Mucho más que la decadencia de un solitario
país, la grotesca aventura chavista ha significado el final de muchos sueños
revolucionarios, la puntilla de inspiraciones y promesas marxistas sobre idealizados
futuros. La “Revolución Bolivariana” mostró al mundo que, en última instancia,
el “rey estaba desnudo”, y que, acaso, nunca había dejado de estarlo, como lo
demostraron los resultados de las grandes Revoluciones del siglo XX:
divinizadas autocracias, eternizadas dinastías familiares, decenas de millones
de víctimas a lo largo y ancho del mundo, acumulación de todo el dolor y todos
los sufrimientos imaginables... Mostró, a fin de cuentas, que el desenlace de
una revolución podía ser algo más, muy diferente a un baño de sangre: que podía
ser, simplemente, un estiercolero.
Especialmente dramático para el pueblo
venezolano, al menos para su inmensa mayoría, ha sido la percepción del
desinterés absoluto o la hipócrita conmiseración de muchos países del primer
mundo (principalmente europeos) que, seguramente aterrados ante la perspectiva
de no ser considerados lo suficientemente progresistas al pronunciarse en
contra de un dictador que hizo profesión de fe de su ideología comunista, contemplan
con escalofriante pusilanimidad la suerte de millones de venezolanos condenados
al hambre, la inseguridad, la carencia de medicinas y a la dolorosa disyuntiva
de abandonar su país, una nación trágicamente a la deriva…