La voz del joven que empieza a vivir suele ser gárrula,
vociferante. No se conoce a sí misma. Desconoce su intensidad. Ignora su alcance.
El joven ignora su voz. La busca. Que es lo mismo que decir que se
busca a sí mismo, tratando de entender su vida, algo de lo que no tiene la
menor idea. Vive rodeado de ciertos espejismos en los que obsesivamente cree.
Todos, en mayor o menor medida, precisamos espejismos, pero el joven resulta
ser excesivamente crédulo ante los suyos. Es aún incapaz de desconfiar de ciertas
apariencias en las que le resulta cómodo, necesario o esperanzador creer.
El joven debe aprender a conquistar su voz, entendiendo bien lo
que precisa decir con ella, y, acaso sobre todo, lo que necesita escuchar junto
a ella. Conquistar su voz será reconocer sus alcances. Solo entonces
distinguirá y comprenderá esas palabras que viven dentro, muy dentro de él; las
que lo identifican, las que lo exponen y protegen.
El tema de la adolescencia, de la primera juventud destinada a
sumar muchos recuerdos y tropiezos suele acompañarme. Repito algo que escribí
sobre él: “Es difícil y trabajoso ese temprano hacerse junto a los otros o ese
comenzar a ser junto a los otros, que es la adolescencia. Tiempo cuando
abandonamos la soledad de la infancia con sus espejismos que pudieron hacernos
creer que el mundo existía sólo para nosotros. Quizá el primer descubrimiento
del adolescente sea la significación de los otros: esos seres que aparecen y
frente a los cuales debemos ser, o ser a pesar o en contra de ellos. La
adolescencia es la más difícil y riesgosa de las épocas. Muchas cosas se juegan
en ella. Mucho destino se dibuja entonces. Sin duda, es un áspero comienzo de
esa construcción que llegaremos a ser.”
Adolescencia: camino primero o primeros pasos dentro del camino
que empezamos: avance iniciado al lado de muchos tropiezos y caídas. Aprender a
vivir es, sin duda, el muy lento aprendizaje de lidiar con las caídas aprendiendo,
poco a poco, muy poco a poco, a convertirlas en acicate, en punto de partida
hacia nuevos pasos, hacia posibles futuras victorias.
Derrotas iniciales, triunfos posteriores, nuevas derrotas; y, de
nuevo, logros… El camino está lleno de eso: de principios y finales, de
tropiezos y recomienzos, de aciertos y errores. Y todo, todo habrá de irlo
conociendo y viviendo el joven que comienza a vivir. Aprenderá que el reto de
vivir es el desafío de poder alcanzar un acuerdo, una conciliación consigo
mismo. Acaso su principal destino: llegar a aceptarse en lo que es, en lo que se
ha logrado ser. Y de esa aceptación dependerá todo. Ella será su mejor arma,
acaso la única, para enfrentar la confusión que lo rodea en el camino, la
confusión que nunca dejará de ser él mismo.