En su trabajo Geografía de la novela, Carlos Fuentes
habla de territorios novelescos conformados por los más variados lugares. Al
igual que la otra, la física, a la geografía de la novela pertenecen muchas
posibles superficies: sitios desérticos y parajes acogedores, frondosas selvas
y devastadas planicies, comarcas exuberantes y lugares de raquítica parquedad,
altísimas serranías y muy vastas llanuras... Configuración de un paisaje total
a partir del encuentro de muy distintos paisajes parciales. En la geografía de
la moderna novela venezolana podrían, igual que en el país mismo, percibirse
importantes contrastes: entre la confusión y la explicación, entre el dibujo y
el desdibujamiento, entre la palabra de la ubicación y la voz desorientadora.
Se escriben, así, paradójicas novelas que parecieran conjurar la incertidumbre
desde la misma incertidumbre, nombrar la realidad desde la irrealidad, aclarar
el desconcierto sin cesar de aludir al extravío. El tiempo de la modernidad
venezolana ha reunido en el terreno novelesco nuevas convicciones de
indescifrabilidad y de caos a muy anteriores imaginarios de decadencia. La
antigua denuncia, desoladora, directa y desgarrada, fue sustituida por nuevas
denuncias en las que prevalecía, sobre todo, la condena irreverente. A cierta
tradicional certeza de que en Venezuela las cosas no eran lo que ellas deberían
haber sido, sucedió otra que concluía que lo absurdo, lo grotesco y lo irreal
no cesaban de rodearnos.