La voz humana habla en la fugaz
prontitud de un decir generalmente plegado a los estados de ánimo del hablante:
puede –y suele- impregnarse de pasión o de serena frialdad, ser grito confuso o
balbuceo indistinguible, hacerse impecable hilvanación de razones o brusca
interjección de titubeos. La voz humana se hace eco de sus ahoras y a ellos se
asemeja. La escritura, por el contrario, vive más por sí misma, al margen de
las circunstancias que la generaron y dentro de un universo de formas propias
ajenas a cuanto no sea el sentido de su diseño verbal. La escritura genera en
sí misma sus propias relaciones. Señala sus ecos y proyecciones, antecedentes y
descendencias. Vive junto a sí misma, apostando siempre a una posible
perennidad que la distinga y realce.