sábado, 3 de noviembre de 2012

VERDADES PERSONALES, VERDADES COLECTIVAS...


En su libro Breviario de podredumbre, Cioran se formuló una pregunta: “¿Quién halló jamás una sola verdad  que fuera válida?” ¿A que verdades se refería? Acaso a ésas destinadas a hacerse parte de creencias y certezas compartidas por todos o por la mayoría; más que tristes, abrumadoras, densas, torpes. (Y, de paso, recordaré aquí una extraordinaria frase de Sartre: “la sabiduría de los pueblos es triste). En su descarnado estilo, Cioran supo aludir a ese signo, generalmente áspero y abrumador, con que las épocas suelen diseñar ciertas razones colectivas. Algo que, a fin de cuentas, indicaría que muchas verdades del tiempo humano pudieran ser, paradójicamente, inhumanas.
Frente a las verdades que muchos o casi todos comparten, están ésas que voy descubriendo por mí mismo: me sirvieron, me ayudaron, me orientaron, y eso fue haciéndolas necesarias. Rara vez definitivas, mis verdades pueden cambiar. No necesariamente las que profeso ahora son las mías de antes, y, probablemente algunas de ellas no serán las mías de después. Pero mientras permanezcan conmigo me acompañarán ayudándome a contemplar, a discernir, a orientarme, a entender.