martes, 1 de noviembre de 2011

LA NARANJA MECÁNICA


El mérito de algunas obras de arte es saberse adelantar a su tiempo. Decir ahora eso que será reconocida verdad más tarde. Así, por ejemplo, al pensar en el tema de la violencia como un fenómeno totalizador, irracional, absurdo, es difícil no recordar el célebre filme La naranja mecánica, de Stanley Kubrick. Hoy, cuarenta años después de su estreno, todos reconocemos en esas imágenes de jóvenes desadaptados, habitantes de un mundo sin futuro, a tantos y tantos protagonistas de los excesos de una juventud marginada al interior de las ciudades de los países más poderosos del mundo.

     La novela de Anthony Burguess, publicada en 1962, en la que se basaba la película, poseía un optimista capítulo final que contradecía las páginas anteriores. En su versión, Kubrick decidió ignorar este desenlace; y, así, ante los ojos de los espectadores del filme, permanecerá por siempre la feliz libertad final de su protagonista, Alex Delarge, desaparecidas ya las dolorosas secuelas del tratamiento del que había sido objeto para modificar su conducta criminal. En particular juego de complicidades alentado por el propio Kubrick, el espectador ve en Alex una víctima de una sociedad de valores distorsionados y rasgos caricaturales, en el fondo, ella misma culpable de los seres inadaptads que genera.