martes, 28 de julio de 2015

EN EL AÑO 2005...

En el año 2005, Steve Jobs, fundador de Apple y fundamental ícono de nuestro tiempo, pronuncia ante los graduandos de la universidad de Stanford un discurso donde se escuchan frases como éstas: “nuestro tiempo es limitado y no podríamos perderlo viviendo el tiempo de otros”. O: “No dejéis que el ruido de las opiniones de los demás ahogue vuestra propia voz interior”. O: “tened el coraje de seguir a vuestro corazón y vuestra intuición. Todo lo demás es secundario”…  Verdades de vida; deudoras de experiencias y de la suma de muchas anécdotas y circunstancias forjadoras de un carácter. En última instancia, todas ellas referidas a lo mismo: entregarnos a lo que amamos hacer, a nuestra vocación; y, a través de nuestras inclinaciones, de eso que nos apasiona y compromete con nosotros mismos, descubrir quienes somos y qué estamos destinados a ser y a lograr; y, por supuesto, alcanzar la felicidad.
En su discurso, Jobs habla de plenitud personal, de sentido común, de vivencias, de revelaciones… Nada que tenga que ver con éxito, fama, dinero o poder. Jobs, un visionario que con su propuesta de una computadora personal en las manos de cada individuo logró transformar la historia reciente de la humanidad, no se dirige a esos jóvenes que lo escuchan desde la perspectiva de un hombre de éxito, del todopoderoso fundador de una de las compañías más emblemáticas de nuestro tiempo. No: les habla como un ser humano que ha vivido y ha logrado aprender de la vida; y que, desde sus aprendizajes, es capaz de comunicar verdades ineludibles, esenciales.

 El destinatario de las palabras de Jobs son seres humanos que comienzan a vivir, jóvenes preparándose para enfrentar la vida, que acaban de finalizar sus estudios en una prestigiosa universidad. A ellos se dirige Jobs como un maestro -como maestro es todo aquél capaz de enunciar con sabiduría y contundencia esas voces que un discípulo precisa y merece conocer- para comunicarles conocimientos de vida, enseñanzas útiles en todo tiempo y lugar, verdades que  conducen hacia una misma conclusión: necesidad de conocernos, de llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos, de descubrir en nuestra vida un significado que la oriente y, sobre todo, la justifique.