Ética: voz
griega que originalmente significó lugar, sitio; posteriormente, referencia a
la ubicación del alma humana: el territorio donde reposa todo carácter
individual. Esa noción, utilizada por Aristóteles, llega hasta nuestros días en
la acepción que hoy le damos: idiosincrasia de un individuo; su temple:
personalidad apoyada en esos valores con que sustenta su relación con el mundo
y los otros; con esos principios que determinarán su conducta, su manera de
actuar y sus propósitos, también sus sueños y convicciones. En tal sentido, la
universidad es un espacio esencialmente ético. No es sólo un centro de altos
estudios destinado a acumular conocimientos o a producirlos. Es también el
lugar donde un estudiante generalmente joven -ya no el niño que dejó atrás el
colegio; ni el adulto formado o deformado, incapaz ya de cambiar sus
perspectivas- tiene aún mucho que aprender: a dar y a darse en su vocación y en
sus deseos de aprendizaje en ese momento de su vida en el que realmente empieza
a conocerse.
Como muchas
veces he dicho a mis estudiantes universitarios: no es concebible un buen
profesional que sea una miseria humana; ni, tampoco, un buen profesional
ignorante de cuanto no pertenezca a su limitada área de especialización. La
universidad debe formar seres humanos que sean, también, profesionales. Y ese
doble concepto: formar buenos profesionales y buenas personas es el absoluto
opuesto a cualquier imagen de adoctrinamiento.
Adoctrinamiento
significa imposición: de catecismos, de consignas, de respuestas aplastantes y únicas;
alude a masas ideologizadas, a homogéneas colectividades seguidoras de algunas “definitivas”
verdades desde las cuales discriminar a todo quien piense diferente. El ideólogo
es un personaje que, por sobre todo, teme a su libertad; y ese temor lo
arrastra a sumisas y tranquilizadoras obediencias.
La universidad
no existe ni para adoctrinar ni para formar ideólogos. Eso reduciría
miserablemente su propósito. Sería, de hecho, el fin del ideal universitario. No
se entiende, no entiendo, una universidad empeñada en hacer de sus estudiantes
seres obedientemente entregados a la repetición de algunos argumentos junto a
los cuales alcanzar el más triste, el más lamentable de los resultados: dividir
el universo entero entre quienes piensan como nosotros; y los otros: todos los
demás.