Aprender: de la experiencia, de las
circunstancias, de los otros… Aprender a satisfacer una curiosidad que tenga
sentido, que nos resulte útil. Aprender a recoger los aprendizajes que evoca
nuestra memoria y reconocer como esencial sentido de ésta el ayudarnos a conservar
recuerdos destinados a acompañar nuestra existencia.
Aprender a
predecirnos; a seguir el camino de nuestras preguntas tratando de entender el
significado de cualquier posible respuesta. Aprender a rescatarnos de las
dificultades; a buscar eso nuevo que aguarda por nosotros. Aprender la
sabiduría y la prudencia. Aprender el valor de las palabras y el significado de
cuantas voces nos conciernan.
Aprender a
confiar en nuestras miradas, en nuestras perspectivas, en nuestras
revelaciones. La genuina comprensión, intensa, luminosa, epifánica rara vez nos
engaña.
Aprender a
percibir la armonía que existe a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos.
Aprender a
confiar en ciertos signos que nosotros mismos hemos creado. Signos que nos
acompañan y susurran que podemos continuar la marcha de acuerdo a eso que hemos
decidido ser o hemos aprendido a ser. Apoyarnos en ellos para afirmar nuestras
opciones de vida; y reconocer en su virtualidad un eslabón de esa cadena que es
nuestro camino.
Aprender a no
desconcertarnos por la desvanecedora fuerza de lo imprevisto, a intuir un
sentido para el acaso y una lógica para el impredecible después.
Aprender a diseñar
un centro que sea espacio destinado a convertirse en límite esencial.
Aprender a no
considerarnos nunca un ejemplo para otros.
Aprender a
desconfiar de palabras como triunfo absoluto, logro definitivo, perfección,
éxito…
Aprender en
medio del tiento, de la mesura, del lento vislumbre de la oportunidad al
alcance de nuestra mano.
Aprender por
entre la suma de contradicciones y paradojas que no cesan de rodearnos.
Aprender una
razón que dé cabida a los sueños y a las convicciones. Aprender a entretejer una
personal comunicación con el mundo. Aprender a ver más lejos o de maneras
diferentes, a intuir respuestas en la convicción de que todo saber está
relacionado con la experiencia y que hay razones en la elusividad de algunas
respuestas.
Aprender que el
tiempo es un contradictorio enigma, pero que el presente se apoya en el pasado
e impregna necesariamente ese futuro que nos resta. Aprender que hay sentido en
la espera, en la paciencia, en la cautela.
Aprender que es
preciso conquistar el signo ético y la humanidad que avale nuestras verdades
más intensas.
Aprender a
apostar por nuestros sueños. Aprender a aceptar la diversidad, la contradicción, la
compleja realidad que nos humaniza. Aprender a entender la vida bajo el significado de una independencia necesaria;
se trata de sentir que nuestro camino es nuestra hechura, que nos debemos a
nuestras convicciones y verdades, que nos compromete ese lugar y ese tiempo que
hemos conquistado. Aprender a no temer a nuestra libertad; acaso una de las
mayores esclavitudes del ser humano sea el miedo a la propia libertad.
Aprender una
sabiduría que dé sentido a lo esencial. Aprender a explicarnos junto a nuestra
explicación del mundo. Aprender a
construir esas voces que son las nuestras; y, de ellas, aprender el sentido de
la oportunidad y la exactitud. Aprender, también, el necesario y justo valor silencio;
aprender a callar a la vez que vamos aprendiendo a decir.
Mi libertad, mi
fuerza, mi independencia, mi dignidad… Consecuencias, todas, de ciertos
aprendizajes centrales.