He aprendido, tal vez, a conocerme. A
valorar la calidez del rincón que me refugia; a reconocer la existencia de
cielos e infiernos contradictoriamente reunidos, a entender que la ilusión
fortalece y el temor es una forma de sabiduría, a desdibujar rostros para
imponerme la importancia de un solo rostro, a rechazar la dispersión de las
voces y aprobar la fuerza de los diálogos, a negar ademanes confiscados por la
rutina y a reafirmarme en instantes sobre ellos mismos reflejados.