Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
viernes, 31 de agosto de 2012
ENTREGARNOS EN CUERPO Y ALMA...
Entregarnos
en cuerpo y alma a la tarea de indagar qué es eso para lo que servimos, para lo
que estamos destinados; y que, una vez descubierto, nos revelará algo esencial
de nuestra naturaleza. Se trata, en fin, de conocernos. Conocernos: inicio de
todo genuino saber, de toda forma de verdadera sabiduría. “¡Conócete a ti
mismo!” fue la inscripción que los Siete Sabios de Grecia ordenaron colocar
sobre el frontispicio del templo de Delfos. Conocernos para llegar a aprobar
esa particularidad que somos, para comprometernos en la conquista de un camino
que pudiera conducirnos hacia cierto destino acaso intuido desde siempre.
jueves, 30 de agosto de 2012
DESDE HACE MÁS DE TREINTA AÑOS...
Desde
hace más de treinta años soy profesor. Y si algo he aprendido en todo este
tiempo es que dirigirme a esos estudiantes que son mis interlocutores es algo
que no podría hacer sino desde esas palabras que son ecos de mi camino y mi
memoria. Al hablar a mis alumnos lo hago desde esas mismas voces que escribo y
vivo. Distingo en la enseñanza y en la escritura acciones muy semejantes.
Hablar a los estudiantes que son mis interlocutores es algo que no puedo hacer
sino desde mi experiencia.
Pareciera como si escribir dentro de los
espacios de la Academia obligase a quien lo hace a deslindarse de su voz para hablar
sólo con las entonaciones del especialismo o con voces prestadas por otros.
Nunca he podido entender por qué tanto temor en muchos intelectuales a
expresarse desde la propia conciencia ni por qué de tanto esfuerzo por escoger
el tono más impersonal a la hora de decir. Paradoja de una palabra –lo más
humano de lo humano- empeñada en negar la humanidad de su expresión. ¿Por qué
la voz de las ideas, que busca argumentos, que trata de dar forma al
pensamiento, tiene que ser pesada, obesa, densa, torpe? ¿Por qué no disfrutar
de la belleza de esas palabras que, además de su condición estética, nos
convenzan con sus razones, nos conmuevan con las verdades que ellas transmiten?
jueves, 23 de agosto de 2012
HABÍA UNA VEZ...
Había una vez... las voces con que empecé a
nombrar el mundo y a nombrarme dentro del mundo; voces como ésas con las que
empiezan tantas preguntas infantiles: ¿qué es esto? ¿qué quiere decir aquello?
¿Por qué sí? ¿Por qué no?
Había una vez... las voces que empecé a
leer y que leo. Me entretienen, me abstraen, me informan; pueden llegar a
apasionarme, aunque no las perciba mías ni cercanas a mi universo. Pero en
ellas descubro experiencias que me enriquecen y que, acaso, me conduzcan hacia
mi propia sabiduría.
Había una vez... las voces que
comencé a escribir y que escribo: adheridas a mi propia historia; ecos,
instrumentos, respuestas, propósitos, gestos, finalidad... Se relacionan con mi
universo, pero también con texturas y acentos halladas en las páginas de libros
de algunos autores: tonalidad y sentido de los que no podría apartarme.
Pero, además, “Había una vez” evoca para
mí algo mucho más personal: el título de la más antigua de mis lecturas, el
nombre del primer libro que recuerdo haber leído. Me lo regaló mi madre, allá
por el comienzo de mi infancia. Desarrollar en mí el gusto por la lectura fue
una de sus obsesiones. Se propuso transmitírmelo, entre otras cosas, eliminando
de casa la televisión. Por muchos años no tuvimos televisor en casa, para, como
ella decía, no permanecer sentados frente a una pantalla todo el santo día.
Leer nos habitúa a vivir en muy estrecha relación con la fantasía, a establecer
puentes entre la realidad del afuera y nuestra propia realidad. Leemos y
acercamos las voces leídas a nuestras vivencias. Leía, en general, bastante; en
todo caso más que la mayoría de los niños que me rodeaban, algo que, junto a mi
imaginación y cierta propensión a la soledad, me hizo, muy temprano, sentirme
diferente. Sentirse o saberse diferente es algo que suele conducir a un mismo
resultado: ver a los otros con desconcierto: sin entender nunca del todo ni sus
gestos ni sus razones, sabiendo que siempre existirán muy diversas y complejas
diferencias entre nosotros y la gran mayoría de los otros.
lunes, 20 de agosto de 2012
VIVIR ES JUGAR UN JUEGO...
Vivir es jugar un juego cuyas reglas se nos van revelando
muy poco a poco. Un
juego que nos fuerza a no dejar nunca de elaborar motivos alrededor de los
pasos que damos y que vamos convirtiendo en las huellas de un itinerario
precisado del más importante de los significados: el de la propia aprobación. Nuestro
mayor logro:conocernos; y nuestra peor equivocación: no hacerlo.
sábado, 18 de agosto de 2012
ENFRENTO EL SILENCIO DE MUCHÍSIMAS...
Enfrento el silencio de muchísimas cosas mudas y resisto junto a las voces que me sostienen. En algún momento llega hasta mí cierta palabra indudable que es revelación, fragmento henchido de luz o transparencia.
viernes, 10 de agosto de 2012
LOS ESPACIOS DEL ARTE SUELEN PERMITIRNOS...
Los espacios del arte suelen permitirnos
entender más vívidamente y de forma más contundente las
complejas circunstancias que nos rodean, que vivimos; favoreciendo ciertas
comprensiones y la percepción de esenciales analogías. La obra de arte reúne, integra, simboliza, encarna. Es privilegiada
superficie sobre la que siempre, como espectadores, podremos aprender algo.
jueves, 2 de agosto de 2012
LEER, ESCRIBIR, VER CINE...
Leer, escribir, ver cine: actos
que, de maneras muy distintas, me acercan tanto al mundo como a mí mismo. La
película que contemplo me muestra simbolizaciones del mundo. La página que
leo o que escribo me centra en mi mundo. De un lado, las imágenes van surgiendo
rápidamente sobre una luminosa superficie; del otro, las voces aparecen
lentamente sobre superficies planas y blancas. Las imágenes son más rápidas y
contundentes, también más aleatorias en su recuerdo; las voces son más lentas y
persistentes en las opciones que ellas señalan. Aquéllas me golpean con fuerza,
deslumbrándome, desconcertándome: reflejos de realidades que distingo dentro o
fuera de mí; las palabras, ecos de opciones convertidas en espacios de
experiencia, me configuran lentamente al interior de superficies que, a la
larga, son, también, rumbo y destino...
¿CÓMO NACIERON LAS PALABRAS?
¿Cómo nacieron las palabras? ¿Son producto de un arbitrario
acuerdo de las colectividades humanas o, por el contrario, forman parte de un
orden natural de las cosas? Tempranamente, en Grecia, origen de tantas
explicaciones y desciframientos humanos, las dos tesis se enfrentaron. Para el
mundo antiguo y para los griegos, las palabras eran un sustituto de lo
nombrado, un reflejo de las cosas. La palabra, más que un concepto, era una
representación. Pronunciar un nombre significaba aludir a la cosa nombrada, con
todas sus cualidades esenciales. La palabra cobraba, así, valor de cosa y el
mundo de los nombres y el mundo real se hacían una unidad. En su diálogo Cratilo, Platón opuso a esta visión la
de la arbitrariedad. En el diálogo, dos personajes, Hermógenes y Cratilo,
contrastan sus puntos de vista. Hermógenes defiende la idea de que las palabras
sean el producto de una convención. "No puedo convencerme –dice- que la
rectitud del nombre sea otra cosa que acuerdo y convenio. me parece que el
nombre que se atribuye a una cosa es el nombre justo, y si se le cambia por
otro y se abandona al primer nombre, el último nombre no es menos justo que el
primero". Cratilo, por su parte, apoya la idea de una relación natural
entre las cosas y los nombres. "¿Qué poder -le pregunta Sócrates- tienen
para nosotros los nombres?". Y la respuesta de Cratilo es contundente:
"quien sabe los nombres sabe las cosas". Para refutar los argumentos
de ambos, el personaje de Sócrates (el propio Platón) extrema ambas interpretaciones
llevándolas al absurdo. Si las palabras fueran producto de una convención
totalmente arbitraria, entonces cada individuo o cada sociedad, en algún
momento, podría cambiarlas a su antojo. Pero, por otra parte, si las palabras
fuesen el reflejo exacto de las cosas, entonces el mundo todo podría duplicarse
en las palabras. Sócrates-Platón apunta su propia conclusión: ni
convencionalidad absoluta ni duplicación. Las palabras son convenciones que
obedecen a una norma. La existencia de la norma permite considerar a las
palabras como "correctas", porque, a pesar de haber sido
originalmente producto de un acuerdo arbitrario, su uso las fue convirtiendo en
ley. Así, lo que alguna vez fue convención, comenzó a imponerse como naturaleza
que ninguna voluntad, individual o colectiva, podría cambiar.
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