Valéry decía que el arte, en su
raíz más pura, era un medio por el cual el hombre aprendía a “mirarse vivir, a
darse un valor”. Mirarse vivir: entenderse y valorarse a sí mismo haciéndolo:
esfuerzo capaz de dar un sentido de esencial finalidad a la vida. Rilke, por su
parte, comentó alguna vez que ciertos comportamientos y decisiones
humanos eran “capaces de eternidad”. Existe esa “capacidad de eternidad” en la
apuesta por la vida que es todo acto creador. Y ella está presente también, sin
duda, en el propósito de un ser humano para dotar de un sentido de legitimidad
a su propia historia, o, simplemente, para agradecerle a la vida eso que ésta
le llevó a entender.