Valéry decía que el arte, en su
raíz más pura, era un medio por el cual el hombre aprendía a “mirarse vivir, a
darse un valor”. Mirarse vivir: entenderse y valorarse a sí mismo haciéndolo:
esfuerzo capaz de dar un sentido de esencial finalidad a la vida. Rilke, por su
parte, comentó alguna vez que ciertos comportamientos y decisiones
humanos eran “capaces de eternidad”. Existe esa “capacidad de eternidad” en la
apuesta por la vida que es todo acto creador. Y ella está presente también, sin
duda, en el propósito de un ser humano para dotar de un sentido de legitimidad
a su propia historia, o, simplemente, para agradecerle a la vida eso que ésta
le llevó a entender.
Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
lunes, 27 de noviembre de 2017
lunes, 20 de noviembre de 2017
SUELE DEFINIRSE...
Suele definirse
a la escritura como el más solitario de los oficios Afirmación algo
cuestionable. Si bien es cierto que solitariamente escribimos, lo hacemos
siempre con el convencimiento de un destino y la convicción de un destinatario
para cuanto nos resulta imposible callar.
“Las verdades
que se callan se hacen venenosas”, dijo Nietzsche. Y acaso ése sea uno de los
puntos de partida de la escritura: colocar nuestro amor por las palabras al
servicio de la comunicación de descubiertas verdades. A medida que vivimos y
vamos aprendiendo de la vida, utilizar nuestras voces para nombrar certezas junto
a las cuales dibujarnos nosotros mismos.
lunes, 13 de noviembre de 2017
RECORDARÉ AQUÍ...
Recordaré aquí la que, acaso, sea una de las
reflexiones más válidas en relación a modelos de coexistencia social tolerante
y solidaria. Pienso en La otra voz,
uno de los últimos libros de Octavio Paz. En él desarrolla significativas
reflexiones acerca de los ideales políticos de la modernidad. Ante los grandes
lemas de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, Paz se pregunta:
¿qué pasó con la fraternidad? El mundo ha conocido muy bien el ideal de
libertad privilegiada por sobre la igualdad; o de ésta dominando el principio
de libertad; pero hasta el momento nadie ha conocido una fraternidad que
hubiese significado la comunicación ética de los otros dos grandes ideales.
Fraternidad:
algo parecido a la caridad, muy semejante a la solidaridad y la concordia… ¿Qué
pasó con ella? La libertad tiene un contrapeso terrible en el desenlace de
mucho poder en manos de muy pocos. La igualdad, que, en principio, significa
igualdad de oportunidades para todos, frecuentemente concluyó en la existencia
de todopoderosos Estados policíacos exigiendo de todos los seres humanos
absoluta sumisión al siempre amenazante poder de algún partido o hacia la
carismática figura de un idolatrado personaje. Mientras el ideal de libertad
pudo llegar a corromperse en la iniquidad de una justicia diferente para unos,
los poderosos; y para otros, los desvalidos, el ideal de igualdad terminó
traduciéndose en el aplastamiento de toda forma de disconformidad. Entre el uno
y el otro, el ideal de fraternidad hubiese significado una respuesta ética
capaz de hacer menos cruel la injusticia de la “libertad” y la inhumanidad de
la “igualdad”.
Es el gran
desenlace de La otra voz: un necesario
sentido ético para el destino de la historia humana. Algo que Paz define como
un modo más “poético” de vivir, de comportarnos y de relacionarnos los seres
humanos unos con otros.
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