Las ideas viven de las ideas. Nos impulsan
desde afuera y desde adentro de nosotros mismos. Al pensar, individualmente nos
hacemos responsables del mundo porque lo dibujamos con nuestros pensamientos. Ideas
para crear, para discurrir, para imaginar, para soñar. Ideas que son síntesis
de lo que aceptamos y rechazamos, de lo que asumimos falso o de lo que creemos
verdadero. Ideas que son dueñas del secreto del tiempo humano.
A la vida de las ideas se opone la nociva
presencia de las ideologías. Si las ideas son el sustento de toda existencia
y de la natural convivencia entre los hombres, las ideologías son la
inhumanidad de dogmas inapelables, de razones empeñadas
en establecer principios únicos de convivencia. Si las ideas
aceptan el disenso, la crítica, la discusión, la incertidumbre, las ideologías
se apoyan solo sobre sí mismas negando cuanto las contradiga. Si las ideas
derivan en la vitalidad de la comunicación y el diálogo, las ideologías lo
hacen en la mortandad de los fanatismos, la esterilidad del monólogo, la
congelación de unas pocas respuestas definitivas...