El imaginario de nuestro tiempo
valora lo heterogéneo. Acepta que lo múltiple es valor, estímulo. Entiende como
necesaria la comunicación entre lo dispar, el acercamiento de los extremos, el
diálogo de los contrarios, el encuentro de lo disímil, la vitalidad de lo
diverso y lo disperso, la heterogeneidad potencialmente creadora. Nuestro
presente apuesta a la paulatina desaparición de centros únicos, al
desvanecimiento de férreas hegemonías, a la supresión de supremacías demasiado
definitivas. Cree en un planeta convertido en circunferencia sin centros:
vastísima superficie donde todos los espacios pudieran llegar a ser centro al
que todas las regiones se acerquen. Sin embargo, tal proximidad no deja de ser
confusa: tiene la forma de un irreal caleidoscopio, a veces poco nítido, a
menudo poco coherente.