Se trata de reconocer
en la vida un sentido de dirección, de coherencia, de estructura; un diseño que
contemplar y entender y en el cual no dejar de apoyarme.
Se trata de aceptar
que la vida estará siempre por encima de cualquier otra cosa, que todo girará
constantemente en torno a ella.
Se trata de que
las voces, junto a las miradas, serán una forma de atesorar comprensiones y
convicciones; y de que sólo es posible proseguir y avanzar en el camino una vez
que hemos entendido ciertos signos que, para nosotros, no podrían dejar de
darle un significado a nuestras rutas.
Se trata de
saber responder, de corregir viejos errores, de alcanzar respuestas necesarias
que nos digan que nuestros sueños son, en sí, construcción y finalidad.
Se trata de entender que no hay respuestas
fuera de nosotros mismos, de que cada conclusión deberemos alcanzarla junto a
las secuelas de ciertos aprendizajes.
Se trata de que
todo a mi alrededor me dice que es imposible el sopor, que el camino no cesa de
fluir y que estoy forzado a saber acompañar su flujo.
Se trata de que
la vida está frente a mí y de que todo se relaciona con lo que yo distingo y
entiendo de ella.