Muy a
menudo, los venezolanos hemos escuchado a “patrióticos” historiadores sostener que
el tiempo anterior a la Independencia carecía de importancia por no ser lo
suficientemente enaltecedor, y solo la Emancipación -y en ella, como
protagonista indiscutible, Bolívar, elevado a la categoría de semidiós- abría el
nacimiento de la historia venezolana. Sin embargo, esta descripción poseía un grave
inconveniente: el tiempo posterior a la Independencia resultaba ser muy poco
“glorioso”: guerras sin fin, caudillos y caudillejos, pobreza, miseria
injusticia, atraso…
De
habituales versiones acerca de un pasado colonial olvidable y un tiempo posterior
a la Independencia igualmente destinado a barrerse bajo la alfombra, el
teniente coronel Hugo Chávez supo justificar su “predestinación”. Comenzó declarándose
albacea único, solitario continuador de la obra de Bolívar, heredero destinado
a concluir lo iniciado por el gran hombre. Se apoyó, también, en otro ritual
muy venezolano: el del recomienzo. En muy estrecha
relación con el culto a Bolívar y la veneración por la gesta emancipadora, así
como con el rechazo al tiempo colonial y a las épocas republicanas posteriores,
la memoria venezolana postula una historia de incomunicados hiatos. Todo
proyecto político pareciera, necesariamente, apoyarse en nuestro país sobre el
olvido del pasado. Así
-¡no faltaba más!- Chávez se apresuró a identificarse con un tiempo patriótico
congelado en su dignidad desde la batalla de Carabobo. De allí lo delirante de
una de sus primeras acciones: cambiarle el nombre al país. Ya no más Venezuela,
sino “República Bolivariana de Venezuela”. Chávez se declaraba punto de partida
de un rutilante tiempo nuevo tras los cuarenta años de “oprobio” de la Cuarta
República.
Chávez fue, ante todo, un
líder populista. Todo populismo reúne
los mismos ingredientes -el carisma de un jefe y su irresponsable ofrecimiento
de cualquier cosa- pero, en el caso chavista, a esa condición carismática se
añadió un particular propósito: fomentar la
discordia entre los venezolanos multiplicando incontables resentimientos,
instigando rencores, evocando -o inventando- todas las rencillas imaginables. Para apoyar este esfuerzo se valió de muy confusos argumentos
ideológicos, reuniendo en un mismo
caldo disparatados ingredientes: Carlos Marx junto a Fidel Castro, Norberto
Ceresole y Ezequiel Zamora, Bolívar al lado del Negro Primero. Y de esta
inextricable maraña surgió ese adefesio llamado la “Revolución Bolivariana”, la
“Revolución Bonita”, la “Revolución del siglo XXI”…