Dice Octavio
Paz: “Con gran dificultad y avanzando a razón de un milímetro por año, tallo un
camino en la piedra. Durante milenios he gastado mis dientes y roto mis uñas
para llegar allí, al otro lado, a la luz y el aire libre. Y ahora que mis manos
sangran y mis dientes tiemblan, inseguro en una cueva, doblegado por la sed y
el polvo, me detengo a contemplar mi obra. He pasado la segunda parte de mi
vida quebrando las piedras, taladrando los muros, derribando las puertas,
quitando los obstáculos que coloqué entre la luz y yo en la primera parte de
mi vida”.
Vamos
aprendiendo que de lo que se trata es de merecer lo que supimos construir en nuestro
camino. Con nuestros pasos fuimos erigiendo espacios que nos angostaban a
medida que crecíamos dentro de ellos. Y aprendimos del rumbo de nuestro aliento
y del impulso de nuestros sueños… Aprendimos, en fin, de nosotros mismos; y
terminamos por darnos cuenta que los ya remotos comienzos del camino, inconsistentes
y erráticos, pudieron, sin embargo, conducirnos hasta el más invalorable de los legados:
el de la sabiduría de los sobrevivientes.