Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
sábado, 30 de julio de 2011
EL SER DE PALABRAS SABE BIEN QUE ÉL ES EN SUS INSTANTES...
viernes, 29 de julio de 2011
EL SER DE PALABRAS NO DEBERÍA PERDER NI SU INOCENCIA...
jueves, 28 de julio de 2011
EL SER DE PALABRAS QUIERE CREER...
miércoles, 27 de julio de 2011
CON SU ESCRITURA, EL SER DE PALABRAS...
martes, 26 de julio de 2011
EL SIGNO NATURAL DEL SER DE PALABRAS...
El signo natural del ser de palabras es la creatividad: intuición de lo nuevo en medio de lo ya existente, imaginación para descubrir palabras suyas para decir aquellas cosas que todos pudiésemos querer saber o necesitar saber. El ser de palabras debe ser original, esto es, debe poder decir de una manera nueva lo que, eventualmente, ha sido ya dicho muchas veces. Más que descubrir verdades, se trata para él de saber variar las entonaciones que enuncian las verdades de siempre. Su originalidad es una urgencia: de sentido, de trascendencia. No repetir; o, al menos, tratar de que exista algo nuevo en sus repeticiones. Nombrar con voces renovadas las viejas respuestas, las respuestas que siempre han dado los hombres.
sábado, 23 de julio de 2011
SOMOS NUESTRO CAMINO...
viernes, 22 de julio de 2011
AL SER DE PALABRAS LE OBSESIONA EL FRACASO...
jueves, 21 de julio de 2011
LA MÁS EXTRAORDINARIA POTESTAD...
lunes, 18 de julio de 2011
EN LAS EDADES EN QUE LOS HOMBRES...
En las edades en que los hombres aún escuchaban las voces de los dioses, la relación entre los seres de palabras y el poder fue muy estrecha. El amo de las palabras, mago, chamán, hechicero, brujo, solía ser, también, el guía de su tribu. Después de aquellas épocas primeras, ya en los albores de nuestra civilización occidental, la razón humana dictó, como aspiración ideal, que los amos de una sociedad fuesen sus habitantes más sabios. Ideal escrito por Platón en su diálogo La República, libro destinado a dibujar un estado feliz gracias al gobierno de un rey-filósofo. Muy poéticamente, Platón ilustró este ideal en otro libro, el Timeo, donde, a través del mito de la legendaria Atlántida, describe a los reyes atlantes, sabios y justos. La Atlántida, dice Platón, fue feliz y poderosa mientras sus reyes mantuvieron su perfección. Sin embargo, con el tiempo, decayeron y se volvieron déspotas e incapaces. Fue entonces cuando Zeus decidió el castigo de la Atlántida: desaparecer para siempre devorada por el mar.
En La República, junto al privilegiadísimo lugar que Platón asigna a los filósofos, llama la atención el muy menguado papel que concede a los poetas. En una página de La República leemos: “No somos poetas sino fundadores de estados; como tales, nos corresponde conocer los modelos a los cuales deben ajustar sus fábulas los poetas y prohibirles que se aparten de ellos”. O sea: había que desconfiar del poeta y de la poesía. Era necesario vigilar al primero y normar la segunda. Paradójicamente, Platón, metaforizador del mundo a través de imágenes poéticas que, desde entonces los hombres han repetido, pareció temer a la poesía, desconfiar de ella.
La visión platónica de sociedades felices gracias al gobierno de algunos elegidos, habría de generar uno de los más sangrientos errores del itinerario de la humanidad. El mito de la “responsabilidad” de ciertos “elegidos” destinados a gobernar sus sociedades, se convirtió, a la larga, en una noción tan irreal como peligrosa. Grotesca secuela de los lejanos sueños de Platón, el revolucionario moderno, propuesto a sí mismo como el hacedor de la felicidad de su sociedad, sería la desdichada perversión de la vieja utopía del rey-filósofo de Platón. Y es que el verdadero poder del ser de palabras no es ni su responsabilidad para con su sociedad ni hacer que todos comulguen con sus respuestas convertidas en verdades únicas o en consignas de su tiempo. La potestad del ser de palabras es su voz, y su único destino posible el de entregarse a la búsqueda de esa voz, confiando en que, por original, significativa y genuina, ella pueda merecer el honor de hacerse perdurable.
sábado, 16 de julio de 2011
VULNERABILIDAD
jueves, 14 de julio de 2011
EL SER DE PALABRAS QUIERE SER ESCUCHADO...
El ser de palabras quiere ser escuchado, ser leído. Necesita decir y ser entendido por eso que dice. Suele ser orgulloso -de su palabra, de su voz-; sólo que su orgullo es interior, nunca abiertamente postulado ante los otros. Nace de sus propias convicciones, de sus acuerdos consigo mismo, de su aceptación de pasos propios y propias búsquedas.
miércoles, 13 de julio de 2011
EL SER DE PALABRAS DEBE SABER MIRAR CARA A CARA...
domingo, 10 de julio de 2011
UNIVERSIDADES, UNIVERSITARIOS
Propongo una definición de Universidad: espacio donde arte y ciencia se reúnen; lugar donde la labor intelectual se orienta a la comunicación, la investigación, el descubrimiento, la creación... Tras definirla, describo lo que me gustaría que ella fuese: lugar de límites trazados por sueños que son propósitos que son metas, reunión de saberes en los que siempre debería prevalecer la curiosidad y la inteligencia...
El saber es vivo y multiplicante: se nutre de sí y crece consigo. La universidad, más que un lugar, es un símbolo: de inteligencia, de conocimiento... Las frecuentes críticas a las universidades suelen ser cuestionamientos a la deformación de lo universitario más que un rechazo a la idea misma. Y es que el ideal universitario interpreta sueños tan viejos como el hombre: ocio creativo; reunión, en un mismo espacio, de saberes y aprendizajes; utopía del saber; jauja del conocimiento...
La Universidad fue siempre lugar de privilegio. La misma noción de aislamiento universitario, tan cercana a eso que la universidad siempre ha aspirado a ser, evoca prerrogativas, habla de adquiridos derechos. Las primeras universidades medievales lucharon por defender su independencia. Cada universidad se pretendía entidad autárquica autogobernable. Además de autónomas, las primeras universidades aspiraron a ser originales, diferentes entre sí. Cada universidad se asumía como mundo dentro del mundo: con sus propias leyes y su propio destino. Como otros espacios medievales, la universidad simbolizaba la esencial unidad del universo. La Edad Media fue tiempo de únicos que aspiraban al absoluto: feudos y provincias, monasterios y universidades, ciudades y castillos eran representaciones particulares de la totalidad del cosmos, pequeños cosmos a su vez.
El aislamiento de la universidad fue, tal vez, secuela de su proximidad temporal a conventos y monasterios. Los copistas de los conventos eran custodios de la sabiduría del tiempo pasado. Su misión era proteger el conocimiento del vaivén de las épocas, de la precariedad y los peligros de un mundo entregado a su propio azar. Las primeras universidades se parecieron a esos conventos. Rápidamente, sin embargo, se impondrían importantes diferencias. La universidad se acercaba a la ciudad, se aproximaba al mundo y al tiempo de los hombres. Su destino no era almacenar saber sino producirlo. Y ese saber necesitaba la comunicación. La sociedad sería el destinatario natural del conocimiento acrisolado por las universidades. El saber sin interlocutores de una Edad Media agonizante, dejaba paso al conocimiento de un tiempo renacentista de nuevos valores, de diferentes metas.
Desde su nacimiento, las universidades tuvieron clara conciencia de su designio: ser formadoras de las individualidades que preservarían la memoria y los valores de su tiempo. Sociedad y universidad evolucionaron paralelamente. La universidad simbolizaba el nuevo mérito de la inteligencia; intelecto como fuerza y herramienta de poder. Pocas instituciones podrían resultar tan elitescas como la universidad. Su espacio supone el encuentro de maestros y discípulos: unos guían y otros aprenden y obedecen. La dignidad del maestro reposa en su sabiduría. El saber se apoya en la inteligencia y en la experiencia. Ambas, afirman el "derecho" natural del sabio: su autoritas. La autoritas académica es la fuerza del prestigio, la potestad del hombre que conoce, que ha visto, que ha vivido, que ha reflexionado; del hombre que sabe. De esa inteligencia dominante y carismática, emana una autoridad que es natural e incuestionable.
En la marcha que por siglos relacionó a la universidad con el tiempo que la entornaba, se produjo, en algún momento, una deformación: la de la universidad revolucionaria que pugnaba por producir ella misma, en su seno, los factores de una nueva sociedad. En otras palabras: ya no era el rumbo de la sociedad el que indicaba la evolución de la universidad, sino a la inversa: la universidad debía cambiar a su sociedad. Esto, que parecía acrecentar la importancia de la universidad, significó, por el contrario, su creciente ajenidad del destino social. En las universidades latinoamericanas, la transformación comenzó con los sucesos que condujeron a la Reforma de la Universidad de Córdoba en Argentina, en el año 1918. La Reforma de Córdoba se propuso convertir a la universidad en espacio sujeto a leyes y normas no universitarias. Se cuestionaron, por ejemplo, las ideas de mérito académico y de autoridad. La Reforma de Córdoba pretendía analogizar Universidad y República. Hacer de los estudiantes y profesores, ciudadanos: con iguales derechos ante una nueva ley universitaria. La autoritas se diluyó al hacerse elegible, fragmentaria, evanescente... La dignidad académica se disolvió entre politiquerías y circunstancialismos. Más allá de cualquier otra aspiración, muchas de nuestras principales universidades parecieron proponerse ser democráticas y sólo eso. Grotesco oximorón: entidad vacía de sentido dentro de una lógica absurda.
La Universidad deforma sus objetivos y hasta la misma razón de su existencia en la reiteración de algunos errores: la vinculación a un sentido estrecho de lo político, por ejemplo; la identificación demasiado cercana a la avidez industrial. El reto de las universidades, hoy, es definir rumbos nuevos que disientan de dos inercias: una, la de un revolucionarismo torpe, ritualizador de envejecidas contraseñas políticas; la otra, tal vez deformada respuesta a lo anterior, es la inercia del cientificismo: limitada letanía de catecismos tecnocráticos. (Analogizar universidades con institutos de investigación tecnológica puede ser, a fin de cuentas, tan aberrante como destinarlas a ser fábricas de guerrilleros o depósitos de políticos).
El ideal universitario aspira a la amplitud de la creatividad, de la inteligencia y de la imaginación. No deberían ser concebibles universidades excrecencias de otros espacios, altas casas de estudios contaminadas desde fuera y desde dentro por la política, los prejuicios y la medianía. Para mantenerse vivos, los sueños dependen de su cercanía a lo real. El viejo sueño universitario de una comunidad humana entregada a la libertad creadora de la inteligencia y la búsqueda vivificante del conocimiento, termina dramáticamente en el momento en que esa comunidad deja de estar a la altura de su sueño. El ideal desaparece, muere, porque se ha dejado de merecerlo.martes, 5 de julio de 2011
LA UNIVERSIDAD EN LA QUE CREO...
En su libro La otra voz, comenta Octavio Paz: “los poetas se refugian en las universidades, como en la Edad Media, pero sería funesto que abandonasen la ciudad”. Desde luego, el poeta no puede abandonar la ciudad de la misma manera que la poesía no podría abandonar la vida; pero, a fin de cuentas, la poesía, que merece vivir en todas partes, también merece hacerlo en las universidades. Universidades capaces de aceptar a la imaginación como una de las formas más amplias de la sabiduría humana; capaces de aceptar, también, que razones poéticas y científicas pueden coexistir porque unas y otras son complementarias expresiones de lo humano; universidades en condiciones de permitir a ciertos seres de palabras trabajar con dignidad el hallazgo de su voz, y, también con dignidad, expresarlo.
Creo en una universidad necesaria que permita en su seno la existencia de muy diversas palabras y razones. La científica, claro está, es una de ellas; pero no es la única. Existe, también, otra palabra, otra razón: la poética. También ella tiene derecho a vivir dentro del recinto universitario.