¿Para qué conocer? ¿Cuál es el sentido del
conocimiento? Sin duda: adquirir razones
para entendernos con ese tiempo y esos espacios donde habitamos los hombres. Memoria
del tiempo y valoración de los espacios referidos a esa temporalidad: acaso una
definición de la convivencia humana.
El filósofo y pedagogo John Dewey relacionó muy estrechamente
convivencia y educación. Ésta -decía-
debía de ser ante todo “útil”, capaz de permitirle al hombre relacionarse adecuadamente
con su realidad, con los otros. Entendía que la única sociedad
que los hombres merecemos no podía ser sino democrática, regida por principios
humanos
y no por dogmas ni fórmulas ni individuales apetencias, por
ello en su libro fundamental, Educación
para la democracia, señaló cómo la educación debía, ante todo, enseñar a los
hombres a convivir: humanizar la convivencia a través
de la educación de la política y humanizar la política convirtiéndola en el arte de la organización
social en medio de un necesario equilibrio.
Equilibrio entre las aspiraciones de unos y de otros porque una absoluta libertad es incompatible con ideales de total igualdad, y porque
la excesiva libertad puede significar que muy pocos lleguen a tener demasiado a
costa de la carencia de la inmensa mayoría; e, igualmente, porque, en exceso,
la igualdad significa la condenación de todos a vivir vidas demasiado grises,
demasiado tristes, demasiado limitadas, demasiado miserables. Equilibrio, en fin, que apele a la sensatez de las propuestas y de los
comportamientos, de la armonía entre los ideales y la realidad, de concesiones
capaces de impedir la crispación de las actitudes y los propósitos en medio de
la desesperación generalizada y, a la postre, de la imposible convivencia.