¿Cómo nos convertimos en maestros?
¿Cuándo hacemos de nuestra comunicación con otros una profesión? Al hablar de
profesión pienso en entrega, opción de vida, cosas en nada semejantes a la
acción mercenaria de quienes educan como una forma -bastante desafortunada por
cierto- de remuneración. Pienso en educadores comprometidos con un genuino
esfuerzo por comunicarse con quienes los escuchan, profesores con fe en su
compromiso educador, maestros que
descubrieron en su comunicación con otros -generalmente jóvenes otros- el
sentido de su vocación.
Enseñar traduce una pasión por conocer y
una pasión por comunicar lo conocido. Significa no dejar nunca de aprender.
Quien enseña aprende. Aprende de la curiosidad de otros, de su entusiasmo y sus
razones. Educar es estimulante. Permite al educador conjurar desalientos,
temores y escepticismos. Lo afirma en diversas formas de esperanza.
La esperanza forma parte de nuestra
humana naturaleza. Nos permite continuar, nos anima a proseguir esfuerzos y a concretar
propósitos. Nunca es ingenua. Es necesaria. Sin ella cualquier proyecto se
debilita. Hay quienes la llaman optimismo. Prefiero este término, “esperanza”. Como
profesor me apoyo en él a la hora de orientar a un joven que inicia su camino dentro
del mundo.