Esperanza: imposible renunciar a ella.
Nos pertenece en la medida en que sepamos alimentarla. Es impulso, orientación,
apoyo; también respuesta vital, culminación de aprendizajes; deseo de hacer y de
seguir haciendo; reconciliación constante con la realidad.... Como ímpetu o
aliciente, la esperanza nos anima a proseguir esfuerzos y a concretar
propósitos. Sin ella todo proyecto se debilita.
Esperanza en la voz
escrita, en su destino, en la oportunidad de sus testimonios, en su posible
refutación del silencio y la indiferencia. Esperanza en que nuestras voces puedan
encontrarse con las voces de muchos
otros, en que nuestros dibujos del mundo puedan tener sentido para otros diseños,
en que algunas metáforas con que ilustramos nuestra existencia puedan ser metáfora
de otras existencias.
Esperanza en merecer las
palabras que compartimos con otros. Que ellas sean testimonio de esa realidad que calificamos, bautizamos, valoramos; que nunca nos alejen del mundo y puedan significar
siempre el comienzo de algún diálogo.
Esperanza en la palabra sostenida con fe
ante el mensaje nombrado, en el humano sentido de la comunicación, en la
actitud hacia las voces convertidas
en reto, apuesta, compromiso; voces hecha de vida y de expresiones de vida, voces
pronunciadas, escritas, siempre a partir de un propósito de oportunidad y permanencia.