Símbolo exacto de la creación
artística: hacer nacer de la nada, dar forma a lo nuevo; extraordinario poder
que no podría sino sustentarse sobre una ética asociada a libertad y
honestidad. Todo creador, además de libre, debe ser absolutamente honesto consigo
mismo y su entrega a la obra por realizar.
De este tema trata Mephisto (1981),
película del director István Szabó, adaptación de la novela homónima de
Klaus Mann, hijo primogénito de Thomas Mann. La trama transcurre en el año
1933. Hitler es el amo absoluto de Alemania y su ministro de cultura, Hermann
Göering, es un admirador del trabajo de Hendrik Höfgen, actor de teatro quien,
gracias a ese favor, rápidamente se ve convertido en símbolo del universo
teatral de la Alemania nazi. Ante cualquier crítica sobre su cercanía al
régimen, Höfgen se defiende argumentando que él es un artista a quien sólo
motiva su arte. Sin embargo, hacia el final de la película, en la mejor de sus
escenas, cuando Höfgen
trata de interceder ante Göering por un amigo suyo, perseguido político,
descubrimos la verdad de su condición: nunca pasó de ser una marioneta, o, como
le enrostra el propio Göering, un comediante, figurón prescindible a quien el
mismo régimen que lo ensalzó, podría, cuando así lo quisiese, aplastar como a un
insecto. En la imagen de un humilladísimo Höfgen, el espectador entiende que es
muy frágil y aleatoria la relación entre el artista y el Poder. Tan pronto como
aquél se vuelva incómodo o poco útil, éste sabrá recordarle, sin ambages, cual
es su verdadero lugar.
El mensaje de Mephisto es claro: apoyado en su arte,
el artista lo es todo; sin eso, no es nada. Si por ambiciones personales o por
cualquier otra razón que nada tuviese que ver con su compromiso artístico, se
apartase de ese necesario sustento moral, pasaría, entonces, a convertirse en
una figura muy parecida a la de los bufones de las cortes medievales: seres muy
hábiles para entretener y granjearse el favor de quienes pagan por sus
ocurrencias, pero carentes de toda forma de libertad. Como brutalmente le
espeta Göering a Höfgen: fue sólo un adorno para el régimen; alguien capaz de
distraer y de dar cierto lustre a éste, pero que nunca podría ser tomado
seriamente en cuenta. En suma, un bufón que nunca pasó de ser sino eso.