El descubrimiento de nuestros límites se asemeja al descubrimiento
de nuestra voz, de esas palabras que escogimos para orientarnos en el camino;
palabras por las que optamos. Y sentimos sosiego en su cercanía. Descubrimos
que aceptarlas o aceptar las verdades que ellas encierran es una forma de aprobarnos
a nosotros mismos; una manera de conciliarnos con lo somos, con lo que hemos
llegado a ser. Comprendemos que ellas protegen la firmeza de nuestros límites
y, a la vez, logran hacer de ellos algo maleable, vivo, móvil, algo que nunca
impida transformación ni crecimiento.