En su Ética para Nicómaco, Aristóteles habló
de la razón por la cual los seres humanos habíamos venido al mundo: para tratar
de ser felices, para vivir de la manera más plena, aprovechando nuestro tiempo de
acuerdo a eso que hemos aprendido a reconocer que somos.
Las nociones de
felicidad o de plenitud no podrían nunca dejar de relacionarse con las de
compromiso o ética. Muchos siglos después de Aristóteles, Sartre ahondaría en
la idea de “compromiso”. Se trata de aprender a vivir de acuerdo a esos
compromisos que vamos adquiriendo con la vida; vivir de acuerdo a un reto
esencial: legitimar nuestra existencia, no sólo a través de nuestras acciones,
sino, también, de nuestros sueños, de nuestras ilusiones e ideales, de nuestras
convicciones y de nuestras voces convertidas en testimonio de aprendizajes de
vida que otros pudiesen aprovechar.