad. El imaginario humano abunda en visiones que revelan ese rechazo.
Se asocia, por ejemplo, inmortalidad y vampirismo. Criatura de la noche,
siempre sedienta de sangre y temerosa de la luz diurna, monstruo de maldad,
muerto en vida: el vampiro encarna todo lo que es repulsivo y antinatural. Tal
vez en el rostro del vampiro el hombre dibuja su verdadera, su más profunda
convicción: la de que una existencia interminable no sugiere sino horror.
martes, 15 de noviembre de 2011
EN ALGÚN MOMENTO DE ALGÚN DÍA...
En algún
momento de algún día llega inesperadamente hasta nosotros una palabra indudable
que es revelación, luz en medio de la confusión, transparente y definitivo
fragmento hechido de verdad...
viernes, 11 de noviembre de 2011
ONCE DE NOVIEMBRE
miércoles, 9 de noviembre de 2011
CUENTA MIRCEA ELIADE...
Cuenta Mircea Eliade la anécdota de un rabino que soñó que en un
lugar extraño, lejos de su hogar, hallaría un maravilloso tesoro. Se encaminó
hacia ese sitio y encontró allí un guardián que le dijo haber tenido el mismo
sueño: la visión de un tesoro aguardando por él, oculto en la casa de un
rabino. Regresó el rabino a su hogar y, tras mucho buscar, descubrió que,
efectivamente, enterrado en el suelo de su hogar, se hallaba el tesoro. La
lección que extrae Eliade es clara: fuera de nosotros, en lo exterior, podemos
llegar descubrir verdades que nos conciernen y nos permiten conocernos.
Conocernos: inicio de todo
genuino saber, de cualquier forma de verdadera sabiduría. “¡Conócete a ti
mismo!” fue la inscripción que los Siete Sabios de Grecia ordenaron colocar
sobre el frontispicio del templo de Delfos. Conocernos antes de emprender
nuestros recorridos por el afuera, conocernos antes de conocer. Conocernos y
reconocernos, por ejemplo, en los espacios del arte; naturalmente expresivos,
ellos nos hablan. Los escuchamos
desde lo que somos. Penetramos
en sus sentidos al convertir sus imaginarios en imaginarios nuestros.
Como en la anécdota de
Eliade, la contemplación de una obra de arte puede tener el efecto de
acercarnos a nosotros mismos, a nuestras verdades; también puede ayudarnos a
descubrir verdades que existen desde el comienzo del tiempo humano pero que a
cada quien toca descubrir a su manera.
La obra de arte, producto de la experiencia humana de ese artista que la creó,
se entreteje, así, con la experiencia de quien, en íntima comunicación, la
contempla. Ella logra transmitir una sabiduría humana, real, apoyada en
vivencias, en experiencias vividas; por ello, puede ayudar a quien la contempla
a convertir su comunicación con la obra en comprensión de sí mismo, en diálogo
con su propio tiempo; posibilidad de
reencontrarse con su humanidad y de acercarse a sus más humanas comprensiones. La
obra de arte nos permite conocernos. Ella se comunica con nosotros desde su
especificidad, sí, pero también desde nuestra historia. Y descubrimos en ese
espacio estético que nos atrae verdades que nos acercan a verdades propias,
interpretaciones de nosotros mismos desde lo que ha sido y es nuestro tiempo.
lunes, 7 de noviembre de 2011
CON NUESTRAS LECTURAS DEL MUNDO...
Con
nuestras lecturas del mundo construimos nuestra propia comprensión de él:
subjetiva, íntima, arbitraria. Leemos el mundo de acuerdo a nuestros
espejismos, obsesiones y prejuicios; lo traducimos desde nuestra propia
peculiaridad, desde los ahoras que nos rodean o los recuerdos que no nos
abandonan, desde la lucidez que nos orienta o la imaginación que nos hace
soñar, desde la sensibilidad que nos acompaña o la desorientación que nos
resulta imposible evitar.
domingo, 6 de noviembre de 2011
ORTODOXIA DE AMÉRICA, HEREJÍA DE AMÉRICA
América
comenzó siendo el imaginario de todo cuanto Europa no era o de todo cuanto
Europa aspiraba a ser. De la desolación de Occidente, dicen las imágenes que
dibujaron el comienzo de nuestro continente, nació América. En las soledades
americanas, hombres e ilusiones, mitos y ambiciones, sueños e ideas, fueron
transformándose en la fuerza esencial de lo increado; todo cambiaba en la
confusión de tantos espacios vastos y vacíos. Ninguna otra región ha sido
bautizada Nuevo Mundo desde el instante de su aparición a la mirada y la
memoria de los hombres. Frente al tiempo europeo, el americano fue el tiempo de
lo nuevo. Frente a los mitos europeos, América, nuestra América Latina, erigió
como su gran mito esencial la novedad. Novedad de lo que surgía de la nada.
Novedad de geografías maravillosas pobladas de imposibles que dieron nombre a
los más fabulosos absurdos y a las más deslumbrantes quimeras. Novedad de la
pasión religiosa: conquista de lo desconocido en nombre de Dios; monjes
solitarios enfrentándose con su devoción y su fe a la fuerza de las armas y a
la crueldad de los hombres, haciendo de la cruz rostro otro de la espada.
Novedad de un sentimiento de patria consolidándose durante siglos de lucha
contra el corsario aborrecido: nacimiento de la nacionalidad que se anunciaba
en el odio compartido hacia el hereje y en la firme defensa de un ya
irrenunciable paisaje. Novedad en la reinvención del continente que intentaron
nuestros libertadores en un delirante afán por reiniciar la historia y
recomenzar el tiempo. La novedad ha definido cierto espíritu herético que,
constante, impregna nuestra historia. La herejía de América fue y ha sido
siempre lucha contra lo desconocido, fuerza impulsora, construcción de
voluntades enfrentadas a una naturaleza abrumadora, ilusión opuesta a la
adversidad, esperanza chocando con la dureza del entorno. La herejía de América
es y ha sido siempre la utopía de América. La utopía es lo herético por
excelencia: utopizar revela inconformismo hacia el presente, imaginación para
concebirlo distinto y para querer superarlo. Anhelamos la utopía si no nos
satisface el presente. Soñamos si no somos felices. Deseamos lo que no tenemos.
Queremos triunfar si sentimos que hemos fracasado. Por la utopía, los
latinoamericanos nos movemos y nos hemos movido con naturalidad en el terreno
de la ilusión. Por la herejía nos hemos acostumbrado a la invocación del
futuro: ¡lo hemos soñado tantas veces!, ¡tan a menudo lo hemos previsto por
entre los pliegues de nuestro rugoso presente!
La herejía suele
concluir enfrentada a una ortodoxia que la detiene o la deforma. Herejías
fueron la ambición y la codicia, los sueños e ilusiones que acompañaron la
conquista y la población del Nuevo Mundo. Ortodoxia fue la inflexibilidad del
imperio español negándose a vivir al ritmo de la historia. Heréticos fueron los
sueños de nuestros libertadores: imagineros y hacedores de tiempos escritos en
el mañana. Ortodoxa fue la corriente conservadora que se negó a aceptar la idea
de emancipación y trató de impedirla, incluso, a costa de la más espantosa
aniquilación. Herético fue el pensamiento liberal que surgía como una forma de
enfrentar la adversidad del exiguo presente. Ortodoxia fueron las larguísimas
dictaduras personalistas, la interminable lista de caudillos que conocieron
casi todas nuestras naciones hispanoamericanas: aventuras de jefes sucesores de
jefes y derrocados por jefes. Heterodoxia fue, en nuestro siglo, la
proliferación de partidos políticos nacionalistas que defendieron la lucha de
los tradicionalmente desposeídos y marginados. Heterodoxos fueron, también, los
políticos idealistas que se sacrificaron a una causa y lucharon por principios
necesarios y metas justas. Ortodoxia es, hoy, la realidad de esas mismas
agrupaciones políticas que se limitan a sobrevivir, poderosas e inconmovibles,
acostumbradas al poder y a su cercano aliado: la fuerza económica. Heterodoxia
fue, hace casi cuatro décadas, la Revolución Cubana y sus esfuerzos por
recuperar para las masas derechos siempre postergados y por erigir un ideal de
dignificación de nuestra América frente a la prepotencia yanqui. Ortodoxia es,
hoy, la misma Revolución Cubana anquilosada por una burocracia que asfixió su
vivacidad. En suma: la heterodoxia de hoy suele ser la ortodoxia de mañana.
Esta, por su parte, es el seguro llegadero de muchos sueños inmovilizados; el
destino de demasiados fracasos; la muerte de ideales en su no auténtica
realización, en su paulatino desvanecimiento en rutina, mascarada o reglamento.
sábado, 5 de noviembre de 2011
GEOGRAFÍA DE LA ACTUAL NOVELA VENEZOLANA
En su trabajo Geografía de la novela, Carlos Fuentes
habla de territorios novelescos conformados por los más variados lugares. Al
igual que la otra, la física, a la geografía de la novela pertenecen muchas
posibles superficies: sitios desérticos y parajes acogedores, frondosas selvas
y devastadas planicies, comarcas exuberantes y lugares de raquítica parquedad,
altísimas serranías y muy vastas llanuras... Configuración de un paisaje total
a partir del encuentro de muy distintos paisajes parciales. En la geografía de
la moderna novela venezolana podrían, igual que en el país mismo, percibirse
importantes contrastes: entre la confusión y la explicación, entre el dibujo y
el desdibujamiento, entre la palabra de la ubicación y la voz desorientadora.
Se escriben, así, paradójicas novelas que parecieran conjurar la incertidumbre
desde la misma incertidumbre, nombrar la realidad desde la irrealidad, aclarar
el desconcierto sin cesar de aludir al extravío. El tiempo de la modernidad
venezolana ha reunido en el terreno novelesco nuevas convicciones de
indescifrabilidad y de caos a muy anteriores imaginarios de decadencia. La
antigua denuncia, desoladora, directa y desgarrada, fue sustituida por nuevas
denuncias en las que prevalecía, sobre todo, la condena irreverente. A cierta
tradicional certeza de que en Venezuela las cosas no eran lo que ellas deberían
haber sido, sucedió otra que concluía que lo absurdo, lo grotesco y lo irreal
no cesaban de rodearnos.
viernes, 4 de noviembre de 2011
MEPHISTO
Símbolo exacto de la creación
artística: hacer nacer de la nada, dar forma a lo nuevo; extraordinario poder
que no podría sino sustentarse sobre una ética asociada a libertad y
honestidad. Todo creador, además de libre, debe ser absolutamente honesto consigo
mismo y su entrega a la obra por realizar.
De este tema trata Mephisto (1981),
película del director István Szabó, adaptación de la novela homónima de
Klaus Mann, hijo primogénito de Thomas Mann. La trama transcurre en el año
1933. Hitler es el amo absoluto de Alemania y su ministro de cultura, Hermann
Göering, es un admirador del trabajo de Hendrik Höfgen, actor de teatro quien,
gracias a ese favor, rápidamente se ve convertido en símbolo del universo
teatral de la Alemania nazi. Ante cualquier crítica sobre su cercanía al
régimen, Höfgen se defiende argumentando que él es un artista a quien sólo
motiva su arte. Sin embargo, hacia el final de la película, en la mejor de sus
escenas, cuando Höfgen
trata de interceder ante Göering por un amigo suyo, perseguido político,
descubrimos la verdad de su condición: nunca pasó de ser una marioneta, o, como
le enrostra el propio Göering, un comediante, figurón prescindible a quien el
mismo régimen que lo ensalzó, podría, cuando así lo quisiese, aplastar como a un
insecto. En la imagen de un humilladísimo Höfgen, el espectador entiende que es
muy frágil y aleatoria la relación entre el artista y el Poder. Tan pronto como
aquél se vuelva incómodo o poco útil, éste sabrá recordarle, sin ambages, cual
es su verdadero lugar.
El mensaje de Mephisto es claro: apoyado en su arte,
el artista lo es todo; sin eso, no es nada. Si por ambiciones personales o por
cualquier otra razón que nada tuviese que ver con su compromiso artístico, se
apartase de ese necesario sustento moral, pasaría, entonces, a convertirse en
una figura muy parecida a la de los bufones de las cortes medievales: seres muy
hábiles para entretener y granjearse el favor de quienes pagan por sus
ocurrencias, pero carentes de toda forma de libertad. Como brutalmente le
espeta Göering a Höfgen: fue sólo un adorno para el régimen; alguien capaz de
distraer y de dar cierto lustre a éste, pero que nunca podría ser tomado
seriamente en cuenta. En suma, un bufón que nunca pasó de ser sino eso.
jueves, 3 de noviembre de 2011
CULTURA DE LO DESECHABLE
Cultura de lo
desechable: ninguna sociedad había generado tanta basura como las ricas
sociedades industriales de nuestro fin de siglo. La basura es un revelador
signo de la prosperidad. Tanto más excretas, tanto más consumes. Montañas y
montañas de desechos se acumulan convertidas en patéticos símbolos de la
riqueza. Unas pocas naciones producen cada vez más y desechan lo que les sobra.
En el proceso, una nueva modalidad ha comenzado a diferenciar la basura de las
naciones ricas de la basura de las naciones pobres: las primeras están en
capacidad de producir desechos más peligrosos. Basura originada en muy
sofisticados sistemas de producción de riqueza. Detritus de la abundancia: radioactividad, químicos altamente
contaminantes... ¿Resultado? Un nuevo intercambio comercial según el cual los
países ricos pagan a los países pobres para que éstos reciban los desechos
tóxicos. Las naciones ricas excretan y las naciones pobres cobran por recibir
sus deyecciones: nueva modalidad de la opresión económica y nueva modalidad,
también, de la injusticia. En las grandes soledades tercermundistas, en los
espacios vírgenes de las naciones del sur, hay suficiente espacio todavía para
recibir la mierda de las naciones ricas del norte. Los países pobres han
terminado por asumir, así, el más patético de los roles imaginables: el de
letrina de los países ricos.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
EL GRAN PEZ
El gran pez (2003)
película de Tim Burton, realizada como un tributo de éste a su padre, fallecido
poco tiempo atrás, construye su trama alrededor de la voluntad de un individuo
por convertir su imaginación en reconciliación entre su tiempo real y el tiempo de sus fantasías; invención de un significado para los
días vividos, y una forma de vivir de acuerdo a ese significado. En el
momento presente de la historia, su protagonista, un anciano enfermo de cáncer,
agoniza; y su hijo decide compartir con él sus últimos días. La anécdota dibuja
la difícil relación entre un padre que vivió siguiendo siempre la inspiración
de sus sueños, y su hijo, siempre escéptico ante éstas. La desaparición física
o decadencia de nuestros padres nos golpea con terrible fuerza. Que esas
figuras tan íntimamente próximas y que tantos espacios ocuparon en nuestras
vidas, desaparezcan o vaya desapareciendo paulatinamente, nos confronta
cruelmente con nosotros mismos. Fueron un punto de partida, un necesario
referente; podemos percibirnos como su reflejo o su antinomia, pero siempre
será esencial la relación que establezcamos entre sus figuras y las nuestras.
En El gran pez, el hijo termina por descubrir que su padre, ese ser que
tanto antagonizó, logró, a fin de cuentas, alcanzar el más extraordinario de
los ideales: construir su vida según el diseño de su imaginación.
martes, 1 de noviembre de 2011
LA NARANJA MECÁNICA
El mérito de algunas obras de arte es saberse adelantar a
su tiempo. Decir ahora eso que será reconocida verdad más tarde. Así, por
ejemplo, al pensar en el tema de la violencia como un fenómeno totalizador,
irracional, absurdo, es difícil no recordar el célebre filme La
naranja mecánica, de Stanley Kubrick. Hoy, cuarenta años después de su estreno, todos reconocemos en
esas imágenes de jóvenes desadaptados, habitantes de un mundo sin futuro, a
tantos y tantos protagonistas de los excesos de una juventud marginada al
interior de las ciudades de los países más poderosos del mundo.
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