La Universidad
deforma sus objetivos y hasta la misma razón de su existencia en la reiteración
de algunos errores: la vinculación a un sentido estrecho de lo político, por
ejemplo; o la identificación demasiado cercana a la avidez industrial. El reto
de las universidades, hoy, es definir rumbos nuevos que disientan de dos
inercias: una, la de un revolucionarismo torpe, ritualizador de envejecidas
contraseñas políticas; la otra, tal vez deformada respuesta a lo anterior, es
la inercia del cientificismo: limitada letanía de catecismos tecnocráticos.
(Analogizar universidades con institutos de investigación tecnológica puede
ser, a fin de cuentas, tan aberrante como destinarlas a ser fábricas de
guerrilleros o depósitos de políticos).
Para mantenerse vivos, los
sueños dependen de su cercanía a lo real. El viejo sueño universitario de una
comunidad humana entregada a la libertad creadora de la inteligencia y la
búsqueda vivificante del conocimiento, termina dramáticamente en el momento en
que esa comunidad deja de estar a la altura de su sueño. El ideal desaparece,
muere, porque se ha dejado de merecerlo.