sábado, 2 de abril de 2011

A COMIENZOS DEL SIGLO XVIII...

A comienzos del siglo XVIII, Daniel Defoe publicó su relato sobre un náufrago llamado Robinson Crusoe. Todo en esa novela expresaba certezas de futuro: la inteligencia occidental reharía el mundo, la naturaleza se convertiría en bien material del hombre civilizado, la voluntad de dominio de los europeos abriría para los hombres del porvenir las puertas de un definitivo control del tiempo y de la historia. En nuestros días, William Golding publicó El señor de las moscas, una novela que desarrollaba también el tema del naufragio y la consiguiente anécdota de supervivencia. La trama de El señor de las moscas es una macabra contrapartida de las viejas heroicas hazañas de Crusoe. En ella se describe la aventura de un grupo de niños, internos en un exclusivo colegio, que, tras caer al mar el avión en que viajaban, van a parar a una isla desierta. Aislados, tratan de sobrevivir repitiendo las formas de convivencia del mundo adulto que les es familiar. Sin embargo, poco a poco, la mayoría de ellos es víctima de una regresión que termina arrastrándolos hacia el embrutecimiento, la crueldad e, incluso, el crimen. El oportuno rescate final los salva de una muerte cierta a la que parecían condenados en la peor forma de decadencia: aquélla que impide, incluso, la posibilidad de sobrevivir. La novela de Golding, exacto opuesto al mito robinsoniano, expresa dos desconfianzas: una, ante el tiempo; la otra, hacia los otros. El tiempo es dibujado como un feroz y arriesgado ahora que borra cualquier forma de memoria y niega toda posibilidad de futuro. El otro es un amenazante adversario, un interminable peligro. La vulnerabilidad colectiva es consecuencia de la degradación del grupo. El grupo es frágil porque el yo y los otros no coexisten; subsisten sólo en medio de la decadencia. La imprevisibilidad del tiempo es la consecuencia de la fragilidad del nosotros. No existe el porvenir porque no existe el "nosotros". No hay futuro porque se ha borrado lo "nuestro". Robinson Crusoe dibujaba imágenes que expresaban, sobre todo, confianza ante el tiempo: seguridad en el presente, fe en el futuro. El señor de las moscas expresa todo lo contrario: incertidumbre en el presente, ausencia de futuro. Si el destino de Robinson era el crecimiento, el de los niños de la novela de Golding es la autodestrucción. El largo paréntesis que separa los comienzos del siglo XVIII del final del siglo XX, es un largo itinerario que señala definitivos cambios: lo que fueron las grandes certezas de Occidente terminaron convirtiéndose en temor ante la acumulación de demasiados errores y ante la dilapidación de un progresismo que arrasó al mundo y despojó a la Humanidad de tiempo.