Cuenta Mircea Eliade la anécdota de un rabino que soñó que en un
lugar extraño, lejos de su hogar, hallaría un maravilloso tesoro. Se encaminó
hacia ese sitio y encontró allí un guardián que le dijo haber tenido el mismo
sueño: la visión de un tesoro aguardando por él, oculto en la casa de un
rabino. Regresó el rabino a su hogar y, tras mucho buscar, descubrió que,
efectivamente, enterrado en el suelo de su hogar, se hallaba el tesoro. La
lección que extrae Eliade es clara: fuera de nosotros, en lo exterior, podemos
llegar descubrir verdades que nos conciernen y nos permiten conocernos.
Conocernos: inicio de todo
genuino saber, de cualquier forma de verdadera sabiduría. “¡Conócete a ti
mismo!” fue la inscripción que los Siete Sabios de Grecia ordenaron colocar
sobre el frontispicio del templo de Delfos. Conocernos antes de emprender
nuestros recorridos por el afuera, conocernos antes de conocer. Conocernos y
reconocernos, por ejemplo, en los espacios del arte; naturalmente expresivos,
ellos nos hablan. Los escuchamos
desde lo que somos. Penetramos
en sus sentidos al convertir sus imaginarios en imaginarios nuestros.
Como en la anécdota de
Eliade, la contemplación de una obra de arte puede tener el efecto de
acercarnos a nosotros mismos, a nuestras verdades; también puede ayudarnos a
descubrir verdades que existen desde el comienzo del tiempo humano pero que a
cada quien toca descubrir a su manera.
La obra de arte, producto de la experiencia humana de ese artista que la creó,
se entreteje, así, con la experiencia de quien, en íntima comunicación, la
contempla. Ella logra transmitir una sabiduría humana, real, apoyada en
vivencias, en experiencias vividas; por ello, puede ayudar a quien la contempla
a convertir su comunicación con la obra en comprensión de sí mismo, en diálogo
con su propio tiempo; posibilidad de
reencontrarse con su humanidad y de acercarse a sus más humanas comprensiones. La
obra de arte nos permite conocernos. Ella se comunica con nosotros desde su
especificidad, sí, pero también desde nuestra historia. Y descubrimos en ese
espacio estético que nos atrae verdades que nos acercan a verdades propias,
interpretaciones de nosotros mismos desde lo que ha sido y es nuestro tiempo.