jueves, 2 de agosto de 2012

¿CÓMO NACIERON LAS PALABRAS?

     ¿Cómo nacieron las palabras? ¿Son producto de un arbitrario acuerdo de las colectividades humanas o, por el contrario, forman parte de un orden natural de las cosas? Tempranamente, en Grecia, origen de tantas explicaciones y desciframientos humanos, las dos tesis se enfrentaron. Para el mundo antiguo y para los griegos, las palabras eran un sustituto de lo nombrado, un reflejo de las cosas. La palabra, más que un concepto, era una representación. Pronunciar un nombre significaba aludir a la cosa nombrada, con todas sus cualidades esenciales. La palabra cobraba, así, valor de cosa y el mundo de los nombres y el mundo real se hacían una unidad. En su diálogo Cratilo, Platón opuso a esta visión la de la arbitrariedad. En el diálogo, dos personajes, Hermógenes y Cratilo, contrastan sus puntos de vista. Hermógenes defiende la idea de que las palabras sean el producto de una convención. "No puedo convencerme –dice- que la rectitud del nombre sea otra cosa que acuerdo y convenio. me parece que el nombre que se atribuye a una cosa es el nombre justo, y si se le cambia por otro y se abandona al primer nombre, el último nombre no es menos justo que el primero". Cratilo, por su parte, apoya la idea de una relación natural entre las cosas y los nombres. "¿Qué poder -le pregunta Sócrates- tienen para nosotros los nombres?". Y la respuesta de Cratilo es contundente: "quien sabe los nombres sabe las cosas". Para refutar los argumentos de ambos, el personaje de Sócrates (el propio Platón) extrema ambas interpretaciones llevándolas al absurdo. Si las palabras fueran producto de una convención totalmente arbitraria, entonces cada individuo o cada sociedad, en algún momento, podría cambiarlas a su antojo. Pero, por otra parte, si las palabras fuesen el reflejo exacto de las cosas, entonces el mundo todo podría duplicarse en las palabras. Sócrates-Platón apunta su propia conclusión: ni convencionalidad absoluta ni duplicación. Las palabras son convenciones que obedecen a una norma. La existencia de la norma permite considerar a las palabras como "correctas", porque, a pesar de haber sido originalmente producto de un acuerdo arbitrario, su uso las fue convirtiendo en ley. Así, lo que alguna vez fue convención, comenzó a imponerse como naturaleza que ninguna voluntad, individual o colectiva, podría cambiar.