lunes, 18 de julio de 2011

EN LAS EDADES EN QUE LOS HOMBRES...


En las edades en que los hombres aún escuchaban las voces de los dioses, la relación entre los seres de palabras y el poder fue muy estrecha. El amo de las palabras, mago, chamán, hechicero, brujo, solía ser, también, el guía de su tribu. Después de aquellas épocas primeras, ya en los albores de nuestra civilización occidental, la razón humana dictó, como aspiración ideal, que los amos de una sociedad fuesen sus habitantes más sabios. Ideal escrito por Platón en su diálogo La República, libro destinado a dibujar un estado feliz gracias al gobierno de un rey-filósofo. Muy poéticamente, Platón ilustró este ideal en otro libro, el Timeo, donde, a través del mito de la legendaria Atlántida, describe a los reyes atlantes, sabios y justos. La Atlántida, dice Platón, fue feliz y poderosa mientras sus reyes mantuvieron su perfección. Sin embargo, con el tiempo, decayeron y se volvieron déspotas e incapaces. Fue entonces cuando Zeus decidió el castigo de la Atlántida: desaparecer para siempre devorada por el mar.


En La República, junto al privilegiadísimo lugar que Platón asigna a los filósofos, llama la atención el muy menguado papel que concede a los poetas. En una página de La República leemos: “No somos poetas sino fundadores de estados; como tales, nos corresponde conocer los modelos a los cuales deben ajustar sus fábulas los poetas y prohibirles que se aparten de ellos”. O sea: había que desconfiar del poeta y de la poesía. Era necesario vigilar al primero y normar la segunda. Paradójicamente, Platón, metaforizador del mundo a través de imágenes poéticas que, desde entonces los hombres han repetido, pareció temer a la poesía, desconfiar de ella.


La visión platónica de sociedades felices gracias al gobierno de algunos elegidos, habría de generar uno de los más sangrientos errores del itinerario de la humanidad. El mito de la “responsabilidad” de ciertos “elegidos” destinados a gobernar sus sociedades, se convirtió, a la larga, en una noción tan irreal como peligrosa. Grotesca secuela de los lejanos sueños de Platón, el revolucionario moderno, propuesto a sí mismo como el hacedor de la felicidad de su sociedad, sería la desdichada perversión de la vieja utopía del rey-filósofo de Platón. Y es que el verdadero poder del ser de palabras no es ni su responsabilidad para con su sociedad ni hacer que todos comulguen con sus respuestas convertidas en verdades únicas o en consignas de su tiempo. La potestad del ser de palabras es su voz, y su único destino posible el de entregarse a la búsqueda de esa voz, confiando en que, por original, significativa y genuina, ella pueda merecer el honor de hacerse perdurable.