La película Amor, dirigida por el austríaco Michael
Haneke, e interpretada por los franceses Jean Louis Trintignat y Emmanuelle
Riva; y postulada al premio Oscar de la Academia de este año 2013 como mejor
película extranjera, trata del eterno tema del amor, pero bajo una perspectiva muy
particular: acompañando, ya en el final de la vida, la decadencia física y la
inevitable desaparición de uno o de los dos amantes.
La historia del
filme describe la cotidianidad de un matrimonio de muchos años que, súbitamente,
descubre la enfermedad cardíaca que la aqueja a ella. De día en día la mujer
comienza a deteriorarse ante lo mirada del esposo, a quien una petición de ella
de no dejarla morir en un hospital, obliga moralmente a acompañarla durante todo
el proceso de la larga agonía. Cuando la situación se vuelve desesperada para ambos,
y el dolor físico de ella comienza a hacerse insoportable, el esposo,
piadosamente, le da muerte asfixiándola con una almohada. El amor –parece
decirnos el filme- concluye junto con la vida. La pantalla nos muestra, así, al
hombre, quien tras permanecer por unos días encerrado en el apartamento junto
al cadáver de su mujer, sale afuera: a la calle, al mundo, a la desaparición.
No va solo: lo acompaña la visión de su esposa.
Muchos temas
vienen a nosotros cuando vemos un filme como éste: la inevitabilidad de la
muerte al lado de alguna terrible enfermedad; el amor de alguien, necesario e
indudable, que acompañe a quien, dolorosa y lentamente, desaparece; la justicia
de una decisión que opta por acortar el sufrimiento de la persona amada… Amor es, en fin, un filme
estremecedoramente humano que nos lleva a compartir su conclusión: el amor, siempre
presente y siempre protagonista, guiando la muerte tanto como él había guiado
la vida de quienes, a su lado, fueron construyendo un tiempo que ya ha terminado.