Era la
posibilidad abierta tantas veces a la sorpresa; la lenta afirmación en medio de
las sombras; el cauce que arrastraba impulsos y sentimientos, temores y
olvidos; la tormenta de la que me guarecían ínfimos escondrijos…
Y llegó
entonces el silencio.
Llegó junto a
la quietud de una muerte que me despojaba de muy viejas presencias.
Y comencé a
deambular por entre todos los desiertos de la tierra en busca de algún tesoro
enterrado, aguardando por recuerdos que me iba entregando la memoria, una
memoria siempre detenida en espacios irreales.
Mi peregrinar,
extraño peregrinar, habrá de mantenerse muchos años más.
Concluirá solo
cuando logre divisar alguna tierra prometida al alcance de mis manos, una
tierra prometida que imagino desde mucho tiempo atrás, cuando apenas comenzaban
mis pasos.