viernes, 4 de noviembre de 2011

MEPHISTO


Símbolo exacto de la creación artística: hacer nacer de la nada, dar forma a lo nuevo; extraordinario poder que no podría sino sustentarse sobre una ética asociada a libertad y honestidad. Todo creador, además de libre, debe ser absolutamente honesto consigo mismo y su entrega a la obra por realizar.

De este tema trata Mephisto (1981), película del director István Szabó, adaptación de la novela homónima de Klaus Mann, hijo primogénito de Thomas Mann. La trama transcurre en el año 1933. Hitler es el amo absoluto de Alemania y su ministro de cultura, Hermann Göering, es un admirador del trabajo de Hendrik Höfgen, actor de teatro quien, gracias a ese favor, rápidamente se ve convertido en símbolo del universo teatral de la Alemania nazi. Ante cualquier crítica sobre su cercanía al régimen, Höfgen se defiende argumentando que él es un artista a quien sólo motiva su arte. Sin embargo, hacia el final de la película, en la mejor de sus escenas, cuando Höfgen trata de interceder ante Göering por un amigo suyo, perseguido político, descubrimos la verdad de su condición: nunca pasó de ser una marioneta, o, como le enrostra el propio Göering, un comediante, figurón prescindible a quien el mismo régimen que lo ensalzó, podría, cuando así lo quisiese, aplastar como a un insecto. En la imagen de un humilladísimo Höfgen, el espectador entiende que es muy frágil y aleatoria la relación entre el artista y el Poder. Tan pronto como aquél se vuelva incómodo o poco útil, éste sabrá recordarle, sin ambages, cual es su verdadero lugar.

El mensaje de Mephisto es claro: apoyado en su arte, el artista lo es todo; sin eso, no es nada. Si por ambiciones personales o por cualquier otra razón que nada tuviese que ver con su compromiso artístico, se apartase de ese necesario sustento moral, pasaría, entonces, a convertirse en una figura muy parecida a la de los bufones de las cortes medievales: seres muy hábiles para entretener y granjearse el favor de quienes pagan por sus ocurrencias, pero carentes de toda forma de libertad. Como brutalmente le espeta Göering a Höfgen: fue sólo un adorno para el régimen; alguien capaz de distraer y de dar cierto lustre a éste, pero que nunca podría ser tomado seriamente en cuenta. En suma, un bufón que nunca pasó de ser sino eso.