Ernst Junger ha
dicho que los titanes serán los protagonistas necesarios del tiempo del mañana.
Sin embargo, cualquier referencia a lo titánicamente humano carece de sentido
si antes no se relaciona ese titanismo con otros comportamientos más proclives
a la fraternidad. Los nuevos hombres necesarios, capaces de hacer realidad la
utopía posible, deberán poseer rostros muy semejantes a los de Fausto o de
Prometeo: seres creadores de lo nuevo, símbolos inspiradores de la ilusión por
lo nuevo. Sin embargo, nada más haber dicho esto me detengo y me corrijo:
Fausto fue ya uno de los esenciales protagonistas del tiempo de la modernidad.
Fue el homo faber: hacedor apropiado
de una técnica y de un saber práctico que culminó en esa devastación que llega
hasta nuestros días. Fausto se enseñoreó de los siglos modernos, y por eso
quizá no tenga ya nada que enseñar a los hombres. No es ése el caso de
Prometeo. Prometeo es voluntad transformadora y es inteligencia para el cambio.
Definitivamente Prometeo, rebelde y desafiante hacedor de lo nuevo,
voluntarioso innovador, sí sería el llamado a sustituir a los viejos dioses
caducos, muertos, indescifrablemente fantasmales.
Prometeo: redentor
y hacedor, sacrílego rebelde ante los dioses, a la vez víctima de un saber que
lo condena a expiar sufrimientos eternos y abnegado mesías para los hombres;
Prometeo, trágico y fecundo propulsor, idealista sacrificado a un sueño de
superación colectiva, simboliza el inconformismo humano: su no resignación ante
la adversidad ni ante la demoledora monotonía de los destinos impuestos.
Prometeo es el arquetipo del héroe rebelde. Su rostro muestra, escrito en él,
el signo de la maldición y la condena; pero, también, el de la esperanza. Su
afán de inconformismo y de ruptura, simbolizan la necesaria vitalidad, la
esencial vivacidad de la voz superviviente de la historia. El mito de Prometeo,
ha recordado Nietzsche, es viejísimo. Nació cuando el ser humano primitivo
descubrió que podía conquistar el fuego por sí mismo, sin esperar que éste
llegase hasta él gracias a la inesperada dádiva de algún dios (a través del
rayo que accidentalmente encendía un árbol, por ejemplo). Prometeo nació cuando
los hombres descubrieron que, gracias a su ingenio, a su voluntad y a su
esfuerzo, podían independizarse del capricho de los dioses.