Santiago: últimamente he recordado mucho una película, Cinema Paradiso, filme que, de muchas formas
pasó a convertirse en una especie de código entre tú y yo. (Me repetiste,
muchos años después de haberla visto juntos, la frase que tanto había logrado
conmoverme: ésa en la que el viejo proyectista de la sala del viejo Cine “Paradiso”
de un pequeño pueblo italiano, le dice a su joven amigo, un adolescente amante
del cine, antes de que éste parta a Roma en busca de fortuna dentro del mundo
del Séptimo Arte, y donde se convertirá en famoso director: “ya te he oído
hablar bastante, ahora quiero a los demás oír hablar de ti”). De muchos modos
fue una escena premonitoria de esa realidad que terminó por darse entre
nosotros: tú, siguiendo tus ilusiones, inmerso en ese mundo que era el tuyo,
universo poético de imágenes y formas y esfuerzos físicos que te conducían
hacia nuevas alturas por conquistar… Y, luego, ya no te escuché más. No escuché
más tu voz; pero, en su lugar, y como lo había dicho el personaje del cine “Paradiso”,
empecé a otros oír hablar de ti. Y fue hermoso escuchar lo que tenían que decir
sobre tu condición humana, tu nobleza personal, tu integridad de artista...
Era, de muchos modos, el cumplimiento de aquella escena de tantos años atrás:
el maestro –el padre o el maestro, como prefieras- diciéndole al discípulo esas
palabras que no venían a significar otra cosa que: “crece, sé tu mismo, alcanza
tus sueños y logra que esos sueños conquistados permitan a otros hablar de ti y
que esas voces ajenas traigan a mí el sentido y trascendencia de eso que fuiste
capaz de crear”.