Un intelectual que utiliza su
prestigio en favor del adocenamiento de muchos, un intelectual convertido en manipulador
de voluntades y paradójico desmentidor de su condición de creador, un pensador que
vende sus voces al servicio de proyectos generalmente deshumanizadores, no es
sino un propalador de tesis absurdas acerca de la incapacidad humana para
enfrentar la vida por ella misma; un predicador imposibilitado -paradójicamente
puesto que se considera a sí un mismo pensador- de pensar por cuenta propia.