¿En qué se apoya o qué justifica el
esfuerzo de un intelectual a la hora de comunicar pensamientos y convicciones, imaginarios
y memorias? Solo se me ocurre una respuesta: la honestidad, la autenticidad; ambas
relacionadas con una ética
destinada a nombrar lo necesario, eso que resulta imprescindible a los hombres escuchar
y entender.
El intelectual está obligado a pensar por
sí mismo, a mantener vivo su propósito de entender, de valorar. Cerca,
necesariamente cerca de sí, no puede sino aferrarse a su voz, expresión
permanente de sus ideas. Pensamientos libres y voz libre para comunicar sus
descubrimientos, sus comprensiones, sus convicciones.
En su trabajo Mínima moralia Thedor Adorno describe de una “moral del pensar”
auspiciadora de una escritura compañera, testimonial; de alguna forma, expresión
de la experiencia de vivir, de la memoria y el sentimiento, del sueño y la
convicción, de la aprobación y la condena. Expresión de una conciencia empeñada
en atisbar desde sí misma, en ordenar lo contemplado como una manera de
organizar mejor la propia comprensión del tiempo y el mundo.
Sin embargo, abundan los intelectuales incapaces
de pensar por cuenta propia; seres que, a la hora de asumir posturas y
argumentos, se apoyan, en incomprensible sumisión, sobre razones ajenas, sobre ideologías
o sistemas de pensamiento convertidas en fundamental referencia.
Negarse a ver la realidad con los propios
ojos traduciéndola a partir de la mirada de otros, apoyar personales respuestas
a la vida sobre precedentes ideas convertidas en ortopedias de la propia razón es, sin duda, el
más absurdo proceder de un intelectual, el más grotesco espectáculo de “pensadores”
porfiados en negar la realidad en beneficio de alguna idea, en distinguirlo
todo a través de la mediación de telarañas ideológicas.
Si algo no podría nunca dejar de
relacionarse con la imagen de un intelectual es el principio de libertad. Libertad
de las ideas por sobre toda impuesta verdad, afirmación individual de la propia
mirada, libre y siempre cercana al aprendizaje otorgado por la experiencia.