domingo, 20 de noviembre de 2011

ERNST JÜNGER HA DICHO...


     Ernst Junger ha dicho que los titanes serán los protagonistas necesarios del tiempo del mañana. Sin embargo, cualquier referencia a lo titánicamente humano carece de sentido si antes no se relaciona ese titanismo con otros comportamientos más proclives a la fraternidad. Los nuevos hombres necesarios, capaces de hacer realidad la utopía posible, deberán poseer rostros muy semejantes a los de Fausto o de Prometeo: seres creadores de lo nuevo, símbolos inspiradores de la ilusión por lo nuevo. Sin embargo, nada más haber dicho esto me detengo y me corrijo: Fausto fue ya uno de los esenciales protagonistas del tiempo de la modernidad. Fue el homo faber: hacedor apropiado de una técnica y de un saber práctico que culminó en esa devastación que llega hasta nuestros días. Fausto se enseñoreó de los siglos modernos, y por eso quizá no tenga ya nada que enseñar a los hombres. No es ése el caso de Prometeo. Prometeo es voluntad transformadora y es inteligencia para el cambio. Definitivamente Prometeo, rebelde y desafiante hacedor de lo nuevo, voluntarioso innovador, sí sería el llamado a sustituir a los viejos dioses caducos, muertos, indescifrablemente fantasmales.

     Prometeo: redentor y hacedor, sacrílego rebelde ante los dioses, a la vez víctima de un saber que lo condena a expiar sufrimientos eternos y abnegado mesías para los hombres; Prometeo, trágico y fecundo propulsor, idealista sacrificado a un sueño de superación colectiva, simboliza el inconformismo humano: su no resignación ante la adversidad ni ante la demoledora monotonía de los destinos impuestos. Prometeo es el arquetipo del héroe rebelde. Su rostro muestra, escrito en él, el signo de la maldición y la condena; pero, también, el de la esperanza. Su afán de inconformismo y de ruptura, simbolizan la necesaria vitalidad, la esencial vivacidad de la voz superviviente de la historia. El mito de Prometeo, ha recordado Nietzsche, es viejísimo. Nació cuando el ser humano primitivo descubrió que podía conquistar el fuego por sí mismo, sin esperar que éste llegase hasta él gracias a la inesperada dádiva de algún dios (a través del rayo que accidentalmente encendía un árbol, por ejemplo). Prometeo nació cuando los hombres descubrieron que, gracias a su ingenio, a su voluntad y a su esfuerzo, podían independizarse del capricho de los dioses.