La intemperie es la mayor contradicción de cualquier visión de
centro; de toda idea de morada, cobijo, cercanía o apoyo. En ella habitan la
inseguridad, la falta de firmeza, el sinsentido, la vulnerabilidad, la lejanía.
Se dibuja no solo en infinitos y desconcertantes territorios; también lo hace
en los rostros desconocidos, en la reiteración de acontecimientos
indescifrables, en el desamparo ante la falta de asideros, en la reincidencia
en el error, en las situaciones desconcertantes, en la devastadora memoria…
Resistimos la intemperie acogiéndonos a nuestra fortaleza, a
nuestra lucidez, a nuestra inteligencia. También acercándonos a los rostros que nos pertenecen:
cercanos, protectores; rostros que iluminan nuestra alma.