En los aciagos días de la Segunda Guerra
Mundial, Borges comentó en relación a los seguidores del bando perdedor, a los adoradores
de los nazis y de su ídolo absoluto, Hitler, que tan extraña conducta solo
podía explicarse a través de la curiosa propensión de ciertos individuos a
identificarse con el mal; una muy extraña pulsión por admirarlo y, claro, imitarlo.
¿Qué lleva a ciertas personas a adherirse a cuanto de torcido, despreciable e
inhumano puedan mostrar comportamientos y actitudes; a defender lo
indefendible, a admitir lo inadmisible? Coincido con Borges: existe un lado
oscuro en ciertos individuos, una propensión a solidarizarse con el mal; derivada,
acaso, de prejuicios o, simplemente, de crueldad y estupidez. Una identificación
entre la propia abyección y la abyección colectiva, una proyección de la íntima
miseria sobre la miseria de otros, una coincidencia entre vergonzosos extravíos
particulares y extravíos multitudinarios...